El final de un sueño catalán de altos vuelos

 

Fue breve, pero muy costoso. Más que un sueño, una pesadilla. Se trataba de crear una aerolínea de bandera catalana para promover el aeropuerto de Barcelona y convertirlo en un nudo de conexiones internacionales. Ha sido un fracaso sonado, mayúsculo. Spanair deja de operar porque su tesorería, reanimada varias veces con los impuestos de los catalanes, no da más de sí. El sueño de Spanair se apaga porque nació con un pecado original: no hay demanda para que ese modelo de negocio funcione desde El Prat. Lástima que tantos economistas hayan sido incapaces de darse cuenta.

Ni un desfibrilador puede reanimar ya a una compañía que nació sin rumbo. Se han probado todas las soluciones. La última, la más desesperada, fue mendigar en Qatar después de que los ricos árabes se encapricharan del FC Barcelona. Ni por esas, los del turbante son ricos, pero no tontos. Les interesa el Barça, pero se la sopla la aerolínea. Así que, como esas cantinelas que se escuchan en el metro, es triste pedir, pero más triste es robar.

Habrá tiempo para analizar qué ha sucedido, cuáles son las razones que han llevado al colapso de la aerolínea. Y seguro que como con casi todo se podrá encontrar a algún culpable más allá del Ebro. Pero será un nuevo episodio de esa Catalunya endogámica, incapaz de reconocer sus errores y siempre predispuesta a actuar de forma dual: mirarse el ombligo a la par que demoniza cualquier elemento ajeno al pensamiento dominante.

Siempre se puede extraer alguna lección. Spanair ha muerto, ¡viva Spanair! Ojalá esta experiencia sirva de lección para toda la corte de empresarios y dirigentes nacionalistas que han defendido la aventura contra viento y marea. Con la legitimidad que concede dirigir el único medio crítico con el proyecto de aerolínea (actitud que nos ha generado no pocas incomodidades), hoy la muerte de la aerolínea es una mala noticia para una economía catalana noqueada por muchos otros factores. Ahora, les avanzo, habrán muchos que vocearán contra la iniciativa, que dirán que ellos ya lo preveían, pero que han sido cómplices durante años de la ensoñación.

Hubo tiempo para rectificar. Las últimas aportaciones dinerarias del Govern de la Generalitat, justo cuando cerraba quirófanos, plantas de hospitales y racaneaba con la calefacción de las escuelas públicas, eran innecesarias y rayanas en la indecencia política. Pero Catalunya no aprende jamás: salirse del discurso políticamente correcto está mal visto y conduce al ostracismo o, cuando menos, a la marginalidad. Así nos va, con la queja en la boca a todas horas y siempre buscando culpables a los errores incubados dentro de casa. Un retrato de decadencia empresarial y política que, guste o no, es todo un símbolo de los tiempos difíciles que nos tocan vivir.

Hay muchos nombres propios a los que habrá que pedirles explicaciones sobre el porqué de este fracaso colectivo. Al menos, nosotros lo haremos repetidamente incluso a sabiendas de que otros medios extenderán un manto de silencio. ¿Cuánto dinero le ha hurtado Spanair a la promoción turística de Barcelona? ¿Y cuánto a la promoción económica de la ciudad? Los presidentes de Turisme de Barcelona y de Fira de Barcelona debieran responder sobre esos interrogantes.

No són los únicos, hay otros. Me refiero a José Montilla, que amparó la operación desde la presidencia de la Generalitat; a Joan Gaspart, que hizo de hoolligan incontrolado de la causa; al mismísimo vendedor de humo y power points Ferran Soriano, que presidió la compañía; al ex socialista y doctrinario economista de la causa Germà Bel; a los que acudieron como auténticos gregarios a aquel acto del IESE; a los chicos de Femcat, que le pidieron prestado cada uno un millón al ICF; a Antoni Castells, que pensó que había inventado la sopa de ajo y quiso ser más catalán que la Moreneta; a Artur Mas, que aunque jamás creyó en el proyecto se dejó arrastrar y acabó dando más dinero donde debía haber puesto tierra de por medio; a Agustí Cordón, director de la Fira, que apostó con los ojos cerrados y pagó con pólvora del rey… Y así hasta completar una larga lista de responsables de este fiasco que vuelve a poner de manifiesto que una nación, un país, un territorio (utilicen el descriptivo que mejor se adapte a su pensamiento), es mejor construirlo desde la realidad, por dura que sea, que mediante sueños de adolescente. Aunque sean de adolescente de altos vuelos.