El derecho a la alegría
Sanna Marin ha perdido porque ha preferido atajar el problema situándose como víctima sin denunciar la caza de brujas a la que se ve sometida cualquier persona que detente cierto poder político
Sanna Marin, la primera ministra finlandesa de 36 años, fue tachada por la opinión pública como irresponsable al filtrarse unas imágenes donde se la podía ver celebrando una fiesta privada. En el video se la ve bailando, abrazando y cantando entre amigos. En un intento de justificar el hecho de divertirse en el ámbito privado, declaró: “soy un ser humano. A veces también anhelo la alegría, la luz y el placer en medio de estas nubes oscuras”.
Con la voz temblorosa y la mirada baja, apeló a su derecho a la intimidad, puntualizando que “es privado, es alegría y es vida … pero no he perdido un solo día de trabajo”. Incluso se vio obligada a desmentir el haber consumido cualquier tipo de drogas. El escándalo provocado en Finlandia nos permite ver hasta qué punto las sociedades empiezan a vivir “la era del individuo tirano”, como la define el filósofo Éric Sadin.
Más allá de las intenciones políticas para desgastar la imagen de la joven primera ministra para lesionar su liderazgo político, lo relevante es que la sociedad sancione a Sanna Marin y no a los que utilizaron las imágenes para perjudicarla.
El individuo tirano es el que busca en las redes la vía para sancionar conductas que considera inapropiadas. El triunfo del individuo tirano queda constatado cuando Sanna Marin se ve obligada a defenderse de prejuicios y acusaciones respecto a su conducta en el ámbito personal. La censura moral, la sospecha de que hizo algo inapropiado, la capacidad de elevar a debate nacional un asunto que debería inscribirse exclusivamente en el ámbito privado, demuestra hasta qué punto los hombres y mujeres que detentan cargo público están sometidos a la servidumbre de los medios de comunicación y de las redes sociales.
Sanna Marin ha perdido porque ha preferido atajar el problema situándose como víctima sin denunciar la caza de brujas a la que se ve sometida cualquier persona que detente cierto poder político. Cuando una sociedad borra la línea que separa lo privado y lo público, se arriesga a vivir bajo la tiranía que supone tener que demostrar todo para no ser sancionado por los ciudadanos. Se destruye la capacidad de ser uno mismo para actuar en base a lo que se espera que hagamos.
La apelación de Sanna Marin, “soy un ser humano…”, destaca, no tanto el derecho que toda persona tiene a hacer lo que le plazca, siempre que no perjudique a otra, como a demostrar que cualquier persona tiene derecho a pasar un buen rato con sus amigos. No es de extrañar que Sanna Marin vea “nubes oscuras” sobre la humanidad. Vivimos tiempos oscuros, como consecuencia del cambio climático, la guerra, la crisis energética y la crisis sanitaria; ahora debemos sumar a todas ellas, una nueva crisis: la presión social que se cierne contra el derecho a la alegría.