El hacha de la hiprocresía
La política catalana necesita reconciliarse con la verdad. Necesita enterrar el hacha de la hipocresía. Necesita un reequilibrio ideológico, a saber, más seguridad jurídica y menos cargas fiscales, más libertad y menos corrección política
Y el alcalde de Junts sacó el hacha. Su partido había liderado en el Parlamento catalán una normativa favorable a las mafias de la okupación ilegal, contraria a la propiedad privada y, por lo tanto, incentivadora de injustica y pobreza. Embadurnarse de la supuesta superioridad moral de la izquierda ha sido una tentación tan grande para los antiguos convergentes que no les ha temblado el pulso a la hora de sacrificar toda ética de la responsabilidad. Revolucionarios con corbata juegan con las propiedades de los otros, pero cuando los camaradas irrumpen en sus dachas, ay, se acaba la fiesta y se empuñan las armas.
La viral polémica del alcalde de Caldes de Malavella es un ejemplo más de la confusión ideológica que provocó el procés. El solapamiento de los ejes de conflicto político – cleavages– ha llevado a parte de la sociedad catalana a vivir en la mentira. Acostumbrados a acusar de fascismo al discrepante, han acabado creyendo que para ser independentista hay que compartir la ideología cupaire. Así, estos burgueses despistados, estos moradores del embuste, acaban comprando no solo la mercancía retórica de la izquierda antisistema, sino también su proyecto de decadencia moral y económica.
El separatismo es ya sinónimo de hipocresía. Prometieron un paraíso terrenal, pero fueron los primeros en sacar sus empresas Cataluña y en crear cuentas espejo minutos antes de declarar la independencia. Ellos, que habían golpeado la democracia y promovido la violencia, se rasgan ahora las vestiduras por una hipotética investigación por parte de los servicios de inteligencia del Estado. Antes, sin embargo, la Generalitat había espiado a políticos y activistas constitucionalistas.
Los ejemplos son infinitos. La presidenta del Parlament se hace funcionaria del mismo Estado al que tacha de opresor. Presidentes y consejeros nacionalistas llevan a sus hijos a escuelas trinlingües, mientras imponen el monolingüismo en la escuela pública bajo el falso mantra de que “la inmersión es un modelo de éxito y de consenso”. Inventan impuestos a las furgonetas de los sacrificados autónomos, mientras circulan impunes con su coche oficial. Critican despilfarros y abren embajadas inútiles por medio mundo.
El hacha de Salvador Balliu es el símbolo del separatismo entero, es el hacha de la hipocresía. La mitad de las denuncias por okupaciones de toda España se producen en Cataluña. Y esto solo es la punta del iceberg, porque, lamentablemente, son incontables las víctimas que no denuncian al no querer involucrarse en un farragoso y costoso proceso judicial. Los okupas deberían estar de patitas en la calle el mismo día de la denuncia, pero nacionalistas y socialistas prefieren proteger a estos vándalos antes que a las sufridas familias que observan impotentes como les destrozan su propiedad.
Solo un día blanden el hacha contra los usurpadores; el resto del año acometen hachazos inmisericordes contra las familias y las empresas catalanas que pagan los impuestos más elevados de España. Por quinto año consecutivo Cataluña lidera la fuga de empresas, y el futuro no pinta mejor. En el primer trimestre, vuelve a alcanzar el saldo más negativo de todas las comunidades autónomas. Según el Colegio de Registradores, durante este periodo se fueron 219 compañías, y solo 198 decidieron instalar su sede aquí.
¿Cuál es el plan para revertir esta situación? Más hachazos fiscales. Otra vez maldita hegemonía cultural de la izquierda antisistema. Los partidos independentistas han llegado a un acuerdo con los comunes para imponer más cargas a las empresas catalanas. A este nuevo gravamen le llamarán impuesto sobre “las actividades económicas que generan gases de efecto invernadero”. No parece un plan de reindustrialización, sino una ocurrencia más que solo provocará deslocalizaciones y desempleo. Y es que la política catalana necesita reconciliarse con la verdad. Necesita enterrar el hacha de la hipocresía. Necesita un reequilibrio ideológico, a saber, más seguridad jurídica y menos cargas fiscales, más libertad y menos corrección política.