El Islam, sí, es un problema, aunque gane Occidente
Cuando se producen atentados terroristas, lo primero que se debe hacer es condenarlos, ayudar a las víctimas y dejar de lado las explicaciones o las interpretaciones apresuradas.
Lo ocurrido en París, sin embargo, no es casual. Es el terrorismo islámico, que golpeó en Nueva York, en Nairobi, Dar-es-Salaam, Madrid, Londres, y también París en los últimos años. Es cierto que se debe tener en cuenta el factor internacional: todos los ciudadanos, todos, cada uno con la responsabilidad que tenga, debería entender que nada le es ajeno, y que Europa no puede asistir como si no pasara nada ante la destrucción de un estado como Siria.
Y todos deberíamos preguntarnos cómo es posible que se sientan atraídos por el Estado Islámico los jóvenes de las segundas generaciones de musulmanes que viven en las principales ciudades europeas. Los especialistas aseguran que buscan una identidad que los países a los que emigraron sus padres no les han dado. Esas preguntas hay que hacérselas y mejorar la integración de todos los ciudadanos, buscando ese estado neutral que defendía John Rawls, y que es verdad que estamos lejos de conseguirlo.
Pero Occidente, pese a sus errores, pese a sus actos de hipocresía, avanza, y lo que se demuestra es que tiene un verdadero problema con el Islam, y con la utilización que del Islam hacen determinados países poco amigos, precisamente, de las democracias liberales.
Los expertos señalaron hace más de una década que los islamistas iniciaban el declive. Fue Gilles Kepel, uno de los principales asesores de los gobiernos franceses que influyó en la retirada de los elementos religiosos de las escuelas, el que en su libro La Yihad demostraba como el deseo de las sociedades musulmanas era el de acercarse a los valores de la democracia occidental.
Porque todos los ciudadanos del mundo quieren lo mismo: algo de bienestar y paz, y la voluntad de que les dejen hacer sus vidas. Los atentados de Nueva York en 2001, poco después de la publicación del libro, y los siguientes en Madrid y Londres, dejaron a Kepel algo desacreditado. Pero sus tesis siguen siendo válidas. Señala que lo que se ha producido es una guerra interna en el seno del Islam, y así lo describió en Fitna, Guerra en el corazón del Islam. Los musulmanes aman su religión, pero otra cosa es que los fanáticos traten de dominar sus vidas.
El Islam político está en declive, y el islamismo, según Kepel, no sería otra cosa que una guerra civil, una fitna, en árabe, que se ha desatado en el corazón del Islam.
La cuestión es de vital importancia. Acabamos de sufrirlo en París. Y, aunque sea incómodo, habrá que tener en cuenta que es al Islam al que le toca solventar ese cáncer.
No explican esa idea occidentales orgullosos de sus liberales vidas, sino expertos que conocen el paño, como Samir Khalil, jesuita, nacido en El Cairo, profesor de Historia de la Cultura Árabe y de Islamología en Beirut y Roma. En diferentes entrevistas, Khalil refleja una misma idea: los mulsumanes que impulsan un proyecto totalizante utilizan todos los resortes, y lo hacen en Europa gracias a la tolerancia del continente, que pasó por la Ilustración. «Europa es estúpida si no ve eso, si no se da cuenta de que pueden usar la tolerancia para islamizar Europa», ha llegado a afirmar.
El Corán, que guía a todos los musulmanes, indica Khalil, constata que no es una religión para la guerra, pero tampoco para la paz. «El Islam es sólo violencia, se dice, y eso no es verdad, pero también se afirma que el Islam quiere decir sólo tolerancia y paz, y eso también es falso», indica.
¿Quién le pone el cascabel al gato? Los propios musulmanes, los que defiende Kepel, tratan de hacerlo, y condenar todos los actos terroristas. Lo que ocurre es que los que tienen el poder, los estados autocráticos musulmanes, no parece que vayan con gran celeridad por el mismo camino.