El fin de la inocencia
El fin de la inocencia en una sociedad del siglo XXI precisa que los partidos que la han capitalizado tengan la capacidad de transmitir fiabilidad al votante
Cada periodo de la historia vive un acontecimiento que marca a toda una generación. Tanto en el plano social como en el psicológico, estableciendo el fin de la inocencia.
En el siglo XVIII, fue la revolución francesa; en el siglo XX, las dos grandes guerras mundiales; y en el siglo XXI, todo parece indicar que será la imposibilidad de despertar a golpe de revoluciones y guerras.
Esta imposibilidad que muchos consideran positiva, para otros se torna en impotencia al ser incapaces de arrastrar a las sociedades hacia la estética de los tumultos y las rupturas. Pero el fin de la inocencia no sólo se debe observar en los grandes acontecimientos, sino también en los pequeños.
En España, el fin de la inocencia se puede establecer en una secuencia de acontecimientos que empieza con el golpe de Estado del 23-F
Un ejemplo es el caso Dreyfus, que empujó a toda Francia a mirarse frente al espejo del antisemitismo a finales del siglo XIX y evidenció el precio que debe pagar una sociedad para avanzar hacia la verdad; o el asesinato de John F. Kennedy en pleno siglo XX, que sigue marcando la política norteamericana en su plano más inconsciente.
En España, el fin de la inocencia se puede establecer en una secuencia de acontecimientos como son el golpe de Estado del 23-F, el desastre del Prestige, la guerra de Irak, los atentados de Atocha el 11-M, las movilizaciones del 15-M y los hechos acontecidos en el referéndum del 1 de octubre en Cataluña.
Todos estos acontecimientos permiten observar un lento pero constante giro de España hacia la izquierda aunque siguen gobernando los partidos de derecha. Un fin de la inocencia por entregas que ha llevado a muchos españoles a preguntarse cuál es el futuro que estamos construyendo.
Los acontecimientos más trascendentales de las últimas décadas han sido utilizados por los partidos de izquierda
El golpe de Estado del 23-F fijó el triunfo de la España democrática frente a la España refractaria a cualquier cambio. El desastre en Galicia del Prestige consolidó una mirada ecologista. El «no a la guerra» o las mentiras del bloque atlántico de EEUU, el Reino Unido y España forjaron un espíritu antibelicista.
Los atentados de Atocha del 11 de marzo de 2004 materializaron una oposición frontal contra la manipulación informativa. Las movilizaciones del 15-M supusieron la repulsa a la manera en que los estados afrontaban la crisis económica propiciada por las entidades financieras.
Y los hechos del 1 de octubre que se quisieron evitar con cargas policiales han propiciado el rechazo de una buena parte de los ciudadanos catalanes a un estado que ha dado la espalda a sus reivindicaciones.
Todos estos acontecimientos, que no deberían estar representados ni ser patrimonio de las fuerzas de izquierda, han acabado siendo momentos propicios y utilizados por los partidos de izquierda para obtener mayor respaldo social.
El fin de la inocencia en una sociedad del siglo XXI impide desembocar con rapidez en un gran cambio social
Lo paradójico del caso es que, a pesar de que la sensibilidad social ha caído del lado de la izquierda, los grandes beneficiarios han sido los partidos de centro derecha o de derecha. Se dice que ha triunfado el banco del miedo al cambio que representa el PP y, en menor medida, Ciudadanos, frente al banco de la rabia que pretendían capitalizar partidos como Podemos o, a otra escala, la CUP.
La cuestión que subyace en esta paradoja política es que el fin de la inocencia en una sociedad del siglo XXI no permite desembocar con rapidez en un gran cambio social, puesto que se precisa que los partidos que la han capitalizado tengan la capacidad de transmitir fiabilidad al votante desencantado.
De la rabia a los hechos
Los ciudadanos no quieren un cambio que no se pueda mantener y llegar con él hasta las últimas consecuencias, que pueden ser desfavorables.
Desde la izquierda, se suele exponer que el triunfo político del espacio del PP es más aparente que real. Será cierto, en la medida de que estas fuerzas de izquierda sepan convertir sus altos depósitos de rabia en políticas capaces de cambiar las cosas y no simplemente de denunciarlas.