El dilema del PSOE: ¿país o partido?
Los resultados electorales del pasado domingo sólo han dejado claro un aspecto: la clave de la gobernabilidad del país la tiene el PSOE. Sus principales alternativas son tres: establecer una alianza de izquierdas, formar una gran coalición con el PP o quedarse en la oposición.
La primera opción puede ser la más atractiva, ya que supondría convertir a Pedro Sánchez en presidente del gobierno. No obstante, las diferencias ideológicas entre los partidos que la compondrían me parecen insalvables. Las discrepancias principales son su diferente perspectiva sobre la unidad de España, sus distintas prioridades económicas y su discrepante visión de la sociedad. Debido a ello, dudo mucho que los principales dirigentes del PSOE estuvieran de acuerdo en convocar un referéndum sobre la independencia de Cataluña, incumplir notoriamente el déficit público acordado con la Comisión Europea o cambiar el concepto actual de democracia (de representativa a «real»).
La segunda alternativa sería la mejor solución para realizar una segunda transición en España, reformar la Constitución, abordar con éxito el reto de los independentistas catalanes, configurar un Estado plurinacional y generar un nuevo modelo de crecimiento económico. No obstante, dicha opción supondría un sacrificio de proporciones difícilmente calculables para el PSOE. Una gran parte de sus militantes y simpatizantes, especialmente los más mayores, se sentirían traicionados y dejarían de votarles, pues para ellos el PP supone la otra España. La pérdida de votos sufrida, con independencia de la calidad de gestión realizada por el nuevo gobierno (probablemente el PP capitalizaría sus principales éxitos), podría llevar a la formación socialista a la irrelevancia. Sería sacrificar el partido por el país.
La tercera opción es la más sibilina. Consiste en quedarse en la oposición, pero a la vez favorecer la gobernabilidad de España. En ningún caso, el PSOE debe aparecer ante la opinión pública como el culpable de la convocatoria, en pocos meses, de nuevas elecciones. La colaboración con el PP tendría que ser más por omisión que por acción. Así, creo que sería conveniente vetar a Rajoy como presidente de gobierno y cumplir una de sus principales promesas electorales.
No obstante, a través de la abstención, me parecería acertado facilitar la investidura de otro candidato del PP. Los acuerdos con el nuevo gobierno deberían ser puntuales y únicamente sobre temas esenciales, tales como la unidad de España, la política de seguridad y la financiación autonómica.
En otros, como la educación, la sanidad o la economía, sólo si respetan en gran medida las posiciones de la formación. Con dicha actuación, Pedro Sánchez rompería el dilema entre país y partido. Favorecería al primero no impidiendo la gobernabilidad del mismo e impulsaría al segundo marcando diferencias con el PP y realizando una dura, pero a la vez dialogante, oposición al nuevo gobierno de derechas.
En definitiva, con los 90 diputados conseguidos, Pedro Sánchez ha conseguido «salvar los muebles». Ni puede cantar victoria, ni puede sentirse derrotado. No obstante, por encima de todo, debe tener paciencia, reafirmar su liderazgo dentro del PSOE y pasar, en los próximos años, de ser un hombre de partido a un político de Estado. Sus verdaderas elecciones generales serán las próximas, en éstas lo único que ha conseguido es tiempo. Un aspecto sumamente valioso para un político novel.