¿El fin del sanchismo?
Sánchez tiene una ambición infinita y un amor por sí mismo que supera los intereses de su partido y del interés general del país
A Pedro Sánchez se le ha puesto cara de José Luis Rodríguez Zapatero, negando la que se nos viene encima y aprobando cheques electoralistas que agravarán los ajustes venideros. Tras el batacazo de los socialistas andaluces en las urnas, el discurso de la vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra, fue un esperpento sin ningún atisbo de realismo o autocrítica, pero sí ha habido un reconocimiento del fracaso cuando rápidamente se ha aprobado una segunda tanda de medidas supuestamente en contra de la crisis económica.
El problema es que estas medidas son una reacción a la desesperada para resistir en el poder. Es como si Sánchez hubiera leído el libro que firmó, Manual de resistencia, y tratara de aplicarlo hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, estos tumbos no se basan en un diagnóstico certero de la realidad económica. España se enfrentará a un binomio diabólico de deuda e inflación, y el Gobierno se está convirtiendo en el principal catalizador del desastre.
Los fondos Next Generation pueden correr la misma suerte que aquella quema de dinero público que fue el plan E. Y es muy probable que pronto se nos exija una vuelta a aquellos recortes que, en mayo de 2010, llevaron a Zapatero al final de su carrera política. Así, ante las inminentes elecciones municipales y autonómicas, no es descartable que los barones también exijan a un tóxico Sánchez que anuncie una futura retirada.
No obstante, Sánchez tiene una ambición infinita y un amor por sí mismo que supera los intereses de su partido y, por supuesto, el interés general del país. Su ataque a todas las instituciones públicas es la prueba de la no rendición. La lista de los asaltos es quilométrica: cierre inconstitucional del Parlamento español, “de quién depende la Fiscalía”, reforma del Consejo General del Poder Judicial frenada por Europa, cese de la directora del Centro Nacional de Inteligencia por realizar su trabajo, el CIS del fanboy Tezanos… y esta semana sumamos al Instituto Nacional de Estadística.
La realidad es un obstáculo para el sanchismo. Por esta razón, la estadística es un enemigo al que abatir. Sánchez no ataca a esa inflación que empobrece a todos los españoles, sino al mensajero; mata a quien anuncia el IPC porque socava sus posibilidades electorales. Por cierto, esta semana se dispara hasta el 10,2 %, dato insólito en las últimas décadas y preludio de seísmos sociales y políticos. Pero ya no solo estamos ante la intromisión del poder ejecutivo en todas y cada una de las instituciones públicas, sino también en las empresas privadas. El abordaje a Indra es un ataque a la libertad de empresa que supone un incalculable coste reputacional.
Sánchez no se irá sin antes arrasar con las instituciones y con la verdad
Sánchez está tocado, pero no hundido. Sus principios camaleónicos alcanzarán las cotas más altas de cinismo antes de tirar la toalla. Los giros de esta semana provocan mareos en las almas más inocentes. Ha pasado de ser el presidente que ordenó la acogida del Aquarius a aplaudir una actuación de la policía marroquí que dejó un reguero de muertes en las puertas de Melilla. Ha aprobado una rebaja fiscal propuesta por el Partido Popular poco tiempo después de haberla tachado de cosmética. Solo se mantiene firme en el amparo a la ignominia de sus socios, pactando leyes de memoria histórica con Bildu que son, en realidad, un canto a la desmemoria de lo que significó la Transición democrática.
Sánchez no se irá sin antes arrasar con las instituciones y con la verdad. Tras indultarles, Sánchez decidió plagiar a los sediciosos y socavar todos los resortes de la libertad, poniéndolos al servicio de su persona. Solo quedan a salvo Justicia y Monarquía, de momento, porque el presidencialismo absolutista topa, más allá de lo simbólico, con la figura del Rey. El sanchismo es mantenerse en el poder a cualquier precio y, sin duda, vienen meses en los que la democracia se va a resentir gravemente.