El libre comercio nos hace libres
Contra viento y marea, es decir, contra la deriva proteccionista de gobiernos, ayuntamientos, asociaciones de comerciantes y sindicatos, las grandes superficies comerciales se van consolidando en España.
Nunca he creído en la existencia de conspiraciones universales. Pero, sí percibo las conspiraciones autonómicas, locales y sindicales en materia de grandes superficies comerciales y libertad de horarios comerciales.
De la prensa reciente: «Portazo al mayor centro comercial de la Comunidad Valencia», «Baleares cumple su amenaza y restringe las aperturas comerciales», «Los sindicatos rechazan la ampliación de horarios». A ello, añadan los impuestos locales y autonómicos especiales que gravan la actividad de dichos negocios. Un impuesto que, en algunos casos, alcanza un apreciable grado de sofisticación: ahí está la Generalitat de Cataluña –lo mismo es válido para Asturias y Aragón- y su Impuesto sobre los Grandes Establecimientos Comerciales, que gravará en función del número de vehículos que utilicen el parking. Y a ver quién se atreve hoy a criticar un impuesto verde o medioambiental.
A ver quién se arriesga a ser tildado de biocida. ¿Quién se beneficiará del impuesto? La Administración que recauda y el comercio subvencionado. ¿Quién saldrá perjudicado? El centro comercial y sus usuarios, que acabarán pagando la fiesta.
La cruzada proteccionista, reglamentista y fiscal contra las grandes superficies comerciales está perdida de antemano. No se pueden poner puertas al campo y lo que está inventado no se puede desinventar. A ello, añadan que la aparición de la gran superficie comercial es inevitable gracias al surgimiento de una cultura conurbana, con sistemas de relación y de diversión propios, dotada de vías rápidas de comunicación.
Hay más. De la gran superficie comercial se benefician consumidores, trabajadores, municipios y pequeños comerciantes: el consumidor encuentra mercancías, ocio, restauración y horario amplio; el trabajador nuevos puestos de trabajo; el municipio impuestos suculentos; y, finalmente, el pequeño comerciante –¡qué bella paradoja!- una competencia que le obliga a renovarse y ser competitivo para subsistir.
Alguien objetará que se han de proteger los derechos e intereses de la minoría (el pequeño comercio). Cierto. Pero, no es menos cierto que también se han de proteger los derechos e intereses de la mayoría (los consumidores). ¿La minoría comerciante ha de imponer sus intereses a la mayoría consumidora? La cancioncilla: «Si abren grandes superficies comerciales, acabaremos cerrando».
Preguntas. ¿Por qué hay que negar, de facto o de iure, el derecho que tiene el consumidor a gastar su dinero donde le apetezca y a la hora que le parezca? ¿Por qué las grandes superficies comerciales no pueden ser el virtuoso estímulo que facilite la necesaria, imprescindible e inaplazable modernización y/o reconversión (dígale usted especialización, asociación, mecanismos y redes de distribución que abaraten costos y mercancías, servicios de guardería y habilitación de espacios que confieran atractivo a la zona del pequeño comercio, ampliación de horario comercial) del pequeño comercio?
En este sentido –como avanzaba antes-, la competencia de la gran superficie comercial puede llegar a jugar un papel fundamental en la supervivencia del pequeño comercio. Y de hecho es precisamente eso lo que ya está ocurriendo: gracias a esa competencia, un número importante de pequeños comercios se han visto obligados a modernizarse y reconvertirse. Más: gracias a la gran superficie comercial ha surgido un conjunto de pequeños comercios muy competitivos algunos de las cuales se han instalado precisamente –sigue la paradoja- en las superficies comerciales.
Añado: los problemas del pequeño comercio no proceden de las grandes superficies comerciales, sino de los propios pequeños comerciantes que no han querido o sabido modernizarse y de la competencia de las medianas superficies instaladas en el centro de la ciudad que suelen ser muy competitivas.
A pesar de la trabas, la gran superficie comercial se mueve. ¿Saben por qué? El consumidor vota a su favor acudiendo a ella.
Hay que aprender la lección de Charles Darwin: en la lucha por la existencia sólo subsisten los más aptos, es decir, los mejor adaptados. Y -¡ojo!- eso vale tanto para el pequeño comercio como para la gran superficie comercial. ¿O es que no hay grandes superficies en crisis que han sobrevivido gracias a la renovación?
Ni se puede ni se debe reinventar el proteccionismo. Dejen que el mercado, con las mínimas intervenciones estatales posibles y deseables, siga su marcha. Dejen que el juego de los distintos intereses existentes siga su curso.
Alexis de Tocqueville, en La democracia a América (1835), ya dijo que el libre comercio «hace a los hombres independientes», «los conduce a gestionar sus propios asuntos» y «los inclina hacia la libertad». El libre comercio nos hace libres.
Miquel Porta Perales es autor del libro ‘Totalismo’, editado por ED Libros