El fracaso de Mas

Elecciones de nuevo. Artur Mas ha dejado claro en las últimas semanas que habría nuevos comicios si la CUP decidía no investirle al filo de la bocina. Legalmente hay tiempo hasta el 10 de enero, pero Mas no tiene ninguna intención de retirarse, porque el mensaje, como él mismo ha dicho, sería que todo el proceso soberanista se deja en manos de la CUP. Y eso nadie lo quiere. Ni Mas, ni los dirigentes más preclaros de Convergència, ni los opinadores más fieles al President y al proyecto independentista.

Esta película ha finalizado. Elecciones en marzo, y, con el contador a cero, se deberá buscar la manera de que Cataluña sea gobernable, para que no pierda más potencial y encare, realmente, los retos que le plantea la globalización económica.

Mas ha fracasado. No ha podido impulsar un proyecto que, de antemano, se sabía que no podía triunfar. No se trata de posicionarse a favor o en contra. Sencillamente se trata de constatar la pluralidad de la sociedad catalana. Aunque se pueda decir que existe una especie de empate, de hecho es una mayoría de los catalanes la que tiene claro que iniciar un proceso sin garantías de ningún tipo es un mal negocio.

 

No se podía conducir el país, durante 18 meses, como había pactado Convergència con Esquerra Republicana, y con el supuesto beneplácito de la CUP, con la promesa de construir estructuras de estado y elaborar una constitución catalana. El voto del bloque independentista, sumando a CDC, ERC y la CUP –una suma que ya se ha comprobado que era arriesgada— se quedó en el 48% de los votos, a pesar de que sumara 62 más 10 diputados, por encima de los 68 que marca la mayoría absoluta.  

El President Mas tiene virtudes y defectos, claro, como todo el mundo. Pero tiene un defecto mayúsculo, que afea a cualquier político que pretenda liderar una sociedad. Cuando se marca un plan, quiere seguirlo hasta el final. Y no tiene cintura para ver que su tarea merecería, por lo menos, mucho más tiempo.

En la noche electoral del 25 de noviembre de 2012, cuando Mas comprobó que había perdido 12 diputados, debería haber reflexionado. Todavía Convergència i Unió era una federación unida, y todavía se apostaba por la posibilidad de que se celebrara un referéndum en Cataluña, bajo el mantra del derecho a decidir.

Esto podía generar dudas, pero era un plan. Tenía socios disponibles, como el PSC. ¿Que era cambiar de estrategia? Sí. Pero más arriesgado y directo a ninguna parte ha sido la apuesta de Mas por seguir adelante, de la mano de ERC, ya defendiendo sin rubor la independencia, con la esperanza de que el Gobierno de Mariano Rajoy reaccionara en algún momento.

El golpe final ha sido ese entreguismo a una fuerza política como la CUP, muy respetable, pero una minoría. Desde el primer minuto la candidatura de Junts pel Sí ha ido rogando a la CUP que accediera a la investidura de Mas, sin plantarse, sin dejar muy claro que había logrado 62 diputados, por los diez de la fuerza anticapitalista. No podía ser. Y no ha sido.

Ahora se deberá esperar si Mas quiere ser, de nuevo, candidato. No le queda otra. Si lo hace, debería tomar nota: el realismo se impone, las elecciones serán autonómicas, y deberán servir para formar un gobierno que gobierne. ¡Viva Morgenthau!