El independentismo catalán no vuelve a casa

El nacionalismo catalán regresa a la plantilla eslovena: deslealtad y violencia. ¿Lo peor? Parece la antesala de Croacia y Bosnia

Al nacionalismo catalán siempre le ha gustado jugar a ser Ulises. Pero, a diferencia del clásico, nuestro Ulises local se ha creído todos los cantos de sirena que iban llegando a sus oídos. Y ha ido de frustración en frustración. Repasemos brevemente su recorrido. La conclusión, al final.

A finales del XIX, y durante las primeras décadas del XX, Hungría, Creta, Finlandia, Renania, Noruega, Alsacia-Lorena, Polonia, Bohemia, Croacia, México, Albania, Cuba o Irlanda fueron algunos de los modelos en los cuales buscaba inspiración el incipiente nacionalismo catalán.

El nacionalismo pretende desgajar un territorio de un Estado legalmente constituido

¿Qué buscaba? Instruirse en la teoría y práctica nacionalistas: cómo sacar tajada nacional de la caída de los imperios (el imperio de los Habsburgo o España) y qué aprender de las naciones emergentes que afirmaban su identidad (Bohemia-Checoslovaquia).

De esta manera,  el nacionalismo pretende desgajar un territorio de un Estado legalmente constituido (la separación de Noruega de Suecia) o cómo excluir a la mitad de la población con criterios nacionales (Irlanda).

La búsqueda de un modelo para alcanzar la independencia continuó durante la segunda mitad del XX. De acuerdo con el tercermundismo de los 60 y 70 del XX, el nacionalismo catalán dirigió su mirada a Argelia, Cuba y Vietnam.

El nacionalismo catalán se ha basado en la premisa de que Cataluña era una colonia explotada por España

Lo hizo con categorías analíticas como “colonia interior” o “centro” y “periferia”. Como Cataluña era una colonia explotada por España, se imponía la liberación nacional.   

La implosión de la Unión Soviética y los Balcanes hizo que el nacionalismo catalán reorientara el rumbo hacia Lituania, Estonia, Eslovenia o Croacia. “Cataluña y Lituania un mismo combate”, decían. Y muchas visitas a las repúblicas bálticas. Y halagos a Estonia, Croacia y Eslovenia.     

El caso es que el modelo tercermundista, báltico y balcánico, se deshizo como un terror de azúcar. Etnicismo, exclusión, dictadura y violencia. Quizá por ello, algunos recurrieron al Jura. Y otros a Israel.  

De frustración en frustración, el nacionalismo catalán –el Ulises independentista catalán- apostó por Quebec y Escocia. Ahora sí, pensaba. Una nueva frustración.

Al independentismo se le han agotado todos los modelos

Por partida doble: 1) quebequeses y escoceses rechazaron la independencia, y 2) quebequeses y escoceses actuaban de acuerdo a la legislación vigente en Canadá y el Reino Unido.

Así las cosas, ¿en qué modelo inspirarse? Se agotaron todos. Aunque sí quedan dos: Etiopía y el Archipiélago de San Cristóbal y Nieves, únicos países que reconocen el derecho de autodeterminación. Tiempo al tiempo.   

El nacionalismo catalán, sin modelo, no vuelve a casa por Navidad y regresa a la plantilla eslovena: deslealtad y violencia. Y la antesala de Croacia y Bosnia. ¿Una ocurrencia de Joaquim Torra? No. Recuerden los viajes –2013- a Eslovenia y los artículos laudatorios al respecto.

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont en Ginebra el pasado 20 de diciembre.

un camino a ningún lugar

Hay quien desea recuperar la vía escocesa, quien propone la vía noruega de separación de Suecia, y quien retoma el tercermundismo del XX

Llegados a este punto, algunos piensan en la vía catalana. ¿De qué estarán hablando? ¿De la unilateralidad –deslealtad institucional y constitucional- que ha llevado al abismo y la fractura social? ¿De la revolución de la sonrisa que coquetea y algo más con la violencia?

Última hora: hay quien desea recuperar la vía escocesa, quien propone la vía noruega de separación de Suecia, y quien retoma el tercermundismo del XX al reclamar una comisión internacional que medie entre Cataluña y España para hacer efectivo el referéndum de autodeterminación.

Y, por si fuera poco, el presidente Joaquim Torra amenaza con “el año de la libertad” que “hará caer los muros de la opresión”. Da miedo.   

Lo mejor que puede hacer nuestro Ulises es no volver a casa ni por Navidad, ni por Año Nuevo, ni por Reyes, ni por Pascua, ni por la verbena de San Juan, ni por la Virgen de Agosto, ni por Todos los Santos, ni por la Inmaculada. Que se quede en la soñada Ítaca y deje de dar la vara.

La demagogia del nacionalismo catalán   

¿Y si Ulises –más de un siglo vagando por el mundo- volviera a casa? Si eso ocurre, debería huir del fundamentalismo, la demagogia, el populismo, y la ficción e instalarse, de una vez por todas, en la realidad.

¿Qué realidad? La del hermano español y el patriotismo constitucional. No es una ocurrencia ni una provocación.  

Con España ocurre igual que con Estados Unidos: es muchísimo mejor estar bajo su paraguas protector que no estarlo. Y más cuando se es parte constituyente –ser y estar- de la misma.

La prueba irrefutable –que me perdone Karl Popper– de lo dicho: el independentismo catalán sostiene lo contrario.        

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