El experimento
La eclosión de Vox hace más probable una reforma regresiva de la Constitución que un desarrollo de signo federal
Andalucía ha dejado de ser una comunidad autónoma para convertirse en un gran laboratorio en que se realiza el mayor experimento de la reciente historia política de España.
Allí no solo se decide quien presidirá el Gobierno andaluz. Su verdadera relevancia es que, si el Partido Popular y Ciudadanos, con la participación de Vox, consiguen desalojar al PSOE de la Junta, habrán acabado con un aparato de poder y clientelismo que ha durado casi cuatro décadas. Después de eso, nada es imposible para la Nueva Derecha Española.
El imperativo de la Nueva Derecha es converger para recuperar el poder y ejercerlo con mucho más vigor que antes
La irrupción de Vox –eclosión es el término más preciso: lo que representa ya existía pero aún no se había manifestado plenamente— es el primer paso en una previsible reacción en cadena que puede dar a la Nueva Derecha Española un poder local y autonómico inusitado a partir de las elecciones del próximo mes de mayo. Y situarla en posición de asalto a La Moncloa.
El impacto de la onda expansiva sobre todas las opciones situadas fuera de ese tridente conservador causa algo cercano al pánico entre los demás partidos. El principal candidato a ser perjudicado es el PSOE, pero tanto Podemos y sus variantes como los partidos nacionalistas en diferentes comunidades sufrirán daños colaterales derivados de un cambio radical del escenario político.
La política española se ha dividido en dos grandes esferas. En la Nueva Derecha impera la tendencia a converger para recuperar cuanto antes el poder y ejercerlo con mucho más vigor que lo hizo Mariano Rajoy.
En las últimas horas, una batería de encuestas publicadas por diferentes medios coinciden en que se puede repetir en unas elecciones generales el fenómeno andaluz: que, aún perdiendo votantes y escaños, el PP se sitúe al frente de una triple alianza capaz de gobernar.
Esas encuestas dan a la Nueva Derecha entre 166 y 182 asientos en el Congreso (la mayoría absoluta es de 176). De ellos hasta 19 serían para Vox, una cifra que Santiago Abascal, el líder del partido que ha dinamitado el mapa político, considera que superará de largo.
En los demás, el desconcierto
Entre el resto de los partidos, reina el desconcierto. Ante la imposibilidad de presentar una réplica viable, la izquierda corre el riesgo de devorarse a si misma, como muestra la revuelta incipiente de los barones socialistas contra Pedro Sánchez y el aumento de la contestación interna al mando único de Pablo Iglesias tras la debacle de Andalucía y las negras perspectivas que dan a Podemos al últimas encuestas.
Mientras tanto, el independentismo catalán (y el vasco de Bildu, para terminar de arreglar las cosas) aprovecha la coyuntura –¡ahora o nunca!—para ‘apretar’, por utilizar el colorista vocabulario del presidente-activista de la Generalitat. Hasta dónde puede llegar se medirá el 21 de diciembre, fecha señalada para el próximo gran choque de trenes.
En la derecha, la posibilidad de acceder al poder prevalece sobre cualquier matiz ideológico. Como dónde está la frontera entre derecha y ultraderecha, por ejemplo: o a dónde han ido a parar los remilgos de Ciudadanos con la corrupción del PP.
Y lo que es más grave, ni a uno o a otro parece preocuparle las consecuencias a medio plazo de renunciar a cualquier resto de centralidad, arrastrados por la vehemencia nacional populista. No por repetido es menos cierto que el votante cabreado tiende a elegir el original a la copia. La patente de españolidad la ha reclamado con más éxito que nadie Vox.
Pablo Iglesias tuvo en marzo de 2016 la oportunidad de trazar un rumbo diferente al que ha conducido a la situación actual. En lugar de apoyar el primer intento de investidura con Ciudadanos de Pedro Sánchez, se alineó con el PP y dijo “no”. Nadie sabe dónde estaríamos ahora, pero ni el PP ni el conflicto catalán estarían en la efervescencia actual.
