El lío en que nos ha sumido Mas
Es obvio que al presidente Mas le traiciona el subconsciente. Por un lado se muestra atrincherado en que habrá votación, que hay que votar el 9N y que va a hacer lo posible para realizar la consulta. Por otro, menos altivo, reclama al Gobierno de Madrid diálogo.
¿Diálogo para qué? Mas ya sabe que el Ejecutivo central niega la consulta y se ampara en una legalidad que, a día de hoy, nos incumbe a todos. Mas es conocedor de que Mariano Rajoy no aceptará una consulta en esos términos y que quizá sí que esté dispuesto a algún tipo de concesiones en el ámbito de la política. Se lo ha dicho en más de una ocasión.
Si Mas sabe todo esto, su postura es una escenificación, una barata teatralización para evitar que su plan de echarle un pulso al Estado acabe como terminó, en su día, el Plan Ibarretxe: con el impulsor calcinado. Con la patria por bandera, con el pueblo catalán en la boca de forma reiterada, lo único que está consiguiendo el presidente de la Generalitat con un tacticismo impropio es elevar los ánimos hasta cotas tan peligrosas como inauditas.
¿Y qué gana Mas? Pasar al recuerdo como un hombre que se comprometió a realizar una consulta ilegal sabedor de que lo era; escribir su nombre en los libros de historia como un político catalán que intentó ganarle la partida a todo un Estado con un apoyo no unánime de la sociedad a la que dice representar mayoritariamente.
Quizá obtenga algún rédito de la historiografía romántica, muy acostumbrada a confeccionar relatos de campanario, lacrimógenos y de una épica impropia de nuestros tiempos. Pero en lo concreto sólo habrá conseguido perder tres años en la Administración, además de que algunos catalanes confusos hayan creído en su palabra y se lleven una decepción política de órdago. Porque resulta que en la política del siglo XXI sus propósitos son inviables tal y como los ha formulado y nadie que estuviera enfrente, cualquiera que fuera su ideología, iba a permitirle la victoria en esta partida adolescente que ha puesto en marcha.
Mas nos ha metido un terrible lío. Sólo su retirada digna puede permitir alguna solución decente desde la óptica política y evitar males mayores. La pregunta que todos nos hacemos es si será tan inconsecuente de mantenerse en sus trece, cargarse el partido que representó a la centralidad catalana durante décadas y, de paso, fracturar a una sociedad que tiene preocupaciones y déficits de mayor importancia para la población.
El populismo al que ha jugado para ganar espacios de autogobierno y mejorar la financiación son peligrosos. Ahora que Mas ha llegado al límite, que nos ha acercado al precipicio colectivo, que ha tensionado todo lo que estaba flojo, quizá ahora sería el momento para que su paso atrás no se haga esperar. Su sostenella y no enmendalla constituye también una irresponsabilidad. Es posible que acabe entrando en la historia, pero no necesariamente por la puerta grande. Es obvio que será el primer responsable histórico de lo que suceda en Cataluña en el futuro inmediato.