El falso debate entre constitucionalistas moderados y radicales
Distinguir entre constitucionalistas radicales y moderados y decir que la negociación con el separatismo es la solución es pecar de ilusos
Los últimos días –a raíz de la presentación de un nuevo partido, La Lliga Democrática, la propuesta de creación de Cataluña Suma, siguiendo la exitosa estela de la propuesta navarra, o las declaraciones de Ramon Espadaler en el Ara en las que hablaba de la creación de un constitucionalismo independentista– se ha abierto la veda de un debate sobre si existe un constitucionalismo moderado y otro radical.
Obviamente aquellos que han impulsado la propuesta del nuevo partido catalanista o los medios que han criticado a ciertas posturas constitucionalistas creen que hay un fundamentalismo constitucionalista, que al parecer, es igual de tóxico que el separatismo intransigente que representan Carles Puigdemont y Quim Torra, entre otros.
En definitiva, la teoría es que hay una vía dialogante y muy democrática que representarían el PSC, La Lliga, algunas organizaciones cívicas y otras elites económicas y sociales, así como algunos medios de comunicación que son los que pueden atesorar una solución y otros constitucionalistas enfurecidos y radicalizados que juntos con algunos medios de comunicación marginales vienen a ser una molestia.
Para que nadie se lleve a engaño, por si quiere dejar la lectura de este artículo en este punto, no comparto la visión de los autoproclamados “constitucionalistas buenos”.
Aquellos que hablan de un constitucionalismo moderado y pragmático, que debe ser dialogante, me recuerdan en gran medida a los mismos que estos días han venido diciendo en Navarra que es legitimo pactar con Bildu dado que es un fuerza democrática y representativa.
Efectivamente es representativa pero pactar con ellos, sin un reconocimiento previo por parte de Bildu de que España es un Estado inequívocamente democrático; o pactar con ellos sin que previamente estos hayan pedido perdón por los crímenes que han ayudado a cometer y han justificado y siguen justificando a día de hoy en forma de homenajes a los asesinos a las puertas de las casas de las víctimas, no es ser constitucionalista moderado, es ser un Chamberlain adaptado a nuestro tiempo y a nuestro país. Ni victoria ni honra.
Calificar desde ciertas posiciones políticas a otros como constitucionalistas radicales es apreciar en adversarios políticos acusados por presuntos delitos de rebelión o sedición virtudes y valores que no se reconocen en aquellos que en las negras noches de octubre de 2017 estaban de su mismo lado.
¿El autoproclamado «constitucionalismo bueno» está dispuesto a ceder la soberanía española?
Distinguir entre constitucionalistas radicales y moderados afirmando que en la negociación con el separatismo está la solución es dar por sentado que dicho separatismo está dispuesto a negociar. ¿A negociar qué? No escucharon ni a Iñigo Urkullu, dejaron tirado a Pedro Sánchez con un presupuesto recién horneado a la primera de cambio. Cada gesto, cada acuerdo con el Estado, fue interpretado por el separatismo como una muestra de debilidad, nunca como un acuerdo leal.
Pero sobretodo la Constitución no permite ciertas distinciones entre radicales y moderados. La igualdad entre españoles es o no es. No puede haber negociación que cree distingos entre españoles de primera y españoles de segunda. Pero es más: dicha negociación entre partes sería inútil. El separatismo no busca acuerdo alguno, sino simple y llanamente la ruptura… Y tiene la virtud de que lleva a cabo campañas publicitarias, con las que están empapelando media Europa con el dinero de todos, alardeando de su golpismo: “Ho tornarem a fer”.
La soberanía, tema mollar para el separatismo, tampoco es negociable, o reside en el conjunto del pueblo español o reside, como ellos piden, en el Parlament. ¿Es que el autoproclamado «constitucionalismo bueno» está dispuesto a ceder en eso?
La Constitución afirma que España es una monarquía parlamentaria y en cambio el separatismo, tanto el que ahora parece moderado pero para nada lo es (o sea, ERC) como el que parece radical y efectivamente lo es (o sea Puigdemont) afirman que quieren una república. ¿Qué es lo que en este punto puede negociar, y con éxito, el constitucionalismo pragmático?
La Constitución defiende la indisoluble unidad de la nación, española cómo no. Aquí la pregunta vuelve a ser obvia: ¿Cederá el independentismo frente al buenismo constitucionalista en este punto? Va a ser que no.
Pero más allá del contenido de la Constitución, la cuestión fundamental reside en que aquellos que buscan un acuerdo con el separatismo, desde la buena fe de posiciones constitucionalistas, olvidan dos puntos clave: el primero de ellos es que el objetivo del independentismo no es la negociación, sino la destrucción de España como Estado y como Nación. Y el segundo es que el independentismo no quiere negociar nada.
El constitucionalismo moderado es, más bien, una propuesta de constitucionalismo mágico
Negociar debería suponer que el independentismo reconociera la pluralidad de la sociedad catalana y buscara un acuerdo entre catalanes para vivir juntos. Ellos, los independentistas, no quieren eso, niegan que haya un problema creado por ellos en Cataluña y lo que buscan es una solución en Madrid para luego poder actuar dentro de las fronteras de Cataluña a su antojo, no respetando en forma alguna los derechos y libertades que garantiza la Constitución.
El constitucionalismo moderado y todos aquellos que lo jalean no ven dos cosas: la primera es que su propuesta es de constitucionalismo mágico, tan irrealizable como lo era el separatismo mágico que propugnaba la separación por la vía de la ley a la ley.
La segunda cosa que no ven, y ahí está la cuestión fundamental, es que cualquier cesión frente al independentismo que les permitiera acercarse a la consecución de sus objetivos será un drama individual y colectivo, donde miles de personas, o millones, se convertirían en parias, en represaliados, o, esos sí, en verdaderos exiliados. Se daría la paradoja que los primeros perjudicados serían los constitucionalistas pragmáticos.