El Estado se muere, pero ¿quién invierte realmente?
Acaba el año, y una de las discusiones en el ámbito económico internacional se ha centrado en la capacidad de las grandes corporaciones para burlar los controles de los estados. Los países nacionales, como los hemos entendido hasta ahora, tratan de sobrevivir, superados por la ingeniería de las multinacionales que pagan impuestos allí donde más fácil se lo ponen. Es el caso de Google, Facebook, o Apple, pero también de otras empresas que venden sus productos en un mercado concreto, pero cumplen con la legalidad donde tienen sus sedes financieras, curiosamente siempre en países con una muy baja fiscalidad.
El hecho es que se asiste a una gran contradicción: los estados no reciben las ganancias que han contribuido a generar, y eso les deja en una situación muy delicada: se mueren, y sus responsables políticos no tienen mucha capacidad de maniobra, porque no saben cómo acotar esas diferencias fiscales. Ocurre en el seno de supuestas creaciones supranacionales como la Unión Europea, con países como Luxemburgo o Irlanda que distorsionan la competencia sana entre iguales.
El tema es que diferentes estudios han demostrado que han sido los estados los que han generado la innovación necesaria para lograr esas enormes corporaciones tecnológicas, por ejemplo. No es cierto que los inventos se hagan en un garaje, y que todo dependa del talento y del atrevimiento de unos emprendedores, de nacionalidad norteamericana con más concreción. No es cierto que el problema sea el cambio en el marco regulatorio –aunque ayuda, y se deberían importar muchas cuestiones de Estados Unidos en Europa– o que debamos inyectar unas buenas dosis del espíritu del nortemericano medio para levantarse cuando se fracasa en un negocio.
Se trata de que los estados inviertan y puedan, posteriormente, aprovechar ese esfuerzo, ¿cómo?
La economista Mariana Mazzucato lo ha señalado en su libro El Estado emprendedor (RBA, 2014), al recordar que el capital riesgo llegó muchos años después de que se hubieran realizado inversiones cruciales a través de los fondos públicos. Según los datos que arroja el 88% de las grandes innovaciones norteamericanas entre 1971 y 2006 dependieron totalmente de la investigación financiadada por fondos del gobierno federal, y, en ningún caso, por empresas privadas. En el sector farmacéutico, por ejemplo, el 75% de las investigaciones en nuevos fármacos se financiaron a través de laboratorios públicos de Estados Unidos. El hecho es que es el Estado el que financia lo principal de la innovación más arriesgada, ya sea básica o aplicada.
Mazzucato no está sola. Otros estudios van en la misma dirección, como el coordinado por Block y Keller, de 2011: State of Innovation. The U.S. Government’s role in Technology Development.
El problema es como casar ese esfuerzo de los estados, con dinero público, con las necesidades del sector privado, y la necesaria respuesta al conjunto de los ciudadanos, rompiendo con ese falso dilema de que todo lo público es ineficaz, pero también respecto al argumento contrario: todo lo que huela a privado debe ser por completo desmantelado.
Xosé Carlos Arias y Antón Costas señalan en su nuevo libro, La nueva piel del capitalismo, (Galaxia Gutenberg) que hay interesantes respuestas, como la del economista Dani Rodrik, quien sostiene que vivimos un cambio: del Estado benefactor al estado innovador.
En esa nueva situación, el Estado podría centrarse en esas necesarias inversiones en innovación, pero siempre que pueda recoger sus frutos. Para ello, Rodrik propone cambios profundos en el ámbito institucional, para que proporcione recursos a los estados «desde ámbitos hasta ahora apenas explorados». Es decir, para que los estados actúen, a través de la inversión pública, como impulsores del desarrollo económico.
Es cierto que hace sólo unos años esto podía constituir una blasfemia, al romper con la ortodoxia imperante, pero, tras la crisis, algunos economistas insisten en que debe de estar sobre la mesa. Lo que parece claro es que la historia de las innovaciones de garaje han quedado desmitificadas.