El espejo cóncavo catalán
El efecto se reproduce cada vez que hay dos convocatorias electorales próximas en el tiempo. En las segundas, los aspirantes interesados intentan coger el viento de cola de los que hayan salido mejor parados en las primeras. En cambio, quienes no han obtenido buenos resultados se cobijan al amparo del clásico «los datos no son extrapolables». Cualquiera de estos dos comportamientos obedece a la lógica política.
El texto y el contexto catalán tienen muy poco que ver con el escenario gallego. Pueblos distintos, sociedades distintas, historias distintas y preocupaciones distintas. El problema del encaje en España, que monopoliza el debate político en Cataluña en los últimos tiempos, sencillamente no existe en Galicia. Por fortuna. Lo cual no impide que las formaciones políticas nacionalistas estén tratando de tomar posiciones y sumar masa crítica -con obvias dificultades, por otro lado- por si llegara el caso de una reforma constitucional en la próxima legislatura.
Pero los efectos especiales de Cataluña no deberían deslumbrar a las élites políticas gallegas. Tampoco a las que no se tienen como élites, pero sociológicamente lo son y encabezan esos movimientos «de base» tan escasos cuantitativamente como motivados e informados cualitativamente.
Para empezar, la gran movida soberanista .cat está encabezada por la derecha y el centro-izquierda nacionalistas. Esa derecha y centro izquierda nacionalista aquí, en Galicia, ni existe (una de las grandes anomalías de nuestro panorama sociopolítico). Aquí ese espacio lo hegemoniza una fuerza como el Partido Popular, que solo de cuando en vez se reviste de una insignificante pátina galleguista por conveniencia y no es precisamente una fuerza casi residual, como sí sucede en Cataluña.
Los mejores momentos del nacionalismo gallego fueron aquellos en los que logró ensanchar su base electoral por la vía del pacto y la moderación. Hoy el BNG ha abandonado aquella estrategia, que tanta confrontación interna provocó en su seno. De ahí vinieron las divisiones posteriores. La o las candidaturas de unidad popular (a la izquierda del PSOE, para entendernos) van a llevar el llamado «derecho a decidir» (o sea, derecho a la autodeterminación) como asunto preferente en su programa. El votante nacionalista moderado se quedará, por tanto, sin opción. Es lógico que formaciones próximas busquen la unidad, pero no parece muy plural que solo haya una única opción nacionalista en unas elecciones generales. Y sería más atípico que esa única candidatura la encabezara un dirigente político como Beiras, que dice cosas como que él en Cataluña votaría a los antisistema de la CUP.
Al pseudogalleguismo oficial del PP gallego le va bien un adversario radicalizado. Le va muy, muy bien. Y el PSOE podría rescatar votantes díscolos que se le han ido a otras formaciones (incluyendo galleguistas moderados que no ven con buenos ojos la radicalización soberanista), pero anda demasiado enredado en sus problemas judiciales y traslada a la opinión pública inquietantes síntomas de debilidad y agotamiento.
A los efectos de los emergentes, el subidón de Ciudadanos en Cataluña (parece que ganaron ellos las elecciones) no es trasladable, al menos de momento, a Galicia. Aquí, donde han sido incapaces hasta ahora de crear una mínima estructura seria, no pesa el factor identitario como en su comunidad matriz. Esto es otra cosa.
Los malos resultados debilitan a Podemos. Parece que las urnas los van poniendo en su sitio y el suflé sigue bajando. Les falta poso, cohesión y solidez para asentarse en Galicia. Se han buscado socios en Anova e IU, pero lo cierto es que la cuestión territorial tampoco es lo suyo, por eso el Bloque los mira con mucho recelo y se complica la unificación de las dos candidaturas que intentan conseguir el sueño del grupo parlamentario en el Congreso.
El mimetismo no es recomendable. El espejo catalán es cóncavo. O convexo, si se prefiere.