El hundimiento… o no
Una legislatura muerta con el cadáver dentro de la Cámara sería insoportable. Si Rajoy no se ha dado cuenta lo hará al comprobar su soledad durante la censura
El nombre algunas películas resulta particularmente evocador. El Hundimiento, de Oliver Hirshbiegel (Der Untergang, 2004), es uno de ellos. El título no solo traduce el significado del vocablo alemán, sino su sentido: el final aciago de algo; su aniquilación.
Llevaba tiempo queriendo encabezar una columna con esa tremenda palabra –hundimiento— pero hasta ahora me había parecido excesiva. Cuando algo se hunde, desaparece para siempre. ¿Asistimos al hundimiento de Mariano Rajoy?
Tras la sentencia de la Gürtel, parecería inevitable. Aunque se arguya que falta recurrir al Supremo, o que el voto particular del juez Hurtado es significativo, o que la coletilla de “a título lucrativo” es una eximente, la censura es demoledora.
Es irrelevante que los hechos se refieran a unas localidades y a un periodo determinado; el veredicto incrimina a todo el Partido Popular y condena su manera de ejercer el poder.
La reacción de Rajoy al tsunami fue convertir al PSOE en la amenaza contra “la estabilidad” de España como si la sentencia fuera un hecho menor
Otra cosa diferente es cómo se consuma el hundimiento. O cuándo. En una democracia fuerte, no sería necesario exigir la dimisión del líder de un partido declarado corrupto por los tribunales. Lo haría inmediatamente. Pero en la democracia española, la lucha entre las cuatro primeras fuerzas, separadas en las encuestas por muy pocos puntos porcentuales, relega la ética a los discursos y a los tuits.
En la naturaleza de Mariano Rajoy no está dimitir. Su reacción al tsunami que se le vino encima a partir del pasado jueves fue convertir al PSOE en la amenaza contra “la estabilidad” de España, como si los hechos probados que describe la condena fueran un detalle menor.
Para Rajoy y para el PP, la única prioridad es superar la moción de censura presentada por el impaciente secretario general socialista. María Dolores de Cospedal, que por algo es la ministra de defensa, apuntó contra Pedro Sánchez su artillería más pesada: “pacta en secreto con los separatistas” y, por lo tanto, es “un enemigo del Estado de Derecho”.
Lo que se juega Sánchez
Palabras tan gruesas delatan la amenaza que percibe el Gobierno. Pero también dan la medida de los riesgos que corre el dirigente socialista. Si fracasa la intrincada alianza que necesita tejer contra reloj entre Podemos, independentistas catalanes, Bildu y el PNV, le dará a Rajoy lo que más necesita: tiempo. Y, además, tendrá que asumir la derrota como error personal. No se empieza una pelea sin la certeza de que se va a ganar.
La severidad de la sentencia cristaliza algo que íbamos conociendo por entregas: que el partido Popular no es digno de gobernar. La totalidad del arco parlamentario, salvo el partido incriminado, ya ha asumido que la legislatura está acabada y Rajoy se tiene que ir. Lo difícil es convenir la manera de hacer efectivo su hundimiento definitivo. Y cuándo.
Improvisación: Todos llegaron despeinados al mayor drama político de las últimas décadas
Hasta el jueves, El Partido Popular había interiorizado dos dogmas de su presidente. El primero, que las fechorías de otras épocas nunca le pasarían factura; el segundo, que la judialización de la política, que tan activamente ha practicado, jamás se le volvería en contra.
Es inexplicable que en La Moncloa no se previera el cataclismo que supondría una sentencia ‘dura’. Se conocía cuándo se iba a emitir y la posibilidad de que fuera severa. El atolondramiento de la primera reacción sugiere que no se preparó una estrategia para el peor caso. Todos llegaron despeinados al mayor drama político de las últimas décadas.
La improvisación abarca a todos los actores llamados a interpretar un papel en la crisis. Los partidos de la nueva política, que juegan con poca historia y sin el baldón de la corrupción, lo tienen más fácil. Podemos no pone condiciones a la iniciativa de Sánchez; Ciudadanos le pone una insuperable: que él no gobierne y que la moción sea tan solo un trámite administrativo; una moción instrumental con un candidato independiente –ni de Ciudadanos ni del PSOE— que ocupe el cargo el tiempo imprescindible para convocar elecciones.
Condiciones catalanas
El PNV, clave de bóveda de la difícil –casi anti natura— coalición entre izquierda radical, independentismo y abertzalismo que Sánchez necesita para desalojar a Rajoy sin Ciudadanos, ha emitido ya ruidos que señalan sus reticencias. Su único interés es retrasar el acceso de Rivera al poder.
