El gen convergente muta eternamente
Por mucho que el partido de Puigdemont se transforme, la mancha de Jordi Pujol persiste
CDC ya nació para la simbiosis. No es de ahora. Nunca han sabido ir solos por el mundo. Pal de paller, absorción tras absorción, hasta la consolidación de las siglas CiU, de alargada sombra social y electoral. Después vino JuntsXSí. Luego, ya saben.
Tras el relativo fracaso de la transformación de CDC en PDECat, motivado por su corrupción, emerge otra rara avis compuesta, a medio camino entre partido y movimiento.
OPA convergente a ERC
Más que una OPA de Puigdemont al PDECat parece una OPA del PDECat a ERC a través de JuntsXCat. Por supuesto que hostil. Y arriesgada, ya que el PDECat puede diluirse en una formación circunstancial, y tal vez efímera, efímera sin conseguir su objetivo.
Que el PSUC lanzara Iniciativa per Catalunya y el Partido Comunista se parapetara tras Izquierda Unida, tenía un sentido. El comunismo se había hundido en la URSS y hundió a la URSS. En China, el comunismo se transformó en dictadura capitalista sin renegar de la simbología y la palabrería de la República Popular.
Pasqual Maragall inventó un satélite, Ciutadans pel Canvi, con la doble finalidad de ampliar su electorado y zafarse de las directrices del aparato de su propio partido, con el que siempre anduvo a la greña.
No consiguió lo primero –el plus de votos socialista era suyo, personal— pero sí lo segundo –para lo cual se bastaba y sobraba—. El tinglado fue efímero.
Cambio de escenario en la última década
En los últimos diez años, el mapa electoral catalán ha dado un vuelco. Los dos grandes partidos del prolongado período de estabilidad autonómica han pasado de actores principales a secundarios.
El PSC ha perdido, al parecer sin remisión, sus dos grandes bastiones del poder en Cataluña, a ambos lados de la Plaça Sant Jaume.
A la vieja CDC le hubiera sucedido algo parecido de no ser por su capacidad simbiótica, unida a las constantes mutaciones. Tras la inesperada pérdida de doce escaños en el 2012.
Artur Mas se escondió bajo el concepto unidad
Artur Mas se apoderó de una de las fórmulas mágicas que mejor resultado han dado a los políticos a lo largo de la historia universal: la unidad. En este caso, la unidad soberanista. La unidad, ese mito para bobos manipulado por seudoespabilados. Pregunten sino a sionistas e irlandeses.
Ruptura del molde convergente
Ahora parece que CDC no sólo va a mutar una vez más de piel sino que va a romper su ADN ideológico en pedazos. Viraje a la izquierda con la vista puesta en ERC y más aún en los votantes acomodados de la CUP. Por eso, Crida Nacional, la amalgama que intenta nacer, es liberal-socialdemócrata. Sin risas, que va en serio.
La fórmula puede funcionar de entrada. Unidad, rebeldía simbólica. Y para compensar su punto más débil, el hiperliderazgo de Puigdemont, una figura de nuevo emergente, Ferran Mascarell, que se perfila al fin como candidato a la alcaldía de Barcelona.
El plan de Puigdemont no arrasará
Puede funcionar pero lejos de arrasar. Por tres motivos. El primero, ya está dicho, es el evidente cesarismo. Torra no estaba porque se anuló su vuelo de vuelta de la pleitesía.
Luego, que no se puede ser radical y moderado al mismo tiempo sin enseñar el plumero. Un día con Pedro Sánchez luego con los pseudookupas de la Model, donde no hay un sólo preso (al parecer, okupar Lledoners es más arriesgado).
Por último, ERC no se va a dejar engatusar de nuevo. Una vez y no más. La estrategia de Puigdemont –República ya—pierde seguidores. Los rebeldes de verdad volverán a la CUP. Los que, hartos de ensueño y autoengaño, se reconvierten al pragmatismo prefieren a Esquerra.
La mancha de Jordi Pujol
El problema de Junts per la República está en el gen convergente y su espiral de corrupción. Por mucho que se transforme, la mancha pujoliana persiste. Pero esta vez debe optar entre convertirse en recesivo dentro de un cuerpo que ya no domina o asumir una pequeñez electoral para la cual no está sicológicamente preparada.
El PDECat no dispone de margen para rechazar la tabla salvadora que le monta Puigdemont, aunque puede poder condiciones y dar largas a su desaparición formal.
De lo que no hay duda es de algo esencial: El independentismo está más lejos que nunca de la unidad. Incluso aumenta la distancia entre ANC y Òmnium. Una cosa son las palabras y su manipulación. Otra, los hechos.