El independentismo de octubre del 22

Es cierto que su postura va con los tiempos y convierten al president Aragonés casi en un hombre de Estado, pero nadie debe fiarse, todo por convertirse en la primera fuerza en Cataluña

El tortazo parlamentario que le pegó Pedro Sánchez a Núñez Feijóo la semana pasada en el Senado fue limpio y sonoro. Lo fue porque era una bofetada simple y bien construida: “Qué prefiere usted, señor Feijóo, la Cataluña de octubre de 2017 o la de octubre de 2022”. No había mucho más que decir.

Pero, aunque la frase resuma la visión que tiene el PSOE sobre lo que ocurre en Cataluña, las cosas no están tan relajadas como intenta aparentar Sánchez. Que no existe tensión en las calles es innegable. La movilización, de momento, parece olvidada. Y una cosa es cierta, quien debería movilizar no tienen ni tanta fuerza, ni tantos apoyos.

A pesar de ello, las tensiones entre los diferentes partidos independentistas y sus posibles consecuencias merecen una atención que no debe ser entendida como un olvido en su habitual metodología de tensionar la relación con el Estado. Al mínimo despiste vuelve.

Sí, es cierto que la intensidad no es la misma. Pero ERC, por ejemplo, siempre ha sabido esperar. Aunque desde Junts los presenten como la formación de la resignación y su grupo parlamentario en el Congreso no haya presentado dificultades para que los Presupuestos Generales sigan su camino, la estrategia es solo una pose.

Es cierto que su postura va con los tiempos y convierten al president Aragonés casi en un hombre de Estado. Pero nadie debe fiarse. Es lo que les toca. Todo por convertirse en la primera fuerza en Cataluña. Los tiempos huelen a eso, hasta que se acaben. Con la Generalitat restablecida, Esquerra no fue una formación de muchos votantes. Su presencia comenzó con fuerza en las elecciones de 2012 y desde esta campaña, siempre han ido hacia arriba, con algún pequeño percance, hasta lograr la presidencia. Ahí anda su prioridad.

En la fotografía, sin embargo, parece como si todos estuvieran fuera de plano. ERC haciendo de partido centrado y JxCat, la antigua Convergència, de partido radical, estilo CUP, en consonancia, eso sí, con otras formaciones regionales a la derecha que existen a lo largo de Europa.

Afortunadamente para estos dos partidos las próximas elecciones son municipales. En esa contienda se cuenta más con el protagonismo local del líder o el trabajo puntual que hayan o no realizado que con la visión ideológica de la marca.

Sin embargo, en los dos casos será una incógnita que marcará la política catalana en los cinco próximos años. Los partidos que no juegan en la liga de los independentistas pueden centrarse en el ciudadano más que en cuestiones abstractas. Pero del resto, todo será una incógnita que ni los propios líderes de esos partidos saben hacia donde podrá inclinarse la balanza.

El Consell Nacional que celebró este fin de semana el partido de Jordi Turull en Vic ha marcado muy claramente lo que serán las formas de actuar de este partido en los próximos meses. Caña para todos. Sobre todo, para Esquerra. Y así, al calificarlos de alternativa de “la resignación”, los trata de cobardes. Y ya se sabe que la independencia es de los valientes, mensaje repetido por los de Puigdemont en muchas ocasiones.

Pero la valentía va por barrios. Durante estos días hay muchos dirigentes de esta formación que están entrando a valorar la forma de presionar de una forma más decidida. En Madrid es mucho más sencillo. No hay casi nada que perder, nada más se puede actuar pensando en las próximas elecciones del otoño próximo.

Otra cuestión es en Cataluña. Comienza a sonar entre los dos partidos la idea de una vuelta de Puigdemont. Es una propuesta de reacción, no con fundamento. “Pues si quieren valentía y no resignación que Puigdemont haga el viaje de vuelta”, comentaba un dirigente de Esquerra en “off” ciertamente molesto con la declaración de “resignación”.

Es evidente que la vuelta de Puigdemont significaría la detención inmediata del político en busca y captura y su ingreso en la cárcel. Una acción de este tipo dinamitaría en un instante la estrategia de ERC y movilizaría de inmediato la calle.

Esta es una posibilidad que siempre ha tenido sobre la mesa Moncloa. Le da un nivel de credibilidad muy pequeño, ya que si Puigdemont huyó fue para evitar la cárcel. Pero el temor siempre ha estado ahí. Aunque en este momento decir que el que fuera president tiene respaldo de algún partido con siglas en Cataluña, es como plantear que una vuelta de Messi al Barça sería recibida por un clamor en el estadio.

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