El desembarco de Sánchez en el Palau, una oportunidad para rectificar

Pedro Sánchez ha asumido el reto. Aunque no tiene nada asegurado, –su primer intento de investidura fracasó– el líder del PSOE ha querido entrevistarse con Carles Puigdemont, el presidente catalán. Será este martes, y en el Palau de la Generalitat, una imagen que vale su peso en oro para los dos dirigentes. Les habilita como interlocutores, como caras visibles de la idea de diálogo, que la ciudadanía reclama desde hace meses. Sin ilusiones, sin carta a los Reyes Magos, Sánchez y Puigdemont sí pueden, en cambio, establecer una hoja de ruta que se base en el pragmatismo y en la realidad.

Sánchez pretende convencer a Puigdemont de que el camino se puede trazar a partir de los 23 puntos que envió Artur Mas al presidente Mariano Rajoy en la pasada legislatura y de que existe un recorrido enorme, que pasa por un nuevo modelo de financiación. Sánchez no es el presidente del Gobierno, y podría acabar en nada, pero también es cierto que tiene algunas cartas todavía, y que, a medida que pasen las semanas, y se acerque la fecha límite para repetir elecciones, la presión para todos será enorme, y el PSOE confía en que Podemos se pueda abstener. Al mismo tiempo, los socialistas mantienen los contactos con los nacionalistas, para hacerles ver que la vía de la reforma constitucional es la única posible para resolver sus problemas.

Para Puigdemont, ¿es todo eso suficiente? No lo es. El movimiento independentista quiere seguir adelante, pero es consciente de que debe abrirse ante las posibilidades que se vayan presentando. La Generalitat ya ha pasado los 70.000 millones de deuda, como apunta este martes Economía Digital.

El vicepresidente y conseller de Economia, Oriol Junqueras, quiere negociar con el Gobierno central, para convertir la deuda a corto a largo, y hacer más llevadera la situación de la tesorería. En palabras de los políticos, cuando no se tiene nada en la caja, se habla de «tensión de tesorería», y eso le lleva pasando al gobierno catalán desde el inicio de la crisis económica.

Si se actúa con criterios razonables, es indudable que esa cuestión no puede gustarle ni al Govern de Puigdemont ni al Gobierno central, sea del PP o del PSOE. Cataluña aporta alrededor del 19% del PIB español. ¿Se le puede negar el flujo de dinero para que preste los servicios que tiene asignados? El modelo de financiación perjudica a Cataluña, pero no sólo a Cataluña. La principal característica del sistema es que es caótico. Lo que Junqueras pide ahora es que la Generalitat reciba lo que le corresponde del año 2014.

El Gobierno hace una previsión sobre los ingresos que se recaudarán, y paga a las comunidades en función a ese cálculo. Si el resultado final es inferior, es la comunidad la que debe pagar la diferencia. Si es el resultado es superior, paga el Gobierno central. El problema es que se liquida a los dos años. Lo que Junqueras pide es un anticipo sobre esos dos años, que se suele liquidar en el mes de junio.

Junqueras asume la realidad de su departamento. Y se verá esta semana con el ministro de Hacienda en funciones, Cristóbal Montoro, para negociar la cuestión de la deuda y de los ingresos fiscales. Y está bien que los dos interlocutores se presten a ello.

La cuestión es que son esos temas los que deben situarse sobre la mesa. Sánchez lo intentará este martes. Para Puigdemont es la oportunidad de dar a conocer su visión, a pesar de la defensa de su proyecto político. Todos deben entender que es el momento de la rectificación y del diálogo. Tiempo para acordar cuestiones tangibles para todos los ciudadanos. De la entrevista en el Palau podría surgir un camino posible.