El efecto paradójico del resultado electoral
Pedro Sánchez debe ser consciente de que buena parte de los 7,4 millones de votos que ha logrado son prestados
Resulta difícil señalar la conclusión más significativa de las elecciones del domingo con la perspectiva de unas pocas horas. Más que esclarecedor, su resultado es contradictorio. Tan pronto puede enderezar el rumbo político de los próximos años como provocar un enconamiento mayor.
La polarización de los últimos tiempos ha generado lo que en medicina se llama un «efecto paradójico». En lugar de que, como se temía, se encumbraran las opciones más vociferantes, como Santiago Abascal y Carles Puigdemont, el electorado se ha inclinado hacia quienes ofrecen distensión.
Los españoles han rechazado el ‘cuanto peor mejor’
Al menos de momento, se ha evitado una reedición de la fórmula que ha dado el poder al tridente de la derecha en Andalucía. Y el Partido Socialista, desahuciado hace apenas dos años como partido de gobierno, ha recuperado –¡y de qué manera!– el favor de casi un tercio del electorado.
Los españoles –entre ellos, los que no se consideran tales– han rechazado el «cuanto peor mejor». El irredentismo del bloque de Waterloo ha recibido un correctivo. Y el nacional populismo de cruz y espada se ha quedado a un tercio de las perspectivas que sus exaltados proponentes vaticinaban.
Vox acabó la campaña convencido de que la «España cabreada» llenaría las urnas con la misma facilidad que llenaron el 25 de abril la Ciudad de las Artes de Valencia con 5.000 asistentes.
Los escaños de ERC y Bildy aseguran que las ‘cuestiones nacionales’ entre la agenda del Congreso
En vez de los 60 escaños que acabaron fijando como objetivo, se han quedado en 24. Son suficientes para convertirse los nuevos rufianes del Congreso, pero pocos para condicionar la nueva legislatura.
Sería, sin embargo, un mayúsculo error considerar que la ultraderecha ha sido conjurada como actor político determinante. O que el independentismo –sea catalán o vasco– ha sido devuelto a la categoría de deseo que nunca se va a cumplir.
Los 15 escaños de Esquerra Republicana de Cataluña y los cuatro obtenidos por Bildu aseguran que las «cuestiones nacionales» seguirán condicionando la gobernanza del Estado.
¿Nueva era o solo una tregua?
El resultado electoral no es, por tanto, el principio de una nueva era basada en la moderación sino una tregua temporal de los discursos más radicalizados. En función de cómo de se gestione el tiempo que se abre, puede surgir un nuevo consenso constitucional. Pero si los partidos no escuchan el mandato de los electores, ese tiempo puede acabar en una polarización más acusada que la vivida hasta hora.
La implosión del Partido Popular no se debe solamente a su nueva retórica desacomplejada. Años de corrupción, de insensibilidad social y de autismo respecto del problema catalán, han rematado la débâcle que comenzó con la moción de censura que finiquitó a Mariano Rajoy.
El fracaso es de Pablo Casado, pero lo es más de su mentor, José María Aznar, y de la cultura del todo vale con que eñ PP ha ejercido el poder siempre que lo ha tenido.
Es muy revelador que las derrotas más sonadas del nuevo PP se hayan producido en sus feudos tradicionalmente más sólidos: Valencia, Madrid –donde Ciudadanos ha consumado el sorpasso— y en Castilla y León, donde los populares se encaminan decididamente a perder el gobierno autonómico en mayo.
La mayor responsabilidad de la nueva etapa recaerá en el PSOE y ERC
Otro efecto paradójico es el éxito, aparente, de Ciudadanos. Sus 57 escaños (25 más que en 2016) le acercan tanto al PP (66 frente a los 137 de la pasada legislatura) que Albert Rivera ya reclama para sí el título de líder la oposición.
Sin embargo, su obstinación en vetar cualquier acomodo con Pedro Sánchez pueden convertir ese peso en Congreso en irrelevante cara a las grandes decisiones que se tendrán que tomar.
Si los socialistas logran gobernar con el apoyo de Unidos Podemos y alguna ayuda adicional, el papel Cs en la nuevas Cortes puede asemejarse al que han desarrollado en el Parlament de Cataluna pese a ganar las autonómicas de diciembre de 2017: que sus escaños sirvan sólo para hacer ruido.
¿Se entenderán PSOE y ERC?
La mayor responsabilidad de la nueva etapa recaerá en el PSOE y ERC, condenados a entenderse sin que se note demasiado. Por miedo, por utilitarismo o por ausencia de una opción mejor, Sánchez ha logrado un apoyo popular que ni siquiera un loco hubiera vaticinado hace dos años.
Pero, el presidente en funciones debe ser consciente de que buena parte de los 7,4 millones de votos que ha logrado -dos millones más que en 2016- son votos prestados que sólo podrá consolidar si consigue combinar su agenda social con la moderación que esperan los empresarios y encarrilar el reto independentista sin demasiadas cesiones.
Los socialistas que, el domingo por la noche, gritaban “¡Viva España!” y “con Rivera, no” frente a su sede de Ferraz no se referían sólo a pactar con Ciudadanos. El independentismo ha quemado más puentes de los que Sánchez puede reconstruir en una legislatura.
ERC, por su lado, deberá asumir su nueva situación de partido nuclear del independentismo y arriesgarse a establecer una relación constructiva con el gobierno socialista —en solitario con apoyos externos o de coalición con Podemos— que se acabará formando en Madrid. Esto es algo que entienden sus líderes, pero menos sus bases.
El peor enemigo de los dirigentes republicanos no es lo piensan sus líderes, sino lo que acaban haciendo en el momento de la verdad. Tendrán que reprimir su habitual tendencia a romper la baraja en los lances más trascendentes.
Esa rauxa es la que precipitó la declaración de independencia el 27 de octubre de 2017 con las “155 monedas de plata” de Rufián, las lágrimas de Marta Rovira y el temor de Oriol Junqueras a que le acusaran de botifler.
Aunque no prefigure una vuelta a la estabilidad institucional del pasado, el veredicto de las urnas abre perspectivas más alentadoras que las que hubiera supuesto el triunfo de «las tres derechas», maniatadas por su propia radicalidad.
Los españoles –insisto: entre ellos los que aseguran que no lo son— han pedido un cambio de estilo que desemboque en una política distinta a la confrontación.
Los socialistas tienen ante sí el reto de abrir con éxito una nueva era marcada por la negociación y el acuerdo. Si no lo hacen, como decía su lema electoral de 2008, “ellos vuelven”: la derecha volverá a tener una oportunidad y Sánchez concluirá su racha de victorias improbables y se tendrá que ir.