El efecto Txapote
a última bala de Sánchez es repetir el modelo de la moción de censura del verano de 2018, cuando se convirtió en el primer presidente de gobierno en alcanzar la Moncloa sin ser la primera fuerza parlamentaria del Congreso, pero eso cada día que pasa está más lejos
Mucha de la gente que grita “¡Que te vote Txapote¡” no tiene ni idea del sanguinario currículum de García Garztelu, alias Txapote, que participo en un mínimo de diez atentados, entre ellos los de Fernando Múgica, Miguel Angel Blanco y Gregorio Ordoñez. Los demás atentados, quizás menos recordados, no son menos importantes, asesinatos de guardia civiles, concejales, ametrallamientos de casas cuartel donde vivían niños, todo hasta llegar a la cúpula de ETA y no mostrar jamás arrepentimiento alguno. Para Sánchez, que lo relacionen con semejante sujeto está resultando catastrófico para sus intereses, pero el silogismo funciona a la perfección: Sanchez, ¡Que te vote Txapote!
El recorrido criminal de Txapote es menos lesivo para Sánchez que el efecto que el lema tiene en su campaña. El presidente saliente planificó la convocatoria del 23J como un referéndum de los españoles a los acuerdos entre PP y VOX y se ha convertido en un bumerán que lo que evalúa no es solo sus pactos con Bildu, y en menor medida con ERC, sino el precio que Pedro Sánchez ha estado dispuesto a pagar por, primero, acceder al poder y luego mantenerse en él. Y el veredicto parece dictado. En el imaginario popular hay dos ideas que hunden la campaña socialista: Sánchez ha pactado con Bildu a cambio de poder, Sánchez ha mantenido a Irene Montero a pesar de la ley del si es si a cambio de poder. Poder a toda costa.
A una semana de las elecciones, Feijóo no ha tenido que aguantar, hasta ahora, ningún altercado callejero que le afee sus pactos con Vox y, en cambio, Sánchez no puede pisar la calle y el “¡Que te vote Txapote!”, resuena en los San Fermines, fiestas populares y lo peta entre memes e infografías que corren por WhatsApp. La idea clásica de que las elecciones las decide la economía en esta ocasión no funciona.
En una entrevista esta estrategia puede salirte bien, pero en un debate eso es imposible dado
No es creíble que el presidente fuera cazado a contrapié en el debate y que por eso no supo rebatir los argumentos de Feijóo. Sánchez se comportó en el debate, como lo había hecho previamente en El Hormiguero y con Ara Rosa Quintana en Tele 5, apabullando, no dejando hablar y con una estrategia premeditada de acaparar todo el tiempo. Es de cajón que para que no te puedan preguntar ni te puedan rebatir lo que debes hacer es hablar y hablar sin parar. Sánchez ha aplicado la táctica del Senado, donde él, en su condición de presidente del gobierno, tiene tiempo ilimitado para intervenir a la campaña. En una entrevista esta estrategia puede salirte bien, pero en un debate eso es imposible dado que el mismo consiste en un contraste de pareceres y cuando este no se da porque uno de los debatientes no deja que eso suceda, entonces naufraga tal como le ha sucedido a Pedro Sánchez.
Sánchez, a pesar de que él hable de un mandato complejo, con el Covid y la guerra de Ucrania, había tenido una legislatura plácida: tres líderes de la oposición (Rajoy, Casado y Feijóo), una oposición divida en tres (PP, Vox y Cs), un líder de la oposición decapitado por los suyos (Casado), otro líder sin escaño parlamentario (Feijóo) lo que convertía en plácidas sus sesiones de control… ¿Qué más podía pedir? En estas circunstancias uno solo pierde el poder por errores propios.
Nada está escrito, a una semana de las elecciones puede pasar cualquier cosa, prevista o imprevista, orquestada o no. Las campañas tienen giros argumentales propios de series de éxito: una inclemente meteorológica que provoca una desgracia natural a la que un líder político no reacciona con empatía, un atentado, un escándalo -ficticio o no- que provoca un vuelco electoral. Todo ellos son cosas que hemos vivido tanto en España como en países de nuestro entorno, pero a día de hoy Sánchez está contra las cuerdas. Txapote le persigue y nada le permite cambiar el guion de una campaña que para él va de mal en peor porque cada voto que gana no se lo quita al PP sino a sus socios a los que, en todo caso, necesitaría para reeditar su gobierno.
La última bala de Sánchez es repetir el modelo de la moción de censura del verano de 2018, cuando se convirtió en el primer presidente de gobierno en alcanzar la Moncloa sin ser la primera fuerza parlamentaria del Congreso, pero eso cada día que pasa está más lejos.