El juego macabro de la tensión
Sánchez no quería un PP centrado y no lo va a tener. Las consecuencias no van a ser nada buenas ni para España ni para su política
Cuando España estrenaba su primera democracia de corte europeo, las anteriores no pasaron de desgraciados simulacros, aprendimos que una de sus virtudes consistía, consiste aún otros lares y debería consistir por doquier, en absorber las tensiones de la sociedad, resolverlas en lo posible o cuando menos encauzarlas y aminorar sus efectos más conflictivos.
Casi sin darnos cuenta, estamos en lado opuesto de tal concepción. En vez de absorber tensiones nuestros políticos tensionan la sociedad endosándoles sus propias peleas y desavenencias, no con el fin de atraérsela hacia sus propuestas o alternativas sino de provocar el rechazo visceral del oponente.
La llamada guerra cultural es un invento de la extrema derecha norteamericana que funciona, si bien del modo simplista tan propio de aquel país, a base de socavar la legitimidad de los demócratas. Obama sorteó las embestidas republicanas del tea party a base de predicar y simular unidad donde no la había. Trump alcanzó la presidencia mediante la táctica de la demolición sin cuartel del oponente, incluyendo el ala moderada republicana. Biden recogió el guante y señaló a Trump como el gran peligro para su país.
Ya en tiempos de Aznar dio comienzo la importación de los modos y maneras de la derecha americana. El PP acabó mal debido a la idea aznariana, demasiado atrevida y poco meditada, de desgajar España del núcleo central europeo y afiliarla al eje atlántico angloamericano. Olvidó algo que lo italianos siempre han tenido en cuenta y que los británicos descubren ahora horrorizados. A saber, que América no respeta a los vasallos pero sí a lo amigos que toman decisiones por su cuenta y son capaces de plantar cara.
América no respeta a los vasallos pero sí a lo amigos que toman decisiones por su cuenta y son capaces de plantar cara
Primero la Guerra de Irak, con su trágico corolario del atentado de Atocha, y luego los problemas de Gran Bretaña tras el Brexit, a los que cabe añadir la absoluta dependencia hispana del Banco Central y el efectivo poder de Bruselas, han devuelto la península al cuerpo central europeo. De eso no hay duda y hay para rato, por no decir para siempre porque esa es una palabra muy larga.
Cierto es que Zapatero cayó, al dictado de Europa, por su falta de visión de la magnitud de la crisis y su excesiva confianza en la solidez de la economía española. Pero no hay que fiarse de la geoestratègia en todos los aspectos. Si en el económico ya todo estamos atados y bien atados a Europa, con la deuda por unas nubes antes inimaginables y ahora autorizadas, aconsejadas y hasta avalada gracias a la concatenación de la pandemia con la invasión de Ucrania, en el político seguimos descendiendo por la senda de la degradación.
El irresolutivo y por ello errático Pablo Casado, alternando velitas de arena a santa concordia centrista para luego descalificar a los socialistas con paladas de cal viva, fue un auténtico chollo para Pedro Sánchez. A Casado, su propio cuerpo y Vox, además de Ayuso, le pedían guerra. Pero el efímero líder no acertaba a desprenderse de las intermitencias. A la calle.
Contra lo que habían previsto quienes se unieron para hundirlo, el advenimiento de Feijóo conllevó la separación entre los espacios de consenso y los de disenso. Feijóo pretendía devolver en lo posible a España los modos y maneras imperantes en los países europeos más avanzados. Después del éxito en Andalucía, los suyos no disponían de espacio para punzarle y azuzarle. El sendera de la gloria exigía un PP centrado y zampándose a Vox, como él y Moreno habían demostrado.
Pero si sus radicales, que son muchos, no disponían de instrumentos y argumentos para desplazar a Feijóo, Sánchez ha venido en su ayuda. Es pedro Sánchez, con toda la intención y sin cortarse un pelo, quien ha dado un empellón tras otro al PP a fin de expulsarle del centro.
Oportunidad perdida
De este modo, España acaba de perder una oportunidad preciosa, tal vez el último tren en bastante tiempo, para moderar el comportamiento de los políticos a favor de los ciudadanos. Ahora y hasta el fin de la legislatura, van a ser los políticos quienes trasladen sus tensiones a la sociedad. A ver si aguanta.
Este y no otro es el afán, el método, el propósito. Sánchez no quería un PP centrado y no lo va a tener. Las consecuencias no van a ser nada buenas ni para España ni para su política. Veremos si sigue en La Moncloa a principios del 2024 o si Feijóo más Vox alcanzan mayoría para desbancarle.
Eso no se sabe. Pero lo que es seguro, fijo, inamovible, es que según los socialistas la derecha vuelve a ser el gran peligro para el bienestar de los españoles y para los populares Sánchez se ha convertido en el líder que a fin de mantenerse en el poder sacrifica España y su unidad.