El ‘kitsch’ independentista en Cataluña
La mercancía 'independencia' es un artículo 'kitsch' que ha anegado el mercado político, social y comercial de Cataluña
El DRAE define lo kitsch como una estética pretenciosa, pasada de moda y considerada de mal gusto. Según parece, el término proviene del yiddish y se refiere al arte que copia un estilo existente.
Una copia –la etimología y el DRAE coinciden- presuntuosa, trasnochada o de pésimo gusto. En cualquier caso, el término kitsch apareció en los mercados de arte de la Alemania del siglo XIX y se identificaba con aquellos dibujos o pinturas de bajo precio y escasa calidad que se vendían fácilmente.
El ‘kitsch’ surge como copia de baja calidad de los productos culturales de la élite
Continuando –modo sociológico- con la etimología, lo kitsch remite al gusto vulgar, ordinario o grosero, de una burguesía provinciana que envidiaba el status de las élites sociales y culturales alemanas.
De ahí, del deseo compulsivo de imitación, surge el kitsch como copia low cost y low quality de los productos culturales de la élite. Así, de esta manera, la burguesía de provincias pretendía alcanzar el status de las élites.
No lo consiguió. En el mejor de los casos, una mala copia. Una parodia. Una farsa.
En la actualidad, lo kitsch suele identificarse con el universo, cursi y presuntuoso, de mercancías de mal gusto de todo a cien –de las estatuillas a los programas de televisión pasando por las revistas del corazón- que inundan el mercado.
La mercancía ‘independencia’ es provinciana y està pasada de moda
En este sentido, bien puede decirse que la mercancía “independencia” es otro artículo kitsch que ha anegado el mercado político, social, ideológico, comercial y sentimental catalán.
Una mercancía antigua (la resurrección del llamado principio de las nacionalidades del siglo XIX), pasada de moda (está en boga en algunos lugares y es sinónimo de localismo provinciano), pretenciosa (ahí está el supremacismo), de mal gusto (un antojo que conduce a la fractura social), fea (causa desagrado y aversión en una mayoría de la población).
A su vez es cursi (pretende ser refinada y elegante sin conseguirlo), provinciana (excesivamente apegada a una parte del territorio) y de fácil salida en el mercado (las emociones y las promesas sin fin fabricadas en serie, a bajo precio, con colorines, y convenientemente empaquetadas, venden).
El kitsch independentista da gato por liebre, amuebla el espacio y la consciencia del ciudadano, asalta todos los canales de intermediación informativa, fomenta el consumismo acelerado de signos nacionalistas y promueve el fetichismo de la mercancía que acaba dominando al sujeto.
Apelar a los sentimientos
El kitsch independentista apela a los instintos más elementales, deviene una dictadura del corazón, prescribe la realidad, limita la reflexión, recorta la ponderación, elimina la crítica, perpetúa el fraude y expende un humo que llega a ser asfixiante.
El objetivo: la búsqueda –estímulo y reacción- del efecto deseado. Sea la ampliación y movilización de la base secesionista, sea la cesión o capitulación de Estado.
Me vienen a la cabeza dos reflexiones del escritor checo Milan Kundera que bien podrían adaptarse a la insoportable prepotencia del independentismo:
Milan Kundera (1): “La necesidad del hombre kitsch es la necesidad de mirarse en el espejo del engaño embellecedor y reconocerse en él con emocionada satisfacción”.
Milan Kundera (2): “En el imperio del kitsch totalitario las respuestas están dadas de antemano y eliminan la posibilidad de cualquier pregunta. De ello se desprende que el verdadero enemigo del kitsch totalitario es el hombre que pregunta”.