Las condiciones perfectas
Desde entonces, y no en pequeña medida por el fracaso de la política institucional en la última etapa del marianismo, han surgido las condiciones perfectas para el florecimiento de la Nueva Derecha.
Las decisiones tomadas por Pedro Sánchez tras acceder al poder por la vía más inopinada han potenciado los demás factores: el patriotismo reactivo a los sucesos catalanes, el avance imparable del populismo internacional, la ascensión de Pablo Casado tras la defenestración de Rajoy y el notorio giro de Ciudadanos hacia el nacionalismo español duro.
Añádase un discurso alarmista sobre la inmigración y la acusación de que el Gobierno socialista –que por sí solo se ha disparado en el pie en varias ocasiones— ha caído en manos “de quienes rompen España” y no es extraño que haya llegado la hora de Vox, que promete una solución fácil para todos esos males… y para muchos otros. Y, de repente, se ha hecho “votable” para centenares de miles de ciudadanos que en breve pueden tornarse en millones.
José María Aznar, el más napoleónico de los políticos españoles, aspira a que se complete la obra que se truncó en 2004
Como todo experimento, el actual tiene un técnico de laboratorio: José María Aznar. El ex presidente no es el inventor de la Nueva Derecha, pero reclama para sí la condición de padrino. La ambición del más napoleónico de los políticos españoles es que se complete la obra interrumpida en 2004, que el pusilánime Mariano Rajoy (la “derechita” de la que habla Abascal) no se atrevió a culminar cuando el PP recuperó el poder.
La doctrina que propugna desde la FAES se parece mucho a la de la alt right (derecha alternativa) que lidera Steve Bannon. La irrupción de la ultra derecha proporciona el elemento que faltaba –las propuestas más extremas— para llegar a un amplísimo espectro de votantes con las tres opciones patrióticas: Vox, PP y Cs. Que el ideólogo de Vox sea Rafael Bardají, ex militante del PP, viejo colaborador de Aznar en FAES y supuesta punta de lanza del Movement de Bannon en España, abona la tesis.
Salvo que la primera andadura de la Nueva Derecha sea un caos entre la constitución del nuevo Gobierno andaluz y el superdomingo del 26 de mayo, sus perspectivas de ganar una importante cuota de poder autonómico y local son notables. Y sólo pueden mejorar cuanto más se acentúen los factores que la impulsan: Cataluña, inmigración y un empeoramiento de la economía que empieza a entreverse.
Un resultado sólido en mayo es, a su vez, clave para la culminación del experimento: conformar una nueva mayoría política y social en torno al tridente de la Nueva Derecha como la única solución para la “España en descomposición” que describe su relato. Buena suerte con eso…
Reconquistar la grandeza
La estrategia no es muy diferente –incluso en los lemas utilizados en los mítines— de la que llevó a Donald Trump al poder en Estados Unidos, de los leavers británicos del Brexit o de la que proclaman a los nacional-populistas en diferentes países Europeos: “reconquistar” la grandeza, frenar a los que amenazan la identidad –sean inmigrantes o independentistas— y poner orden.
No faltará quien les dé legitimidad a juzgar por decisiones como la del ex Jefe del Estado Mayor del Ejército, general Fulgencio Coll, que será candidato de Actúa-Vox a la alcaldía de Palma. No será la última incorporación de este tipo.
Es un buen momento para examinar las consecuencias de confiar el poder a quien más alto pronuncia el nombre de la patria. En EE.UU. se está desarrollando una indisimulada estrategia para cercenar el voto de las minorías; Inglaterra se asoma al abismo; Italia coquetea con el neofascismo… La palabra iliberal ya no es un oxímoron, es el adjetivo que describe una pandemia.
No es, por tanto, aventurado afirmar que el objetivo final del experimento, más allá de conquistar el Gobierno, es reformar la Constitución. Pero no con la finalidad de modificar el modelo territorial para hacerlo más habitable para las aspiraciones nacionalistas.
Si Andalucía es, como parece, el principio de un efecto dominó, una reforma en sentido regresivo y centralizador está más cerca que cualquier intento de federalizar el Estado. ¿Y, entonces, qué pasa? Que se lo pregunten a Vox, los de las soluciones sencillas.