El lujo populista

La crisis económica, la ansiedad cultural y las redes sociales habían generado el caldo de cultivo perfecto para políticos oportunistas, populistas variopintos

El narcisismo victimista llevaba años desactivando la responsabilidad individual en las democracias occidentales, pero las guerras (sub) culturales aún no habían terminado de derribar los pilares de la libertad cuando estalló la guerra de Vladimir Putin. La crisis económica, la ansiedad cultural y las redes sociales habían generado el caldo de cultivo perfecto para políticos oportunistas, populistas variopintos.

Estos alcanzaron el poder y se dedicaron a dividir la sociedad, a debilitar las virtudes cívicas y a desprestigiar las instituciones. Entonces llegó la pandemia y las sociedades sufrieron las consecuencias de la infantilización.

Como escribe María Blanco, votasteis gestos, tenéis gestos. El voto ha tenido, como siempre tiene, consecuencias. 

Ahora la Historia vuelve a llamar a la puerta de Europa. Putin dispara contra civiles, contra un hospital infantil, contra una central nuclear.

El presidente ruso, Vladimir Putin. EFE

Y cuando muchos pensábamos que los europeos nos mantendríamos ensimismados y que las campanadas de traición sonarían en Ucrania como sonaron en los Sudetes, Europa recupera de golpe su poder blando, su capacidad de seducir. No pocos se apresuran a borrar sus no tan pretéritas veleidades putinianas.

Cambian de chaqueta, como Matteo Salvini cambia de camiseta. Suspiran por una pandemia de desmemoria histórica.

Pero Europa no estaba muerta, quizá de parranda, pero no muerta.  

Sin embargo, la hemeroteca está ahí. Sacrificaron su reputación en el altar de la viralidad.

Apostaron por la política del tuit y el golpe de efecto en contra de los principios y los proyectos, en contra de la democracia liberal y la Unión Europea. Pero Europa no estaba muerta, quizá de parranda, pero no muerta.  

Quizá la extrema izquierda vea a la nueva Rusia imperialista como una deseable versión 2.0. de la antigua URSS. Ahí están los capotes de los podemitas que, tras pintar España de blanco y negro, se ponen exquisitos y equidistantes entre la democracia y el autoritarismo.

O el numerito de los diputados de la CUP en el Parlamento catalán en contra del cónsul de Ucrania.  No obstante, la mayoría de los europeos hemos entendido que no debemos abandonar a los ucranianos, aunque solo sea porque, si Putin acaba con ellos, después vendrán a por nosotros y, al fin y al cabo, la democracia y la libertad se revalorizan cuando están en riesgo de extinción.

La diputada de la CUP, Eulàlia Reguant. EFE/Quique García

Así pues, cabe preguntarnos si la guerra puede acelerar el final del populismo en Europa. ¿Provocará el fin de la paz en nuestro continente un cambio acelerado de una cultura política? 

La europeización de la política parece evidente. En un instante se ha pasado del apaciguamiento al rearme armamentístico y moral.

Y Pedro Sánchez no volverá a desear en público la eliminación del ministerio de Defensa.

Alemania ha cambiado su estrategia militar de la noche a la mañana, literalmente, de la noche a la mañana. Y Pedro Sánchez no volverá a desear en público la eliminación del ministerio de Defensa.

Ciertas disputas ideológicas parecen ahora ridículos minitemas para reality shows. La factura eléctrica sube a la velocidad de la luz.

La vida empieza a encarecerse como solo habíamos leído en los libros de Historia. Hemos sufrido años de mucha astucia y poca inteligencia, de muchas jugadas maestras y nula solidez estratégica. Los factores que allanaron el camino al populismo siguen ahí, pero la mala política es un lujo que ya no nos podemos permitir.