La semana pasada pregunté en clase cuántos de mis alumnos NO conocían a alguien que trabajaba “en negro” y cobraba del paro, o que una parte del sueldo la recibía en un sobre, o que recibía/emitía facturas sin IVA, o algún establecimiento con inmigrantes que no cotizan a la Seguridad Social.
¿Cuántos de vosotros, amigos lectores, NO conocéis a ningún otro que declare sólo una pequeña parte de lo que gana, o pasa gastos profesionales como particulares?
Mis alumnos se rieron. Casi todos. Pero ninguno levantó la mano. ¿Por qué rieron? ¿Quizás porque miran con simpatía estos comportamientos? ¡Qué tiene de malo que alguien se aproveche del sistema, al fin y al cabo, lo hace todo el mundo! (¡Todo el mundo que puede!) Sólo tiene una cosa de malo: ¡que no hay consecuencias! ¡Estafar a hacienda (y a toda la sociedad) es gratis! No hay ningún incentivo para no hacerlo. ¡Ninguno!
Veamos otro ejemplo. El verano del año pasado se comentaba que Montull y Millet habían sido vistos en Menorca disfrutando de unos confortables días libres en sus residencias de veraneo. Más allá de las servidumbres de un sistema judicial excesivamente garantista, estos dos ladrones confesados, hacían vacaciones como siempre, cenando en la mesa de siempre y sin ningún síntoma de vergüenza ni arrepentimiento.
Y ni el propietario del restaurante, ni los tenderos, ni los vecinos de la calle, ni los ciudadanos de las mesas de al lado les pidieron que marcharan. Todos callados, mirando de reojo y hablando en voz baja no sea caso que los hagamos sentir incómodos.
Otro ejemplo. El lunes 3 de octubre, vi una pareja de vigilantes multando un individuo que había saltado las vallas justo ante mí y se había colado en el metro impunemente. Desgraciadamente estas sanciones no abundan en nuestra sociedad. Y teóricamente es tan sencillo como que “quien la hace la paga”.
Pero ni yo, ni los miles de viajeros que cada día ven los 100 metros valla (pero del metro) hemos abierto nunca la boca. Hemos mirado hacia otro lado y hemos dejado que pasara delante nuestro. En España hay un 24% de fraude. Esto quiere decir que uno de cada cuatro hace trampas siempre, o que todos hacemos trampas cuando las podemos hacer.
Una sociedad que ve normal que hayan rencores irreconciliables entre seguidores de los dos equipos locales, pero que es incapaz de condenar públicamente, de aislar socialmente y ni siquiera de levantarle la voz a unos ladrones como Montull y Millet, ya lo he dicho alguna vez, no es un país, sino una tribu. El día que aprendamos a ser una sociedad, no nos dará miedo decirle a un ladrón que marche de nuestro lado, que no lo queremos ver entre nosotros, y quizás todos seremos algo menos ladrones.