El ludismo postmoderno, el cajero automático y la maldición del depósito

Los cajeros automáticos y las aplicaciones de banca de Internet nos benefician ahora y nos beneficiarán mañana. La condición necesaria: hay que aprender a usarlas como sucedió antaño

El ludismo sigue entre nosotros. Esa forma primitiva de rebelión que, durante la segunda década del siglo XIX, se manifiesta destruyendo las máquinas al ser declaradas culpables de la expulsión de los obreros de sus puestos de trabajo.

Hay que apostar por la modernización

Doscientos años después, aparece un ludismo postmoderno que, a fin de cuentas, como ocurrió entonces, retrasa o entorpece la idea de progreso –también, de desarrollo- forjada por los comerciantes –así como los humanistas- del Renacimiento. Si los luditas primitivos del siglo XIX destruían las máquinas, los luditas postmodernos del siglo XXI renuncian al uso de los cajeros automáticos y las aplicaciones de Internet de la banca.

En efecto, nuestros luditas contemporáneos –gente mayor, pero no solo ellos- no destrozan las máquinas, pero sí se niegan o renuncian o desisten o dimiten a aprender a usarlas. Otra manifestación –voluntaria- de la brecha digital. Claro que hay que ayudarlos y acompañarlos. Pero, también hay que abandonar la cultura de la queja en beneficio de la cultura del esfuerzo. Y si no hay que excluir a nadie, también nadie se ha de autoexcluir.

El ludismo primitivo, que encabezaron Ned Ludd y George Mellor en 1811, que tiene en su haber unas decenas de muertos –en la Inglaterra de 1769 y años posteriores la destrucción de máquinas y quema de fábricas se castigaba con pena de muerte- apenas duró unos años. Y no fue el Movimiento Radical inglés del XIX el que encontró la solución al asunto, sino el cartismo moderado que surge de la The People´s Charter o Carta del Pueblo de 1837 que finalmente apuesta por la modernización.

Doscientos años después, la solución al mismo problema no pasa ni por la queja permanente ni por la victimización que paraliza. Tampoco pasa por la culpabilización sistemática de la banca. Los cajeros automáticos y las aplicaciones de banca de Internet del siglo XXI son –salvando distancias- el equivalente de las máquinas de hierro del siglo XVIII. Si la Revolución Industrial del siglo XVIII creó riqueza y trabajo –esto es, desarrollo y progreso- lo mismo ocurre con la Revolución Digital de los siglos XX y XXI.

Los cajeros automáticos y las aplicaciones de banca de Internet nos benefician ahora y nos beneficiarán mañana. La condición necesaria: hay que aprender a usarlas como sucedió antaño.

Para seguir reflexionando

Entre el 20 y el 30 por ciento de los clientes, no abren ninguna ventana de oportunidad de negocio a la banca, sino que son una carga para la misma. La maldición del depósito. Al respecto, ¿Qué haría usted si fuera el presidente de un banco que ha rendir cuentas a la Junta General de Accionistas y repartir dividendos a los accionistas e inversores? ¿Qué haría usted si, además, el banco ha de enfrentarse, no solo a la competencia de la fintech de las aseguradoras y los fondos de inversión, sino también a la de Amazon y Google? Se admiten propuestas.

En la imagen un hombre saca dinero en un cajero del Banco Sabadell en Oviedo rodeado de pegatinas de protesta.EFE/Eloy Alonso

La banca también es nuestra

¿Que los cajeros automáticos y las aplicaciones de banca reducen puestos de trabajo y pueden crear algún inconveniente? Cierto. Como ocurrió hace poco con la automatización o el autoservicio de los surtidores de gasolina que implicó la pérdida de miles de puestos de trabajo. ¿Acaso no hemos aprendido a poner gasolina por nuestra cuenta? ¿Acaso no hemos aprendido a pagar con tarjeta en las máquinas que hay en las gasolineras, los parkings, el transporte, el comercio, los supermercados, las farmacias, las cafeterías o panaderías? El secreto: hemos aprendido a hacerlo.

¿Qué ha pasado con los asalariados que perdieron el puesto de trabajo por culpa de la máquina automática? La mayoría –aceptando y adelantándose al cambio inevitable- encontró otro puesto de trabajo. ¿Han pensado ustedes que la automatización o el autoservicio ha reducido el coste de producción y distribución de tal manera que algunos empresarios sobrevivieron al cierre –con lo que ello implica- y pudieron reducir precio al rebajar el costo? ¿Acaso eso no nos beneficia? Apliquen la cuestión a la banca y sus cajeros automáticos. Cajeros y aplicaciones que están las 24 horas del día –sin quejarse ni cansarse: tampoco hacen huelga- a nuestro servicio.

¿Que con los cajeros automáticos y las aplicaciones la banca gana más dinero? Cierto. Pero, eso también beneficia a todos. Si un banco quiebra, también lo hacen sus trabajadores, sus depositantes, sus clientes hipotecados, sus beneficiados de diversa manera, sus inversores y sus accionistas. Así como algunas de las empresas –con los trabajadores incluidos- participadas por los bancos. A lo que hay que añadir el trabajo de intermediación que hacen los bancos entre el ciudadano y las empresas de servicios. ¿Que cobran comisiones? Pregunta: ¿Qué sale más a cuenta la intermediación bancaria o el pago directo del cliente a la empresa?

Cuidado con el antibanquismo que seduce con los cantos de sirena de la banca pública. Para más información, consulten los informes sobre la quiebra de las cajas provinciales administradas por políticos y sindicatos.

No se escandalicen, pero resulta que, de alguna manera, los bancos también son nuestros y hay que defenderlos. Sin bancos no hay créditos, ni hipotecas, ni fundaciones, ni becas, ni subvenciones, ni ayudas. Si el banco se hunde, también se hunden sus depositantes y asimilados. Tienen razón: los créditos y las hipotecas se han de devolver con interés (muy bajo, por cierto). Tiene su lógica.

La historia se repite

El hombre moderno y contemporáneo –lo mismo se podría decir de la época medieval- siempre ha manifestado una vocación ludista. Tan es así que el ludista primitivo como el ludista postmoderno se asemejan el uno a al otro como una gota de agua a otra gota de agua.

El hombre moderno y contemporáneo –lo mismo se podría decir de la época medieval- siempre ha manifestado una vocación ludista

Max Beer –economista e historiador: un clásico en el estudio de las luchas sociales- señala que a mediados del siglo XIX aún había en Inglaterra hombres cultos que conceptuaban las máquinas como productos monstruosos del ingenio humano y síntoma de la decadencia inglesa.

Eso escribía el órgano oficial de los cartistas: “sería muy difícil encontrar actualmente alguien que osará tratar la cuestión del maquinismo. Diríase que transpira una especie de terror. Cada cual se da cuenta de que ella está provocando la mayor de todas las revoluciones al transformar por completo las relaciones de clase dentro de la sociedad; pero nadie se atreve a intervenir”. De ahí, que, ante los monstruos de hierro, la consigna del ludismo fuera la siguiente: “destruyámoslos antes de que se vuelvan demasiado numerosos. Si los dejamos multiplicarse harán de nosotros esclavos” (Historial general del socialismo y de las luchas sociales, edición castellana de 1966).

Aquellos eran otros tiempos, pero…