El fin del Estado catalán
Aproveché este último fin de semana para conocer un poco más Barcelona. Soy un fan de la historia de la ciudad, y me gusta reconocer los espacios vividos en esta Barcelona, cuna de muchas revoluciones, también los espacios sufridos.
Aprovechando mi notado sentimiento independentista una amiga me comentó la opción de visitar el antiguo mercado del Born –ese nuevo icono de la prostitución de la historia de Barcelona– y rápidamente acepté.
Como mal catalán, me dediqué a mirar el mástil de la entrada, bandera izada al viento, mientras mi amiga firmaba en uno de esos tenderetes de la ANC eso del “vot per la independència”.
No es que hubiera una excesiva cola, pero sus minutos le tomó el tema. Luego entramos ya en el antiguo mercado del Born. Recordaba, y confirmaba leyendo los textos, que el mercado había sido siempre un lugar poco definido. Desde su cierre había sido propuesto tanto por la Universitat Pompeu Fabra como por la Biblioteca de Catalunya. Ahora es el más firme icono de 1714.
Obviamente cualquier yacimiento histórico vale la pena verlo. Y les recomiendo, sobretodo, si son de Barcelona. Se trata de una visita para conocer como era nuestra ciudad hace apenas 300 años. Eso sí, quizás si me permiten les diré que ignoren la mayoría de soflamas allí escritas.
Particularmente me ha sorprendido la escenificación de la Barcelona previa a la guerra. Vamos que estoy por pensar que era realmente el edén. Es decir, una ciudad del siglo XVIII llena de árboles, plazas cívicas, gente riendo y jugando en sus trinquetes felices de ser “catalanes” (sic). Donde la harmonía era su fe. Se lee una frase, cuanto menos sospechosa de no ser usada en un retrete; “el precioso legado (Catalunya) de libertades, autogobierno y constitucionalismo fue destruido por la barbaries invasoras (España)”.
Frente a los catalanes, éramos buena gente, pero al otro lado de la muralla, éramos tropas “hordas” borbónicas ,el perfecto diablo. Estos “salvajes”, siempre franceses y españoles rezan los textos, entraron a cuchillo y soga tras la victoria –recordemos fue una rendición para evitar masacres–. Pero la exposición soslaya este tema. Así escenifica un panel donde se explican las violaciones masivas de mujeres barcelonesas. Vamos, que los rusos en Alemania eran las hermanas de la caridad al lado de estos terribles invasores.
Esos detalles de auténtico enfermo mental perdón, más bien de auténtico mezquino insultador de cualquier historia y guerra, reconozco que se diluyeron cuando leí en un panel que la guerra suposo “el fin del Estado catalán”. Supongo que el mismo Estado que quieren preguntarnos, en la primera cuestión, si queremos el 9 de noviembre.
Es decir, pensé si la pregunta de 2014 realmente quiere indagar ¿queremos volver al status del 1714?. Más claramente me pregunté cómo podían hablar de Estado catalán cuando ese término tiene un uso común más de 100 años después. Supongo que si el comisario de los actos es un humorista como Mickimoto, poca seriedad podemos esperar.
Quizás me despisté y he estado toda la vida engañado. Soy, y somos muchos los lectores, herederos del más avanzado estado constitucional del mundo. Barcelona (sic Catalunya) es la única ciudad que a principios del siglo XVIII vivía entre árboles y zonas de relax –ya saben los cafres españoles y europeos vivían amontonados en condiciones insalubres–. Éramos la envidia de Europa, que digo no, del mundo mundial. Ya sabemos que en el siglo XVIII había mala gente. Todos menos los catalanes que éramos felices y ¡atábamos a los perros con longanizas o espetec!
Además, todos los barceloneses eran fieles catalanes –bueno hay que recordar que el capitán en defensa de la ciudad, Antonio Villarroel, como dice el escritor Sanchez Piñol era castellano, sin un sólo giro en sus escritos de catalanidad–. No olvidemos tampoco a Rafael Casanovas, ese que fue un héroe y resulta que vivió tranquilamente en Sant Boi sabiendo que sus fieles ciudadanos habían sido violados y ahorcados. Es decir, como si los rusos después de arrasar Berlín le ponen una casita en Postdam, a unos kilómetros de la capital, a Hitler para que siga trabajando.
Pero esa es la historia de los bárbaros. Aquí ya sabemos que los catalanes permitimos que violen a nuestras mujeres y no nos quejamos. Perdemos un estado libre, el más avanzado de Europa, y estamos 300 años sometidos al yugo de los bárbaros aceptando sus empleos, por ejemplo como President o consellers, sin decir nada.
En Francia a quién aceptaba trabajos de las fuerzas de ocupación directamente los fusilaban por traidores, pero ¿qué van a saber esos bárbaros de la vida?. Volviendo al principio, no me veo en la Francia invadida por Hitler unas mesitas delante de los museos para poder firmar por un referéndum, del tipo que fuera. En Europa, con sus guerras y lloriqueos, son unas nenazas que no saben que es estar invadido tantos años. La madre de todas las batallas y barbaries bajo sus pies.
Al final, y esa es mi duda, quizás ni desapareció ningún estado, ni nadie tiene esclavo al pueblo catalán, ni nada de eso. Aquí se han gestionado seguramente mal unos fondos y unos capitales. Unos estaban a favor, otros en contra. Y unos se beneficiaron cientos de años –curiosamente mucha de la burguesía que ahora apoya estos temas enriqueció con los ocupadores, y violadores de mujeres de Barcleon– .
Además, seguramente, ni los catalanes hayamos sido tan hábiles, listos y guapos, ni los españoles y franceses tan bárbaros. Porque la verdad si un pueblo preparado como el catalán no ha sido capaz en 300 años de nada, es que o bien sus líderes han sido unos auténticos borregos, o no había nada que reclamar. Y la tormenta perfecta es que ambas cosas sean ciertas.Sin Clooney, pero es la tormenta perfecta.
Al salir volví a mirar el mástil, observé la bandera ondeando, miré la mesa de firmantes del referéndum, ya casi vacía, paseé hasta la estación de Francia, a escasos metros. Allí meé tranquilamente en sus lavabos entre un par de vagabundos con cara de importarles un huevo mis reflexiones. Salí al andén, vi algún tren salir, vi gente correr, y como decía la canción ahí no estabas tú.
Lo triste es que ni tu ni ellos. Y explicar la vida sin vivirla, sin conocerla, sólo para el público, es un guiño donde querer vivir la vida de los otros. La vida de los otros está muy bien como película, como engaño de uno mismo, como reflejo de un miedo. Pero no olvidemos que uno es libre sólo cuando uno puede vivir su vida. Vivamos nuestras vidas y olvidemos la vida de los otros.