El experimento de Stanford

El investigador Philip Zimbardo corroboró en 'El efecto Lucifer. El porqué de la maldad' ciertos comportamientos del ser humano a lo largo de la historia

Sabemos que el ser humano es agresivo y violento. Sabemos que los seres humanos se infringen el mal entre sí. Y, según parece, siempre ha sido así. 

Más: a lo largo de la historia, el ser humano ha ido perfeccionando y tecnificando la práctica de la agresividad. Sacando a colación a Zbigniew Brzezinski –consejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter-, el XX ha sido “el siglo de la megamuerte”. Si se quiere, el siglo en que el mal llegó a su máxima extensión y sofisticación.  

Y el caso es que el ser humano -ante la existencia de un mal que él mismo genera- muestra o exhibe distintos comportamientos. Hay quien explicita su oposición radical, pero también quien muestra indiferencia e, incluso, quien sucumbe a la atracción del mal. ¿Por qué ocurre lo que ocurre?  

Al respecto, hay respuestas diversas. Para Sigmund Freud, la agresividad y la maldad son elementos constitutivos del ser humano. Por su parte, Konrad Lorenz señala que la agresividad es un instinto indispensable para la regulación del conflicto y la conservación de la especie.        

Idea que acepta Frans de Waal cuando afirma que la violencia es inherente a la conducta humana. Algo parecido –con matices- sostiene Erich Fromm al advertir que la agresividad, aunque obedezca a la fisiología humana, necesita estímulos para desencadenarse. O inhibirse. 

Mención especial merece la Hannah Arendt que habla de la “banalidad del mal” para designar a ese mal absoluto que fue el exterminio nazi. Así, Adolf Eichmann no era un “monstruo”, ni un “enajenado”, ni “un caso anormal de odio”, ni un “fanático”, ni un “cínico”. 

¿Adolf Eichmann? Para la autora, no se admite la “simplísima verdad” que “en las circunstancias imperantes en el Tercer Reich, solo los seres `excepcionales´ podían reaccionar `normalmente´”. Tampoco se admite que “una persona `normal´ fuese totalmente incapaz de distinguir el bien del mal”. 

El razonamiento de Hannah Arendt: Adolf Eichmann “siempre había sido un ciudadano fiel cumplidor de las leyes; y las órdenes de Hitler, que él cumplió con todo celo, tenían fuerza de ley en el Tercer Reich”. 

La conclusión: Adof Eichmann o “una rutina cotidiana, con sus buenos y malos momentos” y un personaje que nunca fue “atormentado por problemas de conciencia”. Prosigue: “hubo muchos hombres como él, y estos hombres no fueron ni pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siéndolo, terroríficamente normales”.  

Philip Zimbardo y el porqué de la maldad

Una teoría que corroboró Philip Zimbardo en su trabajo ‘El efecto Lucifer. El porqué de la maldad‘ (2008). ¿Cómo se explica que las personas buenas hagan el mal actuando deliberadamente de forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes?  

La respuesta se encuentra en el “experimento de Stanford” o “cárcel de Stanford” (1971) que implementó nuestro investigador. En síntesis: jóvenes sanos y normales sucumben al contexto, pierden la frontera que distingue el bien del mal, y acaban convirtiéndose en unos seres malvados que llegan a torturar. 

La cuestión: ¿el ser humano –algunos seres humanos- puede sucumbir a las presiones y/o estímulos y/o intereses y/o caprichos que le pueden impulsar a un comportamiento intolerable e incalificable que daña psicológica y físicamente –también, políticamente o materialmente- a sus congéneres?  Afirmativo, se concluye del experimento de Stanford.    

Edmund Burke: “Lo único que hace falta para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”. Habrá que tomar nota.

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