El irresistible encanto de Pegasus
La diferencia entre Pegasus y el tráfico de drogas es que los únicos que pueden perseguir y castigar a los delincuentes en el primer caso suelen estar a las órdenes de quienes abusan. Por eso no les van a juzgar y menos a encarcelar
A día de hoy, la humanidad, la provista de móvil, que es la que cuenta, se divide en dos categorías. Una, compuesta por la inmensa mayoría de mindundis espiados a base de algoritmos. En general con finalidades en principio comerciales pero sin descartar el control ideológico o la utilización electoralista de la información obtenida. Eso es el espionaje a bulto.
La otra categoría está compuesta por el muy escaso número de las pobres e inocentes víctimas del espionaje al detalle y por quienes les espían o lo harían si osaran. Las dos tipologías de esta alta categoría, espiadores y espiados, suelen andar juntas aunque no siempre revueltas. En cualquier caso, está severamente limitada a las élites, las que pueden permitirse el dispendio, no a cargo de su bolsillo sino a las mismas partidas con las que se costean sus viajes o los reservados en los restaurantes.
Banqueros entre banqueros, capitanes de grandes empresas entre ellos, gobiernos entre gobiernos… o alguien cree que mientras Marruecos espiaba a ministros españoles los ministros marroquíes no eran sometidos a minuciosas escuchas mediante tecnología y personal especializado pagados con nuestros impuestos. En estos menesteres, la ingenuidad ni está invitada ni es bienvenida.
En los países democráticos, el espionaje a bulto, incluso más sofisticado que el de Pegasus, no viola por completo la intimidad del ciudadano, o por lo menos no la hace pública, muy a pesar de quienes se afanan en compartirla a través de las redes sociales. Pero puede ayudar a las grandes compañías, vía delimitación de target sensible a determinados mensajes, y asimismo contribuir en gran manera a ganar elecciones.
Por otra parte, y la que en puridad puritana, la que no existe, debería ser la única cara de esta moneda convertida en prisma de cien lados, debemos agradecer el final de los atentados yihadistas a los centros estatales de seguridad. Los atentados seguirían estando a la orden del día sin las herramientas de espionaje masivo, esas que detectan primero posibles amenazas a través del análisis de miles de millones de mensajes y pasan luego al posterior seguimiento individualizado de los amenazadores.
Dejemos pues aparte la legítima seguridad nacional y el ciberespionaje estratégico, mediante el cual los Estados Unidos demostraron estar informados al milímetro de los planes invasores de Putin mientras Europa estaba en babia. El resto, el que responde a intereses grupales o políticos, debería suprimirse o por lo menos perseguirse… claro está que en un mundo ideal. No en nuestro a pesar de todo tan agradable paraíso.
Quienes tuvimos la paciencia de seguir durante un rato, y ya es mucho pedir, la sesión del Europarlamento dedicada a Pegasus pudimos concluir, y por unanimidad, que nadie con capacidad real de limitar el uso de esta u otras herramientas, piensa mover un dedo para otra cosa que no sea correr un precavido velo sobre el asunto. Lo único que queda claro es un viejo y cínico mensaje tan viejo como las historias de espías: TONTO EL QUE LO PILLEN.
Pegasus se vende a Estados, se supone que bajo la condición de que no lo revendan a terceros. Se supone también que en su interior habrá cortafuegos para evitar copias, pero no para evitar un uso indebido o la cesión a organismos no estatales (algo así como realquilar un apartamento) a no ser… a no ser que Pegasus traslade de forma sigilosa a Israel, el país que lo ha puesto en circulación, todo lo de todos los que espíen a través de él. En este supuesto, el espionaje universal a las élites del mundo con beneficio político astronómico es mucho mejor que el beneficio económico resultante de venderlo.
Los que pertenecemos a la primera categoría podemos perdernos en elucubraciones pero por lo menos estamos bastante protegidos por el número. Somos tantos miles de millones que el Big Data nos trata con números, no como individuos cuyas decisiones representen un peligro para otros con capacidad de enterarse espiándolos. Alguna ventaja representa no destacar demasiado.
Que las élites se fastidien pues entre ellas mismas, pues mira. ¡Que desde con sus Pegasus se bombardeen! Otra cosa, a mi modesto y desconfiado entender irrelevante en la práctica, es la legalidad o ilegalidad del espionaje. Pegasus y los caballos alados desconocidos del gran público pero asimismo útiles a las élites, son como las drogas. Solamente es legal su uso con finalidades médicas, pero en realidad ya saben.
La diferencia entre Pegasus y el tráfico de drogas es que los únicos que pueden perseguir y castigar a los delincuentes en el primer caso suelen estar a las órdenes de quienes abusan. Por eso no les van a juzgar y menos a encarcelar.
Por eso si se descubre algún caso, no será desde los organismos supuestamente encargados de vigilar si ellos mismos cumplen la ley y hasta qué punto. Lo del espionaje a independentistas ha salido muy probablemente a la luz gracias a independentistas que usan tecnología muy sofisticada. A no ser que el chivatazo venga de los dueños de Pegasus. Tonto el que lo pillen.
En fin, que el presente escándalo quedará en nada. Y en nada habría quedado ya si una parte del independentismo, la que no dispone de argumentos para simular que sigue en la brecha, dispusiera de otro clavo al que agarrarse.