El fin del quinquenio negro secesionista
Tras un quinquenio secesionista, con diferentes intentos y tretas, el soberanismo se encuentra ahora al borde del colapso
Hay suficientes indicios que permiten afirmar que el “proceso” ha entrado ya en la fase de colapso. Por ejemplo: El proyecto de secesión de Cataluña nunca ha tenido el suficiente apoyo social, político, legal, económico e internacional. Cosa que, ahora, se percibe con meridiana claridad.
Las terminales mediáticas -públicas y privadas- del “proceso”, así como los intelectuales orgánicos del mismo y los partidos y políticos que lo comandan, no han conseguido extender, más allá del núcleo duro secesionista, los tres engaños fundamentales del manual secesionista: que el derecho internacional cobija el derecho de autodeterminación de Cataluña, que la República Catalana permanecería dentro de la Unión Europea, que en una Cataluña independiente las empresas no marcharían y la economía iría de progreso en progreso.
El secesionismo pierde apoyos al mostrar su vocación autoritaria cuando, en sede parlamentaria, liquida -violentando la legalidad democrática y el derecho de los parlamentarios- el Estatuto y la Constitución en beneficio de una “legalidad” inexistente.
El referéndum ilegal del 1-O, sin garantías, no efectivo, no vinculante, que ni siquiera cumple los requisitos exigidos por la ilegal Ley del Referéndum aprobada fraudulentamente en el Parlament, desprestigia el “proceso” al evidenciar la mentalidad antidemocrática del secesionismo.
Con el discurso del Rey de España aparece el relato que necesitaba el constitucionalismo frente a la deslealtad, la exclusión, la “astucia” y la “épica” secesionistas.
El soberanismo con contaba con que el constitucionalismo se manifestara sin comlejos en defensa del Estado de derecho
El constitucionalismo, superando la espiral del silencio, se manifiesta sin complejos en defensa del Estado de derecho y de una Cataluña plural que no extranjerice a una parte de la ciudadanía.
El debate sobre las consecuencias políticas y sociales de una hipotética independencia de Cataluña está visto para sentencia: la independencia fractura y divide.
La estampida de una importante cantidad de empresas que trasladan la sede social fuera de Cataluña buscando la estabilidad política y social, la seguridad jurídica, la protección de sus activos y la defensa de los intereses de clientes, depositantes, accionistas e inversores; todo ello, ha tenido un efecto devastador sobre la viabilidad y credibilidad del proceso.
Los fondos internacionales de inversión, así como los inversores minoristas, reorientan sus inversiones hacia otras latitudes.
El llamado “paro de país” del 3 de octubre –impulsado por las instituciones-, con sus piquetes “informativos”, coacciones, insultos y burlas, deteriora muy seriamente la imagen interna y externa del “proceso” y ahuyenta a inversores y turistas.
El debate sobre las consecuencias económicas de una hipotética independencia de Cataluña está visto para sentencia antes de que tenga lugar: la independencia descapitaliza y empobrece.
La Unión Europea rechaza categóricamente la independencia de Cataluña al declarar la primacía del orden constitucional.
Los diputados soberanistas firmaron una declaración con la cháchara secesionista habitual
Y Artur Mas que advierte que Cataluña no está preparada para una independencia real
Y Carles Puigdemont, –en un ejercicio de malabarismo- proclama y suspende a la vez (?!), en sede parlamentaria, “el mandato de que Catalunya se convierta en una Estado independiente en forma de república”.
Pese a ello, el secesionismo –eso parece- se obstina.
El malabarismo de Carles Puigdemont deviene una farsa. Sin solución de continuidad, fuera del hemiciclo, el secesionismo firma un documento titulado Declaración de los representantes de Cataluña en el que, además de la cháchara secesionista habitual, se dice que “nosotros, representantes democráticos del pueblo de Catalunya, en el libre ejercicio del derecho de autodeterminación” y “de acuerdo con el mandato recibido de la ciudadanía de Catalunya, CONSTITUIMOS la República catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social” y “DISPONEMOS la entrada en vigor de la Ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la República” e “INICIAMOS el proceso constituyente, democrático, de base ciudadana, transversal, participativo y vinculante” y “AFIRMAMOS la voluntad de abrir negociaciones con el estado español, sin condicionantes previos” y ,”PONEMOS EN CONOCIMIENTO de la comunidad internacional y las autoridades de la Unión Europea la constitución de la República catalana y la propuesta de negociaciones con el estado español.”
¿Quién firma?: “Los legítimos representantes del pueblo de Cataluña”.
Ante el abismo, se retiran.
La “astucia” deviene farsa. Comedia.
Y lo que cuelga:
Se insiste en el carácter vinculante –el mandato, aseguran- de un referéndum fraude.
Se impulsa a la desesperada una mediación internacional para ganar tiempo, para brindar una imagen negociadora inexistente, para chantajear otra vez al Estado, para victimizarse cuando el Estado no atienda semejante trampa, para desafiar y provocar la reacción del Estado y de esta manera internacionalizar el “proceso” e intentar salvar la causa y el pellejo.
Se discursea –quizá, moviliza- a la masa crédula y perseverante para evitar la decepción y estampida de las bases secesionistas.
Más: el secesionismo sabe que no tiene futuro sin la deslealtad, el desafío, la provocación y la bronca constantes. Por ello, el secesionismo –cuyo horizonte son los Tribunales- busca desesperadamente que el Estado responda con el artículo 155 de la Constitución u otra medida de parecido calado.
Pero, la farsa no tiene futuro. Quizá, algún coletazo. Y el avance electoral.
Ahí está la inquietante tenacidad del secesionismo que conduce –a sabiendas- a la rotura de la cohesión social, al empobrecimiento de la sociedad y a la quiebra de las instituciones autonómicas.
Al quinquenio secesionista le cae la máscara y aparece la comedia.