El independentismo juega a la oca
En su enésima demostración de malabarismo político conceptual, los partidarios de la independencia de Cataluña se han sacado un nuevo as de la manga. Como si hubiesen hallado al fin la piedra filosofal, o más bien como si hubieran descubierto la tan antigua y conocida sopa de ajo, estas fiestas navideñas nos han obsequiado con la conversión del tan traído y llevado como gastado Pacto Nacional por el Derecho a Decidir en el Pacto Nacional por el Referéndum.
Ojo al dato, porque con esta nueva propuesta resulta que el conjunto del movimiento independentista catalán, encabezado en la actualidad por Carles Puigdemont y Carme Forcadell, ahora da una inesperada marcha atrás y apuesta por un referéndum vinculante, y por tanto legal y acordado con el Gobierno de España.
¿De qué me suena a mí esta fórmula? ¿No es la defendida años atrás, entre otros, por el socialista Pere Navarro y el democristiano Josep-Antoni Duran Lleida, que por defender semejante propuesta fueron objeto de toda clase de descalificaciones políticas e incluso algunas a título personal?
Pues sí, resulta que es la misma propuesta entonces tan criticada y menospreciada por casi todos aquellos que ahora la proponen. Bienvenida sea esta tan sabia e inteligente rectificación, aunque en buena lógica debería venir acompañada con las correspondientes excusas y el reconocimiento público a quienes fueron criticados tan burda como insistentemente por defender esta opción desde un buen principio.
Permanentemente encerrados con un solo juguete como mínimo desde hace ya cinco largos e interminables años, los independentistas catalanes practican una suerte de incesante soliloquio solipsista, una especie de autismo político que resulta altamente preocupante.
Los hay que aseguran que se hallan vagando sin cesar por un laberinto en el que no encuentran ningún tipo de salida. Otros sostienen que dan vueltas sin cesar a una noria sin obtener nada a cambio, sin extraer del pozo ni tan siquiera un simple botijo con unas pocas gotas de agua.
En realidad juegan a la oca, aquel popular juego infantil de mesa en el que, si la suerte te es adversa, a menudo vienes condenado a regresar a la casilla de salida. Esto es lo que les ha sucedido ahora, en su voluntad de sumar nuevos adeptos a su causa, como han hecho con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y con ella también con la confluencia catalana de Podemos, que han condicionado su adhesión a este nuevo pacto a la doble condición de que el referéndum debe ser legal y acordado.
Todas las muestras demoscópicas realizadas estos últimos años dan resultados muy parecidos. Es harto conocido que la realidad es siempre muy tozuda. En Cataluña ha crecido mucho el sentimiento independentista en pocos años, pero una y otra vez constatamos que la sociedad catalana está divida en dos mitades prácticamente idénticas respecto a la voluntad de independencia.
Sin duda esto era inimaginable hace menos de una década y solo ha sido posible por la cerrazón y la reiterada negligencia con que el gobierno del PP presidido por Mariano Rajoy se ha negado a gestionar esta cuestión. No obstante, conviene tener en cuenta que esta división en dos mitades de la sociedad catalana ni de lejos configura una mayoría social suficiente para emprender un proceso de independencia con unas mínimas garantías de reconocimiento internacional.
Además, resulta que son realmente muy pocos, sólo el 18% de los ciudadanos de Cataluña, los que creen que este tan complejo y enrevesado proceso de transición nacional acabará algún día en la independencia de Cataluña, esto es en su separación política de España.
De ahí la práctica del juego de la oca por parte de los principales actores del movimiento secesionista. Siempre es mejor jugar a la oca que marcar el paso de la oca. Y siempre es mejor ser condenado a regresar a la casilla de salida que quedar encerrado en la cárcel, como sucede en no pocas ocasiones jugando a la oca.