El declive de la política y el surgimiento de las tribus II: Vox

Lo que diferencia a Vox de sus predecesores ultraconservadores es la importación e impostación del manual libertario de la «derecha alternativa» de Steve Bannon

El líder de Vox, Santiago Abascal, en un acto de campaña de su formación en para las elecciones gallegas / Vox

En la primera entrega de este análisis, veíamos como el origen academicista de los marcos teóricos del populismo metodológico de Podemos eran en la práctica su Talón de Aquiles, por la poca relevancia que estos planteamientos guardan con las inquietudes reales de sus votantes potenciales.

En esta ocasión, indagaremos en los aspectos distintivos de la propuesta ideológica de Vox, centrándonos sobre todo en los componentes libertarios del modelo económico que propugna.  

La encarnación del tradicionalismo español con sazón de liberalismo económico

A diferencia de Podemos, Vox carece de formulaciones teóricas sofisticadas con las que apuntalar su acción política, limitándose en consecuencia a refundir los elementos perennes del tradicionalismo español: familia, catolicismo, ejército, y monarquía. Por ello,   carece de sentido tildar de fascista a Vox, en tanto que la simplicidad de su corpus ideológico tiene mucho más que ver con Manuel Fal Conde, que con José Antonio Primo de Rivera. 

Contrariamente a Podemos, Vox no necesita «construir pueblo», al refutar, por redundante, la idea de nación de la Ilustración, que el tradicionalismo ultraconservador entiende que suplanta a las comunidades políticas concretas unidas por una tradición viva, acumulada durante generaciones. Bajo esta óptica, España es una realidad no forjada por los hombres, sino por la divina providencia.   

Por la misma razón, Vox no es racista, sino islamofóbico, inevitablemente porque la función política que para el tradicionalismo  cumple la religión («religare») es la aligación social en torno a un solo credo. Su retórica de «Reconquista» y «Anti-España» ha de verse con este prisma. 

Empero, la demagogia de la que hace uso Vox para cohesionar su particular tribu política, explota fobias y prejuicios innegablemente latentes en la sociedad española, acentuados por la líquida incertidumbre que caracteriza este siglo.   

Vox no es racista, sino islamofóbico

Lo que diferencia a Vox de sus predecesores en el campo del tradicionalismo ultraconservador español es la importación e impostación del manual libertario de la «derecha alternativa» de Steve Bannon, un manto economicista que da cobertura a un coctel de culto a la avaricia, determinismo biológico, darwinismo social y aporofobia, muy poco consistente con las enseñanzas de Cristo en el Evangelio.

La plasmación programática de estas ideas consiste en bajar los impuestos, desmantelar la burocracia, recortar el sistema de bienestar y eliminar toda forma de discriminación positiva; en definitiva, reducir el Estado a su mínima expresión, excepción hecha de las instituciones que aseguren la ley y el orden necesarios para proteger los derechos de propiedad privada.

Esta forma de entender el mundo enfatiza la «libertad negativa», tanto como rechaza habilitar mecanismos democráticos que garanticen el ejercicio de la «libertad positiva» en igual de condiciones. 

Aunque esta formulación ideológica no es antidemocrática de por sí, su interpretación más dogmática no rechaza de plano la cohabitación del libre mercado con el autoritarismo: tanto Hayek, santo patrón del libertarismo material, como su mentor von Mises, nos han dejado perlas como «prefiero un dictador liberal a un gobierno democrático sin liberalismo», y «no se puede negar que el fascismo y movimientos similares que pretenden establecer dictaduras están llenos de las mejores intenciones».

Quizás porque a Vox le consta en su fuero interno la endeblez del discurso libertario como instrumento para captar el voto obrero, este partido prefiere enfrascarse en batallas culturales que eluden debatir ni sobre «el plan de urbanismo, ni el horario escolar, ni el alumbrado de las calles», pero que a menudo incorporan, como con fórceps, causas y clichés propios de la política estadounidense, que resultan estrambóticos embutidos la nuestra.  

Con todo, la principal dificultad a la que se enfrenta Vox para convertirse en un partido de Gobierno creíble es que su inmadura propuesta política es de hecho una enmienda a la totalidad al ordoliberalismo, el consenso europeo en materia de economía social de mercado que, con modulaciones diversas,  ha sido la tercera vía de la que ha emanado la economía política de los partidos de derecha continentales, que se han venido alternando en el poder con la socialdemocracia desde 1945.

Este marco teórico conservador no sólo no impugna de entrada el concepto de justicia social, ni la intervención redistributiva del Estado, sino que está comprometido con el Estado del Bienestar, máxime cuando en las sociedades de los dos países que de verdad cuentan en Europa, Francia y Alemania, tiene un peso cultural considerable la característica hostilidad del humanismo cristiano frente al capitalismo y el libre mercado propios de las sociedades anglosajonas.  

En definitiva, en término prácticos, aunque por razones opuestas, las propuestas de Vox son tan marginales como las de Podemos, siendo prueba de la frustración e impotencia de ambas formaciones ante sus modestas expectativas electorales.

Ello es lo que las hace verse condenadas a escenificar confrontaciones tribales, con mucho derroche de histrionismo y gran regocijo de las televisiones, en barriadas humildes de la periferia urbana, compitiendo por el voto de una «clase obrera»  que no entiende de lo que les hablan ni los unos ni los otros.  

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