Los catalanes, por su lado, no se terminan de poner de acuerdo sobre si exigir las condiciones maximalistas adelantadas por el president Torra o las posibilistas a esbozadas por Marta Pascal. La censura ofrece una oportunidad para recuperar protagonismo.
Como en el PSOE orgánico nadie quiere ahora decir una palabra fuera de tono, el inorgánico, encarnado por Alfonso Guerra, se ocupó el lunes de lanzar su carga de profundidad contra un acuerdo social-morado-amarillo-peneuvista comparando las ideas de Quim Torra con las de los nazis.
La apresurada presentación y trámite de la censura socialista inaugura una época de fenómenos y meteoros. Un portento no menor es el giro copernicano de El País. El buque insignia de PRISA se alejó hace años de la izquierda moderada para dar un apoyo matizado a Rajoy. Hasta el viernes pasado, cuando le dejó caer sonoramente, frenando a un paso de pedir su dimisión: La sentencia, decía en su editorial, “deja a Rajoy en una posición incompatible con la autoridad política y moral que se requiere para el ejercicio de su cargo”.
En los días siguientes, el diario se decantó hacia Ciudadanos con una advertencia al líder socialista: elecciones anticipadas y nada de acuerdo con los independentistas. Como comprobó en su día, nada de lo que se publica en determinados medios surge del vacío sino que refleja el sentir del establishment. Sánchez ignorará o no el aviso a su propio riesgo.
La coyuntura sobrevenida puede parecerle a Sánchez un regalo de la relatividad para burlar el continuo espacio-tiempo y lograr el protagonismo político que no tiene –no es diputado— para llegar a La Moncloa. Pero es probable que en breve se percate de que ese agujero de gusano puede provocar otros efectos contrarios a los que espera en el PP y en del resto de las fuerzas en presencia.
En Génova 13 hay más que preocupación; es algo parecido al pánico
De momento, aunque quiera, Rajoy no puede dimitir mientras esté vigente la moción. Con ello, gana algo de tiempo, que es instrumento político que mejor maneja. Tiempo para que Sánchez se desgaste intentando resolver su sudoku; para que las demandas y postureos de sus demás rivales se anulen entre ellos; para que el IBEX, la prima de riesgo y las “voces autorizadas” de la economía aconsejen que no se ponga en peligro la estabilidad…
Y, sobre todo, tiempo para que los movimientos internos en el propio Partido Popular desemboquen, tras la moción, en una iniciativa propia que salve los muebles. Los ecos que se escapan de. ¿Una salida ordenada de Rajoy que incluya su retirada de la política activa? ¿Elecciones anticipadas en un plazo relativamente breve? Con Rajoy, nada es imposible. Hasta que intente aguantar indefinidamente, que es lo que normalmente dictaría su naturaleza.
Rivera y la moneda al aire
Si a Albert Rivera le hubieran preguntado hace una semana si querría elecciones ya mismo, su respuesta habría sido no. La probabilidad de que el PNV decline sumarse a un frente común contra el presidente acabará por imponer la opción de un final de la legislatura.
La única pregunta es cuándo. Rivera sabe que ir a la urnas ahora es tirar una moneda al aire. Puede, seguramente, encumbrarse como primera fuerza, pero ¿qué mayoría podrá formar después? Su resultado de diciembre en Cataluña ya le ha demostrado, en primera persona, el significado de la expresión victoria pírrica.
Una legislatura muerta con el cadáver dentro de la Cámara sería insoportable. Si Mariano Rajoy no se ha reconciliado todavía con esa idea todavía, lo tendrá que hacer cuando compruebe las dimensiones de su soledad durante la sesión de censura el jueves y el viernes. Concluida –por fracaso ajeno más que por victoria propia—podrá determinar cuánto tiempo necesita para culminar su hundimiento en sus propios términos. Si le importa de veras el país que hasta ahora gobierna, no le queda otra.
El argumento de la estabilidad choca con el de la decencia. Y el de la paciencia. Al PP le quedan todavía muchas cuentas por saldar ante los tribunales: Taula, Lezo, Púnica, Erial y nuevas piezas de la Gürtel. ¿Marca España? Una España marcada, más bien.
Mientras se espera es desenlace del hundimiento, la ciudadanía contempla que el futuro inmediato de España y sus partes componentes está en manos de la generación más mediocre de líderes de la que se tenga memoria. A los daños de una crisis económica y social que ha resultado en una sociedad más desigual, se suma ahora una crisis política para hacerla, si cabe, más descreída. Más propensa, por tanto, a escuchar los cantos de sirena populistas del tono que sea.
Ese sí que sería un verdadero hundimiento.