El extraño caso del senador Montilla

 

Si hubiera sido por él, nada hubiera trascendido. Si por él fuera, no existiría ni una explicación. Si se hubiera impuesto su criterio, nadie se habría enterado y nadie hubiera preguntado. Pero la democracia es lo que es y, al final, incluso en sociedades tan tendentes al hermetismo como la catalana, es difícil ocultar que un ex presidente de la Generalitat, como José Montilla, sea elegido senador por un procedimiento tan ajeno a la participación popular, y por tanto a la esencia misma de la democracia, como es la designación de senadores autonómicos por parte de las cámaras correspondientes.

No ha podido ser y finalmente Montilla, conocido en algunos ámbitos como el mudito, tuvo que salir a dar explicaciones públicas. No las dio, pero cumplió el trámite. Montilla será senador sin haber realizado campaña alguna, lo será porque los parlamentos autonómicos españoles tienen derecho a designar de manera directa un determinado número de miembros de la Cámara Alta. Le ha nombrado senador el Parlamento catalán, pero lo podía haber hecho el RACC o la Federación Catalana de Fútbol, pues han proliferado cada vez más las designaciones indirectas a cargos públicos, y si no que se lo pregunten a las antiguas cajas.

Pero Montilla no ha podido explicar lo inexplicable. Si dimitió como diputado al perder frente a Mas las autonómicas de noviembre del 2010, si renunció entonces incluso a la primera secretaría del PSC al considerar que su ciclo político había tocado fondo y sólo se mantiene aún en tal puesto por el extraño argumento de que no había que entorpecer con debates internos las diferentes convocatorias electorales que había por delante, aunque desde entonces los socialistas las han perdido todas por goleada, si desde entonces no se le conoce una sola iniciativa política… ¿qué razones le avalan para ser elegido, a la virulé, senador? Si un hombre que ha sido el líder de la Generalitat catalana, el primer secretario de un partido político con la capacidad de arrastre que tiene el PSC, ha de recurrir a ser elegido de amagatotis, algo huele a podrido en este país.

Probablemente una de las cosas que ya esté pudriéndose de forma irremediable sea el propio Senado, una institución con más de 55 millones de presupuesto y sobre cuya inutilidad quizás no valga la pena gastar ni una línea más. Una institución que arroja buenos dividendos –en dinero por votos, por escaño, salarios, dietas, prebendas varias…– a los partidos que consiguen entrar en ella, pero que sirve para poca cosa más. ¿Hay mayor prueba de su irrelevancia que el hecho de que los propios partidos que la ocupan llevan años tratando de reformarla, darle una función que la haga presentable a la sociedad?

Pero eso no ha sido un problema al parecer para Montilla. De hecho, su principal argumento a la hora de justificar su aspiración al escaño en el Senado era que trabajaría por la reforma de esta segunda cámara para así servir mejor los intereses de Catalunya. Pura palabrería. Nada nuevo, que no se haya dicho antes mil y una vez y con parecido y nulo resultado.

Ni siquiera ha tenido el ex presidente Montilla el más mínimo reparo en justificar, contra lo que desde su propio partido filtraban con fruición, que mantendrá, además de sus derechos como senador, los privilegios que un Pujol preocupado por su inmediato futuro se encargó de hacer aprobar meses antes de que abandonara la presidencia de la Generalitat: la oficina de representación, la seguridad, la secretaria… Eso sí, todo por Catalunya, como si los demás trabajáramos por el Vaticano.