El dilema del PP

Los resultados del último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió publicados esta semana confirman que la política catalana actual tiene un par de claros vencedores y otros tres perdedores fácilmente identificables. Los primeros son, evidentemente, ERC y Ciutadans (C’s). Los segundos, los hasta ahora partidos mayoritarios y representantes de la centralidad del país: CiU, PSC y PP. No parece, pues, un tiempo para las posiciones moderadas, de consenso, más o menos racionales, y sí el momento de la adhesión pura y dura, sin matices, del banderazo como todo argumento.

En esa tesitura, lógicamente, se llevan la palma los irreductibles y fracasan los demás. Este nuevo sondeo coloca a CiU como segunda fuerza política, confirmando otros anteriores, y la serie muestra un acelerado declive del partido que dominara la política catalana desde la transición hasta nuestros días, con el intervalo de los dos tripartitos. Al parecer, algunos dirigentes lo consideran un mal menor si mientras se avanza hacia la independencia, pero este razonamiento no deja de ser una bobada que refleja el pobre nivel intelectual de algunos líderes o funcionarios políticos de alto rango. El profundo sentido común de Pere Navarro es muy escaso bagaje para evitar la quiebra del desnortado PSC y lo del PP merece un capítulo aparte.

Históricamente, el PP ha tenido en Catalunya dos estrategias completamente distintas entre sí y una cierta aversión hacia el “hecho diferencial catalán”, un concepto extraño, abstracto, que no estoy muy seguro de lo que quiere decir pero que seguro que nos permite entendernos: recuerdo con cierta precisión cuando Manuel Fraga aún era líder del partido y en una de sus visitas a Barcelona un periodista le preguntó qué opinaba de las siglas PPC, que un sector de los populares quería implementar para dotar de una mayor catalanidad a una fuerza vista siempre con profundo recelo; Don Manuel cambió radicalmente su rostro y encaró con fiereza a su interlocutor: “Acaso no sabe usted que a mí la P y la C juntas nunca me han gustado”. Se refería, claro, el histórico líder de la derecha española al acrónimo del Partido Comunista.

Desde la dirección del PP en Madrid siempre se ha dudado entre dos líneas de actuación, que a su vez han tenido múltiples variantes también contradictorias entre sí. Una de las líneas estratégicas seguida en determinados momentos ha consistido en reforzar el perfil propio del PP en Catalunya, dotarle de un líder fuerte y posicionarlo como una alternativa del centro derecha a la hegemonía del nacionalismo (hasta ahora) moderado que representaba CiU. Ejemplos de esta estrategia han sido las etapas en que regían el partido Aleix Vidal-Quadras o Josep Piqué. En ambos casos se trataba de hacer frente a la supremacía política del pujolismo. Vidal-Quadras y Piqué perseguían el mismo objetivo aunque desde posiciones radicalmente distintas. Uno quiso competir desde la afirmación más radical de la diferencia, ; el otro, desde la cercanía, el catalanismo moderado frente al exclusivo.

A los dos, la dirección central de los populares les cortó las alas y les puso en el altar del sacrificio. A Vidal-Quadras, que llegó a tener unos resultados electorales históricos, cuando Pujol directamente lo pidió a cambio de sus votos en Madrid. A Piqué, llevándole al suicidio político contra el Estatut que promovió Pasqual Maragall, obligándole a votar en contra de la totalidad y asumir una radicalidad cuando él era partidario de una abstención negociada y matizada.

Alternándose con esa línea de actuación, los populares han desarrollado otra que consistía en mantener una presencia blanda, testimonial, que no dañara en exceso las relaciones con CiU y sobre todo que no la perjudicara electoralmente ante el convencimiento de que la competencia entre PP-CiU sumaría menos que los escaños que Pujol pudiera poner en Madrid al servicio del gobierno central cuando éste los necesitara. Cuando así era, Pujol se permitía el lujo de ponerles en evidencia sin ningún tipo de recato: el gobierno del Aznar les presentaba en Madrid como su aliado mientras que Pujol demonizaba a los populares en Catalunya como si fueran embajadores del anticatalanismo más acendrado.

Pues bien, de esas lluvias estos barros. El PP en Catalunya carece de una dirección política reconocible y sus electores huyen. El citado sondeo del CEO contempla una caída de 6 puntos hasta el 2,8% en intención directa de voto. Está apenas 4 décimas por encima de las CUP, pero… ¡3 puntos por debajo de C’s! Cuando Mariano Rajoy más necesitaría unos correligionarios catalanes creíbles en la defensa de sus tesis se encuentra con un partido en caída libre y una dirigente citada en feos asuntos (espionaje en La Camarga) para más inri.

En estas circunstancias, parece que el camino soberanista emprendido por Mas pudiera tener en paralelo unas consecuencias no previstas inicialmente por el actual presidente de la Generalitat, si es que realmente había algo previsto: la completa transformación del mapa político catalán y las siglas que lo integran, incluyendo tal vez su propia inmolación.

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