El Estado feo
San Agustín advertía que “nada es propiamente feo en la creación divina”. Pero en la creación humana la forma en que actúa el Estado es francamente fea
Resulta curioso que en la mayor época de consumo de la historia de la humanidad, no solo determinada por aspectos demográficos, sino por conductas sociales asociadas al estímulo constante de las marcas comerciales para seducir a los consumidores, el Estado tenga tan poco interés en interesar (gustar) a los ciudadanos.
Mientras Apple confecciona teléfonos cada vez más útiles para los consumidores, el Estado genera intrincados e imposibles sistemas de relación con los ciudadanos que resultan cada vez más inútiles para sus intereses.
La falta de interés del Estado para seducir a los ciudadanos se manifiesta en una sagaz observación de Eduardo Mendoza, en la que advierte que todos los ciudadanos parecen sospechosos en la fotografía que aparece en el carnet de identidad porque todas ellas parecen sacadas de un arresto policial.
Habría que preguntarse por qué, en vez de afear la imagen de los ciudadanos en los carnet de identidad, no se propone embellecer su vida con pequeños detalles como, por ejemplo, no aceptar ninguna fotografía en la que el retratado no saliera favorecido.
¿Qué le hubiera podido costar al Estado español bajar el precio del IVA de las mascarillas cuando lo hicieron otros países europeos? ¿Cuál es la razón para no tener ningún gesto con los autónomos que, ahora, no solo deben pagar el IVA sino que, además, trabajan más para poder pagar sus cuotas al Estado que para poder seguir trabjando?
La respuesta es simple: se precisa la recaudación de dinero para pagar y mantener, entre otras cosas, la fealdad del Estado.
El Estado dispondrá solo 3.421 millones de euros para Sanidad
Hay tantas cosas feas en la relación del Estado con sus ciudadanos que no es extraño advertir que el ascenso de los populismos responde al inequívoco síntoma de la pérdida de prestigio y respeto al propio Estado. La fealdad que construye no solo es estética sino moral, en la medida de que los ciudadanos son tratados como criaturas a las que se les debe extraer la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible.
Así lo demuestra el hecho de que ningún impuesto ha dejado de cobrarse a pesar de que muchos trabajadores se ven incapaces de poder pagarlo como consecuencia del confinamiento y las restricciones impuestas para intentar minimizar los contagios.
Debemos hablar del Estado porque es la razón de ser de España. Todos los ciudadanos están obligados a adaptarse a la regla principal del Estado, basado en que todos están subordinados a él con el propósito de establecer un vínculo, de manera que cualquier ciudadano puede ser sacrificado, en el sentido más extenso del término, si el Estado se ve amenazado.
Solo debemos ver los Presupuestos Generales del Estado para el ejercicio 2021. Para el Ministerio de Defensa se dispondrán 9.070 millones de euros, entre los cuales 5.000 millones son para personal. El presupuesto se incrementa un 4,7% y, si se tiene en cuenta otras transferencias a otras administraciones, probablemente llegará a alcanzar los 10.499 millones de euros.
Donde se destinarán más fondos es en el caza de combate Eurofigther Typhoon, que costará 488,8 millones de euros. Incluso algunos informes, como el del Centro Delás de Estudios por La Paz, advierten que en el 2020 elevan el coste de defensa a 20.000 millones de euros.
No se trata de establecer si el Estado debe gastar en armamento en un contexto en que la crisis sanitaria obliga a los ciudadanos a pagar de su propio bolsillo las mascarillas que exige el Estado para controlar los contagios, sino de señalar que el Estado prioriza invertir en Defensa y no en Sanidad. Es alarmante comprobar que el Estado dispondrá solo 3.421 millones de euros para Sanidad, si se suman las partidas europeas para el 2021.
El mundo que prioriza el Estado, reflejado en los Presupuestos del 2021, es preocupante
La relación del Estado con sus ciudadanos, como podemos comprobar, es claramente mejorable si quiere seducirlo y evitar así su desgaste. San Agustín advertía que “nada es propiamente feo en la creación divina”. Sin embargo, en la creación humana la forma en que actúa el Estado es francamente fea.
Evitar la belleza en las formas y objetivos de actuación del Estado supone ahogarnos en la fealdad como forma de gobierno. Si las cifras económicas expresan ideas, el mundo que prioriza el Estado, reflejado en los Presupuestos del 2021, es preocupante, al definir la realidad en términos donde los ciudadanos quedan sometidos a un bien superior que nadie alcanza a entender.
El Estado feo presupone que hay un Estado que no lo es pero que, lamentablemente, cada vez se encuentra más maniatado por el primero.