El denigrante espectáculo de la política
En España las cadenas de televisión usan lo político como espectáculo permanente a ofrecer a sus seguidores
Nos hallamos en una democracia mediática, lo cual infiere una profunda alteración de la política. Desde la percepción, la expresión e incluso la participación hasta la irrupción en la misma de los medios de comunicación de masas. No se trata de la adopción de nuevas formas de acceder, difundir y compartir información sobre la realidad política, sino que todo ello desemboca en una auténtica colonización que afecta a la propia naturaleza de las instituciones públicas y de los procesos sistémicos que se dan en las mismas.
Quizás el ejemplo más espeluznante en España sea determinada cadena televisiva que usa lo político como espectáculo permanente a ofrecer a sus seguidores. Todo es política y sin política no hay programación televisiva. Lamentable, pero tan cierto como veraz es que tiene millones de hinchas. Luego, hay demanda, se desean telenovelas parlamentarias, y si la hay, deber de todo medio es complacerla. Inaudito pocos años atrás.
De dar carnaza se ocupan los propios actores políticos. Súbanlos a un estrado, póngales cuanto más público mejor y despreocúpese: de personas regidas por más o menos racionalidad se transforman en seres locuaces que reparten insultos de colección privada a sus adversarios. Sobresale la ligereza despectiva en substitución errónea del argumento bien construido que finaliza con un obsequio de fina ironía. Churchill no podría vivir aquí y menos en nuestros días.
En el fatídico duelo parlamentario habido entre la marquesa Cayetana Álvarez de Toledo y el supuesto hijo de terrorista llamado Pablo Iglesias subyace la guerra civil española, el desprecio más absoluto por la concordia que se dio en los tiempos de la transición política, el perdonarse el uno, emergiendo cuarenta y cinco años después, el rencor, las ganas de echarse al cuelo del enemigo, el despedazarse en plaza pública hasta que la muerte de uno sea proclama de la victoria del otro. Puro asco, pero los dos contendientes se despacharon a gusto en el hemiciclo, y hasta les alegró el día.
Los propios actores políticos se ocupan de dar carnaza
La presidenta Batet tuvo que echar a andar hacia atrás y regresar a los tiempos de los presidentes Lavilla, Peces-Barba y Pons para imponer su criterio de que no constaran en el diario de sesiones ciertos improperios lanzados a bulto que incidían negativamente tanto en el decoro de la Cámara, como en la reputación de sus miembros. El ritual político se vio mermado por tanta inmundicia arrojada, y la sacudida producida llegó a todos. Del Congreso de los Diputados a las redacciones de los mass media, que pidieron mesura a la dialéctica parlamentaria, tras echar gasolina al fuego, muchos de ellos. Especialmente los que tienen su sede en Madrid.
En el descarrilamiento de la política española va la penitencia de la desacreditación más profunda de la misma. La discrepancia es connatural al pluralismo ideológico y refuerza la democracia; los agravios, los insultos y las injurias no hacen otra cosa que desnudar la mediocridad de quienes lo practican y disminuir la calidad de nuestra democracia.
Sin pedir que la oposición alabe al gobierno, ni que éste lisonjee a quienes aspiran a ser gobierno algún día, puesto que la alternancia en el poder es la nota mas distinguida de todo sistema democrático y de derecho, sí se deben rechazar términos como “fachas” o “golpistas”, una exacerbación ideológica que cavas trincheras en la necesaria convivencia y, encima, aplana los caminos hacia el populismo de izquierdas y de derechas al cabrear al votante.
Ese “¡Y cierre usted la puerta!”, dicho en imperativo barriobajero por Iglesias a Iván de los Monteros, cuando éste abandonaba la Comisión para la Reconstrucción por no sentirse amparado en sus derechos por el presidente Patxi López, supera con creces todos los intentos llegados del Ejecutivo para faltar el respeto debido a la pieza clave de nuestro sistema político, el Parlamento.
El dictador Chávez no puede tener una palanca suya en nuestro mismísimo gobierno. Eso deberían saberlo tanto el presidente Sánchez, como los electores, causantes primeros de la diabólica aritmética dejada cuando las elecciones generales últimas.