El fantasma del populismo

La victoria de Donald Trump, inesperada para casi todos, ha confirmado que el populismo se ha convertido de nuevo en una fórmula política de éxito. Más aún, el populismo es, hoy por hoy y con un buen número de ejemplos, la fórmula política más exitosa en el mundo entero. Y ha venido para quedarse, al menos por algún tiempo.

En el célebre inicio del «Manifiesto comunista», publicado por primera vez en Londres en 1848, Karl Marx y Friedrich Engels advertían que «un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo». Parafraseando, y al mismo tiempo actualizando aquellas palabras, hoy podemos y debemos decir que ahora hay un fantasma que recorre el mundo entero: el fantasma del populismo.

El triunfo electoral de Trump no ha hecho más que confirmar, desde la que todavía sigue siendo la primera gran potencia económica y militar de todo el mundo, que el populismo tiene y tendrá un gran poder político, como mínimo durante algunos años. En un mundo que, nos guste ello o no, está ya definitivamente globalizado, la victoria de Trump tendrá consecuencias en muchos países.

Las más o menos cercanas citas electorales europeas, que van a afectar, entre otros, a países como Italia, Francia, Austria, Holanda, Alemania, Finlandia, Dinamarca, Suecia, Hungría, Polonia y Bulgaria, así como las consecuencias que el triunfo del «brexit» tendrán tanto para el Reino Unido como para el conjunto de la Unión Europea, pueden marcar un giro copernicano en la política mundial. Un giro similar al vivido y sufrido por Europa entera hace poco menos de un siglo, también como consecuencia de la aparición de movimientos de corte populista nacidos como respuesta a la crisis económica de 1929.

Todos los populismos, sean del signo ideológico o político que sean, se caracterizan siempre por ofrecer soluciones fáciles y rápidas a problemas complejos y largos. Lo hemos visto recientemente en el caso del «brexit», cuando ya al día siguiente de su victoria en el referéndum sus principales promotores, sin vergüenza alguna, negaron sus principales argumentos de campaña, reconociéndolos falsos.

Empezamos a verlo también en el caso del propio Donald Trump, que ha comenzado a desdecirse de algunas de sus promesas electorales apenas pasadas unas pocas horas de su triunfo electoral.

Durante estos últimos años hemos asistido a una sucesión ininterrumpida de cambios de enorme trascendencia.

En primer lugar, claro está, la globalización y todo cuanto comporta de deslocalizaciones empresariales y de utilización abusiva de manos de obra baratas en regímenes laborales poco menos que de simple esclavitud, que generan beneficios inimaginables a unas empresas a menudo situadas en paraísos fiscales y que permiten el consumo masivo de productos a precios altamente competitivos en todo el mundo más o menos desarrollado.

Otro cambio fundamental, derivado de la propia globalización, son los procesos de migraciones masivas que se producen entre los países subdesarrollados, estén o no en situaciones de guerra, hacia Europa y Estados Unidos, con todo lo que estas migraciones traen consigo de aparición de brotes xenófobos y racistas, sobre todo por parte de aquellos sectores sociales que se ven, con o sin razón real, amenazados por la competencia laboral de esta nueva mano de obra barata.

Añadamos a todo ello otros tres factores más de cambio: por un lado, la creciente irrupción de la mujer en el mercado de trabajo, cada vez con un mayor nivel de conocimientos, que cuestiona el histórico dominio del macho alfa en la sociedad; el desprecio con que el nuevo mundo globalizado pretende hacer oídos sordos a la gravísima crisis medioambiental provocada por el proceso de cambio climático, y, por último, el socorrido recurso de regresar al refugio casi uterino del nacionalismo para intentar preservarse de todas las amenazas producidas por todos estos cambios.

Por último, y no por ello menos importante, otros dos grandes cambios, el del creciente predominio de las modernas tecnologías y la poderosa influencia de unos medios de comunicación de masas en los que se banaliza y trivializa la información al nivel de la telebasura, completan la base desde la que el populismo se hace con el poder.

Donald Trump no es ninguna rareza. No lo fue Silvio Berlusconi. No lo fueron tampoco Juan Domingo Perón, Fidel Castro o Hugo Chávez. No lo fueron Adolf Hitler, Benito Mussolini ni Josif Stalin.

En ‘El 18 Brumario de Luis Bonaparte’, Marx dejó escrito que «Hegel dice en alguna parte que la historia se repite dos veces», y no sin ironía puntualizó: «le faltó agregar, la primera como tragedia, la segunda como farsa». Esperemos y deseemos, por el bien de todos, que Marx acertara en su precisión a Hegel.