El largo viraje
El fin de los sueños prometeicos de los neoconservadores estadounidenses de reconfigurar Oriente Medio con intervenciones militares no nos ha traído un mundo más tranquilo. El resto del mundo prepara planes geoestratégicos, alianzas y expansión del gasto militar. Queda la duda de qué preparará Europa y España.
El sábado 31 de agosto de 2013 se esperaba una llamada del presidente Barack Obama en el Palacio del Elíseo. Por la mañana había llegado un mensaje desde la Casa Blanca comunicando la intención del presidente estadounidense de hablar con su homólogo francés. En París, asumieron que la llamada serviría para anunciar la intención de Estados Unidos de intervenir militarmente en Siria.
El presidente Obama había advertido en agosto de 2012 que el uso de armas químicas constituía «una línea roja» y que su uso le obligaría a cambiar sus «cálculos significativamente». El 21 de agosto de 2013 tuvo lugar un ataque con armas químicas en los suburbios de Damasco. La Casa Blanca afirmó en un comunicado de prensa que consideraba «con un alto grado de confianza» que el ataque había sido obra de las fuerzas gubernamentales sirias y había provocado más de 1.400 víctimas mortales.
El gobierno francés asumió que Estados Unidos se lanzaría a una nueva intervención militar en Oriente Medio y ordenó prepararse a sus fuerzas armadas. Cuando finalmente se produjo la llamada, Obama, le anunció al presidente François Hollande que sometería el ataque a Siria a votación en el Congreso.
La retirada estadounidense del arbitraje internacional
Si los críticos de la política exterior estadounidense y de su poder omnímodo proyectado sobre la región del Medio Oriente y Norte de África esperaban a que el mundo, sin ese intervencionismo unilateral frenado por los contrapesos de otras potencias, sería un mundo más pacífico estaban totalmente equivocados. La duda del presidente Obama en 2013 lanzó el mensaje a los aspirantes a gran potencia de que tenían libertad de acción en sus regiones cercanas. En febrero de 2014 Vladimir Putin invadió la península ucraniana de Crimea y en agosto de 2014 lanzó a su ejército a rescatar a las fuerzas separatistas prorusas de una derrota segura en Ucrania oriental. Aquel mismo año, China duplicó los trabajos de consolidación en islotes y arrecifes en el Mar de la China Meridional para construir en ellas bases militares.
La duda del presidente Obama reflejó el primer momento de debilidad de la hasta entonces «hiperpotencia global» que había vivido su «momento unipolar» desde el fin de la Guerra Fría. En realidad, Obama había anunciado en noviembre de 2011 en el seno de una cumbre del foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) su intención de desentenderse de los asuntos estratégicos de Europa y Oriente Medio para «pivotar hacia Asia» la máxima atención de su política exterior.
La muerte de Osama en Bin Laden en mayo de 2011 y la retirada militar de Iraq en noviembre del mismo año fueron los primeros pasos hacia aquella desconexión que quedó frustrada temporalmente por la Primavera Árabe y la reaparición del Estado Islámico en Iraq. La precipitada salida de Afganistán en julio de 2021 de los últimos 2.500 militares estadounidenses y del ejército de más de 16.000 contratistas, principalmente técnicos y especialistas, que provocó el desplome del ejército nacional afgano es el último episodio de esa larga desconexión.
Frente común contra China
La salida de Afganistán, negociada por el presidente Donald Trump y ejecutada precipitadamente por el presidente Joe Biden, da idea de la continuidad en la política exterior estadounidense. Washington sólo tiene tiempo, recursos y energía para enfrentar un problema: el ascenso de China en el Indo-Pacífico.
Mientras se producía la evacuación de Kabul, se ultimaba un acuerdo histórico a tres bandas. El gobierno australiano decidió liquidar su proyecto de submarino de ataque de propulsión convencional de diseño francés, tras retrasos y problemas, para lanzarse a una alianza tecnológica trilateral con Estados Unidos y Reino Unido. El primer resultado de la alianza es que Australia, con la ayuda de los otros dos socios, se dotará submarinos de propulsión nuclear.
Esto significa que Australia aspira ahora a poder proyectar su fuerza submarina en largas patrullas por el Índico y el Pacífico en una postura más agresiva. Y muestra otro paso más del Reino Unido desvinculado de la Unión Europea y que mira más allá, como mostraba recientemente el documento de la revisión integral de la defensa “Global Britain in a Competitive Age”. La nueva alianza no es la única ni la armada australiana es la primera que mejora sus capacidades. Tanto Corea del Sur como un Japón cada vez más asertivo han expandido sus armadas. Precisamente Japón relanzó la alianza cuadrilateral con India, Australia y Estados Unidos por un “Indo-Pacífico libre y abierto”. La región es una maraña de acuerdos bilaterales para reforzarse ante el auge de China.
En Oriente Medio fue el acuerdo nuclear con Irán, firmado en 2015, el que lanzó el mensaje a los aliados de Estados Unidos de que a la Casa Blanca le valía un acuerdo que fundamentalmente ganaba tiempo para abandonar la región. Si los países de la zona tenían un problema, iban a tener que resolverlos ellos mismos. Tras estallar el caos y la violencia en Yemen, las petromonarquías árabes intervinieron en Yemen en 2015 en auxilio del presidente Hadi, depuesto por fuerzas rebeldes apoyadas por Irán. La rivalidad compartida con Irán, pero también con la alianza Turquía-Qatar, llevaría a un acuerdo histórico entre Israel y Emiratos Árabes Unidos en 2020. El resultado final es que el potencial de confrontación en Oriente Medio sin Estados Unidos de policía regional es ahora mayor.
La caótica evacuación de Kabul, obligada por los resultados de una decisión unilateral de Estados Unidos, parece que contribuyó a despertar a la nueva realidad de un mundo en el que Estados Unidos no mira por el retrovisor para coordinarse con una Europa que sólo reacciona. Contaba el presidente Obama que se vio obligado a intervenir en Libia a regañadientes ante la insistencia francesa y británica. Su antecesor Bill Clinton se vio obligado a hacerlo en Bosnia en 1996 y en Kosovo en 1999. Tras los acontecimientos de Kabul, Josep Borrell se preguntaba si había llegado la hora de un ejército europeo. Al final, el intervencionismo de Estados Unidos, como los bárbaros de Kavafis, era una solución.
El fin de los sueños prometeicos de los neoconservadores estadounidenses de reconfigurar Oriente Medio con intervenciones militares no nos ha traído un mundo más tranquilo. No por casualidad dos de las obras más populares sobre geopolítica anuncian en su título “la venganza de la geografía” (Robert D. Kaplan) o advierten que somos “prisioneros de la geografía” (Tim Marshall). El resto del mundo prepara planes geoestratégicos, alianzas y expansión del gasto militar. Queda la duda de qué preparará Europa y España.
Este artículo está incluído en el último número de la revista mEDium ‘La noche oscura de Occidente’. La edición completa en papel puede adquirirse en nuestra tienda online: https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-9/