El ‘hard-boiled’ de Jordi Pujol Ferrusola

Alguien escribirá que los anales de Catalunya fueron tranquilos bajo el frío Gobierno de Artur Mas. Camparon la porfía y el subterfugio. Mientras, la España invertebrada anhelaba la alternancia del príncipe Felipe, el Borbón ciudadano (le roi bourgeois), capaz de hacer olvidar el exceso plutocrático de una rama de su familia. Es esas, apareció Jordi Pujol Ferrusola (JPF), el primogénito, un inopinado financiero de dedos largos y brazo fuerte.

JPF conoce la Avinguda Meritxell situada en la Parroquia de Andorra la Vella, feudo de la banca en el principado pirenaico; también conoce Montevideo, la capital de Uruguay, pegada al río de la Plata y uno de los paraísos fiscales que Montoro tiene entre ceja y ceja. A JPF se le ha relacionado con la ciudadana barcelonesa M.V.A.M., amiga del primogénito y acompañante fiel en los pasos fronterizos que sortean con facilidad los amantes del billete de 500 euros, un rara avis de la actual economía de guerra. Dicen que a Jordi, la afición a la maleta le viene del abuelo Florenci, activista de la convertibilidad en la plaza de Tánger, ciudad donde también conoció al llorado Eduardo Haro Tecglen, entonces director del Diario de Tánger, un nido de “desafectos” postergados en la España del General.

M.V.A.M. acusó a Jordi ante la policía y lo “denunció por malos tratos”, afirma El Mundo. Todo indica que los atestados están de nuevo sobre la mesa de Pablo Ruz, el Juez de Instrucción número 5 de la Audiencia, y de nuevo el magistrado los ha trasladado a la Fiscalía Anticorrupción. La lenta maquinaria de la Justicia es inasequible. JPF, aficionado a los deportivos que corren en Le Mans, vive en la incertidumbre aunque sea a lomos del Ferrari 328 GTZ, el último que diseñó Enzo Ferrari.

Hubo un tiempo, antes de su impaciente hard-boiled (género duro), en que JFP quiso ser empresario. Desempeñó vocalías en consejos de administración, como el de Catalana de Polímeros, filial de la antigua Seda del rayón, que en tiempos de Alfonso Mortes y Lorenzo Gascón había sido un eslabón de la Red Gladio, una urdimbre de camisas pardas, tejida por los herederos políticos de El Duce. Pero donde JPF amasó grandes cantidades fue en Kepro, el germen inmobiliario de Diagonal Mar. Su socio de entonces, John Rosillo, descendiente vocacional de los Rosillo del mundo de los seguros, había adquirido los solares que lindaban con el Camp de la Bota y con los restos de una industria del pasado (la antigua Macosa o los almacenes logísticos de Montaña Quijano y Boixareu, entre otras instalaciones).

Nadie podía imaginar entonces la repercusión del metro cuadrado que hoy sostiene el Hotel Hilton, una atalaya pegada al mar y alineada con la Torre Agbar, junto a Les Glòries, el centro urbano real de la Barcelona diseñada por Ildefons Cerdà.

Kepro fue una mina de oro y parte de sus plusvalías fueron a parar a los bolsillos de JPF. Su socio, John Rosillo, introducido por Macià Alavedra en los círculos financieros de la Barcelona del fin de siglo, blindó su privacidad tras los muros de una mansión-masía situada en el término municipal de Santa Cristina d’Aro. Era un brote rebozado de lila italiano; un conjunto salpicado de cipreses, según el gusto de la Toscana, y circundado por mastines con collarín de espinas, atentos a la orden de algún capataz.

Nunca he visto a tantos hombres fornidos pegados a las paredes encaladas del interior de una casa. Había uno en cada puerta e incluso el servicio de cocina era seguido de cerca por la seguridad. Aquel día de nítido recuerdo para mí, a la hora del postre, John deslumbró a sus comensales cuando, apretando un botón, abrió automáticamente el suelo de la estancia para mostrar la auténtica entraña de la mansión. Una amplia escalera conducía hasta un salón subterráneo, sinfonía de neones y Lladró, que contenía un fumoir, una sala de juegos y una biblioteca aparente, cuyos libros de tapa dura daban a entender que el relieve viste más que el anaquel empapelado.

John Rosillo fue acusado por la Fiscalía a causa de sus negocios turbios. Regresó a Miami, uno de sus lugares de residencia, y dejó tras de sí el eco de terminaciones altisonantes como Interpol, fuga, ajuste de cuentas, etc., que jamás llegaron a confirmarse. JPF orientó sus inversiones en nuevos nichos, casi siempre polémicos, salpicando a su familia, en especial al debutante político, su hermano Oriol, el actual secretario general CDC. Este segundo es un hombre de mirada franca y mohín repentino; pero está perdiendo su imagen por pura dejación. “Bastará una imputación en el caso ITV para que se vea obligado a colgar las botas”, explica, amparado en el anonimato, un dirigente entristecido de su Federación. Oriol es un militante soberanista esculpido con el mismo cincel que le mostró su padre, aunque sobre un mármol menos resistente que el de su progenitor.

La Dinastía Pujol revive siempre. Por lo visto, la desmesura y el placer por el riesgo la fortalecen.