El desmoronamiento
Para alcanzar algo parecido a los Pactos de la Moncloa, Sánchez tendría que hacer, primero, crisis de gobierno. Pero no va a prescindir de Podemos
El señuelo de la recuperación de los Pactos de la Moncloa había sido acogido por la oposición con tanto descreímiento que Pedro Sánchez tuvo que emplearse a fondo en el pleno del Congreso para adornar la propuesta.
Convocando solemnemente desde la tribuna a todos los agentes sociales. Tranquilizando a los desconfiados que se temen que esa alianza esconda un plan de cambio de régimen; una segunda Transición. Nada de nada, asegura.
Se trata de la reconstrucción económica y social. Pero Vox le descalifica y el PP no le cree. Puede ser que Sánchez busque desprenderse del apoyo de los independentistas disueltos en la bruma de un gran pacto de Estado del que ellos mismos se desentiendan. “No habrá pactos que valga”, sentenciaba Gabriel Rufián (ERC).
Pero, para seguir gobernando, necesita sumar escaños. No le bastarían los que le puedan brindar a última hora los 10 diputados de Ciudadanos, que se encuentran de nuevo en una operación de recolocación. ¿Pretende cambiar de bloque sin cambiar de socio? Ahí está su dilema.
La ocurrencia de una gran alianza que recoja el espíritu de la Transición flojea por la base. Porque la credibilidad del presidente del Gobierno, una vez vista la gestión de la crisis del coronavirus, está muy cuestionada. Y porque su socio de gobierno repudia cualquier acuerdo transversal. “Dice una cosa pero hace la contraria” le recrimina el presidente del PP, Pablo Casado.
Por eso, los mismos interlocutores que no cesan del reclamarle el diálogo que hasta ahora no ha practicado ven en esta propuesta más un eslogan que un proyecto serio.
La grave irresponsabilidad que cometió Sánchez al dar entrada a Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros le ha conducido a esta situación de desconfianza.
Su progresivo autoaislamiento y las críticas por su falta de transparencia y unilateralidad en esta crisis, le ha hecho temer por la estabilidad de este gobierno. Por eso ha sacado el conejo de la chistera del pacto transversal. Pero el centro derecha no le cree.
Su soberbia no le impide apelar constantemente a la humildad para emplazar a la oposición a que sean tan leales como lo está siendo la de Portugal o Reino Unido. Pero Sánchez tampoco es Santos Da Costa. Porque él no contó con la oposición para decretar la paralización económica. Ni con los empresarios ni con las Comunidades Autónomas.
Por eso el PP no le cree ni cuando parece que rectifica. Cuando presume de que España ha sido el pais que más test ha realizado, cualquier interesado sabe que mientras aquí estábamos con 355.000 pruebas, en EEUU ya habían alcanzado el millón.
Somos el primer país del mundo en contagio de profesionales sanitarios. Un triste récord que induce a preguntarnos qué se ha estado haciendo mal. Pero Sánchez se cobija en la propaganda (un arma tan eficaz para el adoctrinamiento político) para repartir culpas y eludir su responsabilidad como presidente de gobierno.
Sin atisbo de autocrítica. Hablando de picos, curvas y estadísticas. Mientras las televisiones nos enseñan a los pocos abuelos que se curan sin mostrarnos la otra cara de la moneda, la historia de la familias de los más de 15.000 fallecidos, sin duelo.
Pero la propaganda de Sánchez no consigue transmitir tranquilidad a los ciudadanos. Ni en la antesala de los Pactos de la Moncloa se vivió una situación tan crítica . “Llegará un momento en el que haya que levantar el ‘cerrojazo’ porque, si no, la alternativa a la pandemia será el hambre” ha sentenciado el gran Romagnani desde su cátedra emérita de Florencia.
Para levantar ese cerrojazo, los políticos tendrían que ser capaces de recuperar los cimientos del consenso. Necesitamos certezas. El Gobierno aun no sabe cómo saldremos del estado de alarma. Para que el pacto de Estado fuera consistente y se pareciera a los de la Moncloa, Sánchez tendría que hacer, primero, crisis de gobierno. Pero no va a prescindir de Podemos.