El éxito de Podemos: su desaparición

La política española experimenta desde hace meses una gran convulsión. Es el momento de la política, después de que, tras la crisis financiera de 2007, fuera el instante de las decisiones económicas drásticas para detener el golpe.

La política exige su tiempo, y los ciudadanos que sufrieron las consecuencias de esa dramática crisis, se acabaron organizando. Una de las salidas, ante la olla a presión que se generó, ha sido Podemos, que ha sabido unir dos factores: el crecimiento de la desigualdad, y la desafección ante las instituciones, debido a la corrupción de las cúpulas de los partidos.

El politólogo José Ignacio Torreblanca ha explicado el fenómeno, con claridad y honestidad en Asaltar los cielos (Debate), que presentó este martes en Barcelona en la librería Alibri, en animada conversación con Rosa Cullell, Lluís Bassets y Joan Subirats.

Torreblanca recuerda la situación económica en España, que es díficil de captar si únicamente nos fijamos en el entorno familiar o profesional de cada uno de nosotros. Al comienzo de la crisis, la relación entre el 20% con más renta en España, y el 20% con menor renta, era de 5 a 1. Una proporción igual a la de la Unión Europea.

Pero, en cambio, ahora ya no es lo mismo. En España ha pasado de 7 a 1, es decir, un aumento del 30%. Mientras que en la UE se ha mantenido en ese 5 a 1. Es evidente que eso debía provocar una reacción. Y así ha sido.

La otra cuestión es la que afecta a las instituciones. Desde hace años se conocen las carencias de la democracia española. Existe un exceso de acumulación de poder, como señala Torreblanca, en manos de unos pocos partidos y grupos de interés (y en menos todavía, porque esos partidos están controlados por una cúpula muy reducida). Con ese poder han conseguido –no del todo– «domesticar y anular a la sociedad civil».

Pablo Iglesias, al frente de Podemos, detectó esas fallas en el sistema. Y su acierto ha sido el de buscar otro eje en la discusión política, el de los de arriba y los de abajo, dejando de lado el clásico entre izquierda y derecha. Clases medias, votantes de todos los partidos –también del PP– se han sentido tentados y han llegado a votar a Podemos, en las europeas, y en las municipales y autónomicas. Porque lo que está en juego en España es alcanzar un nuevo contrato social.

Lo que ocurre es que Podemos no propone nada viable. No acaba de lanzar un proyecto concreto, que, al margen del miedo que siempre genera lo nuevo, sea capaz de generar riqueza y distribuirla mejor. Y, además, presenta una cara fea, autoritaria, incluso, que no invita al optimismo sobre sus posibilidades de gobernar con tiento, con referencias al viejo comunismo. 

Es cierto que, ante la falta de reacción creíble del PP y del PSOE, y las cautelas y las imprecisiones de Ciudadanos, Podemos sigue resultando una opción para muchos ciudadanos.

Ahora bien, el éxito de Podemos podría ser su desaparición, aunque no de inmediato, claro, porque ha obligado a toda la clase política a resituarse, y al conjunto de los ciudadanos les ha llevado de la mano para que se vuelvan a interesar por la política, para que presionen, para que fiscalicen, y para que sean responsables.

Torreblanca apunta una idea central, incidiendo en un error, curiosamente, de Pablo Iglesias. Cuando el líder de Podemos habla de «quitar el candado del 78», en alusión a la Constitución, como una forma de decir que todo puede estar, de nuevo, sometido al debate y la discusión, no se da cuenta de que lo necesario es que los partidos sean conscientes de que deben adecuar la democracia en España con nuevos candados, no con menos.

Es decir, lograr un equilibrio entre los distintos poderes, que impida el secuestro de la democracia que han perpetrado las cúpulas, principalmente del PP y del PSOE.

Podemos está actuando de catalizador de una protesta global contra el sistema, y lo mejor que podría suceder es que PP y PSOE aprendan la lección, y en la próxima legislatura se pongan en marcha a toda velocidad. Podemos seguirá ahí, aunque no se sabe si tendrá o no una gran capacidad de maniobra.

Pero visto que no hay ninguna garantía de lo que pueda generar si alcanza el poder, –no es el PSOE del 1982, aunque lo pareciese hace unos meses– su mejor contribución será su propia desaparición, siempre que el sistema en su conjunto cumpla con los ciudadanos.