El independentismo catalán: adicción y ludopatía
El adicto comulga con las mentiras y engaños al tiempo que rechaza, por principio, cualquier interpretación alternativa
La pregunta: ¿cómo es posible que el independentismo catalán –tarjeta de presentación: voladura del Estatuto y la Constitución, ilegalidades sin solución de continuidad, inestabilidad política, inseguridad jurídica, engaños, mentiras, fuga de inversores y ahorradores, desaceleración económica, fractura social- haya conseguido movilizar a cientos de miles de personas y a un par de millones de electores?
¿Cómo es posible que buena parte de una sociedad avanzada y desarrollada apueste por una distopía con todo lo que ello implica?
Los motivos por los que algunos catalanes apuestan por la deriva independentista son psicológicos o sociales
Diversas respuestas, al respecto. Hay quien recurre a conjeturas psicológicas (emociones y sentimientos, gregarismo, exaltación identitaria, manipulación mística, narcisismo de las pequeñas diferencias, síndrome de la nación elegida, determinados rasgos neuróticos).
Otros argumentan razones sociales (educación, adoctrinamiento, control del ambiente, medios de comunicación, redes sociales, agitación y propaganda) o políticas (una épica de todo a cien al alcance de cualquiera, populismo, apetito de poder de las élites locales, debilidad del Estado)
Incluso hay quien aboga por motivos económicos (xenofobia del bienestar, rebelión fiscal, crisis económica, competición por los recursos).
En la sociedad catalana, la adicción independentista es vista como algo normal
En cualquier caso –más allá de las hipótesis señaladas-, el independentismo ha devenido una particular adicción. Dicho sea en un doble sentido: por un lado –a la manera de la psicosociología-, dependencia o afición extrema a alguien o algo; por otro lado –a la manera del derecho romano-, la addictio entendida como atribución de dominio o propiedad de lo que se considera propio.
Hay que añadir que la dependencia y la addictio se imbrican entre sí. Una se sobrepone a la otra y viceversa. Finalmente, la adicción independentista es vista y vivida como algo normal.
El adicto comulga con las mentiras y engaños al tiempo que rechaza, por principio, cualquier interpretación alternativa. El adicto se niega a conocer y reconocer lo distinto.
El adicto vive en un mundo propio –noticias, lecturas, discursos, consignas, documentales, canciones o manifestaciones- que le enemista con una realidad que es incapaz de asumir. El adicto es un fundamentalista que se atrinchera y retrae.
La adicción –el ensimismamiento independentista, en este caso- tiene sus consecuencias perversas: dificulta la correcta percepción de la realidad, complica la relación con el mundo exterior, incluye el Nosotros y excluye el Ellos, fomenta el gregarismo y se convierte en un estilo de vida.
La adicción independentista confunde el mundo secesionista con el pueblo de Cataluña, olvida que un gobierno autonómico está únicamente habilitado o mandatado para administrar una autonomía, se extravía cuando interpreta groseramente el Derecho Internacional.
Y más cosas. Por ejemplo: entiende la legalidad como un muro de incomprensión y/o rechazo, concibe la deslealtad institucional y constitucional como un acto de dignidad, alucina con una inexistente República Catalana ejemplar. Y supone que Cataluña, por ser –dicen- una nación, tiene derecho a todo.
El independentismo: de la adicción a la ludopatía
La adicción suele conducir a la ludopatía. Cosa que ocurre, sin ir más lejos, con el independentismo catalán y el independentista catalán.
El mecanismo: el independentista, como el ludópata, no puede frenar el deseo compulsivo y continúa jugando y apostando por devoción y obligación.
Y corre el riesgo de ser víctima de alguna suerte de disfunción o sentimiento –frustración, ira, intolerancia, odio, ansiedad- consecuencia del hiato existente entre el deseo y la realidad.
Ante las adicciones y ludopatías, la psicología recomienda la terapia cognitiva conductual o la terapia relacional emotiva. En síntesis: la conversación que elimina las ideas preconcebidas y consigue que el individuo supere el infantilismo del todo lo quiero.
El primer paso: aceptar la adicción que se padece.