El declive de la política y el surgimiento de las tribus I: Podemos
Podemos y Vox son formaciones demagógicas, pero solo la primera es populista, y sus inconsistencias ideológicas le hacen inviable como partido de gobierno
Este es el primero de dos artículos en los que se escrutará la morfología idearia de Podemos y Vox, a tenor de los comportamientos tribales mostrados por ambos partidos. El argumento de base es que, si bien ambas formaciones políticas son demagógicas, sólo Podemos es propiamente populista, en un sentido sistemático. Por esto, enfocaremos este primer texto en identificar las inconsistencias ideológicas de este partido, que, en opinión de este autor, le hacen inviable como partido de gobierno.
El punto de partida es que es el propio origen universitario de Podemos el que determina su marco de acción política, basado en un populismo metodológico que Chantal Mouffe denominó «pluralismo agonista», que, en esencia, es una versión actualizada de la noción del «hostis» de Carl Schmitt, a la que se la han añadido elementos del concepto del «cierre social» de Weber y Parkin.
Esta formulación de populismo cumple una doble función partidista; por un lado, habilitar un tablero de juego mediante la creación del ‘pueblo’, un sujeto político cohesionado mediante identidades compartidas, que establece una frontera con el «hostis»; los otros.
La función secundaria de esta modalidad populista es usar esta división social para legitimar la exclusión de «el ellos» por «el nosotros», al objeto de alcanzar una hegemonía política con la que extraer privilegios sociales, hipostasiando como fetiche la idea de que «lo personal es político».
Sin embargo, la identidad humana no es un mero acto de autoafirmación unilateral. Por el contrario, requiere del reconocimiento de los demás para materializarse: elegir una identidad para uno mismo implica no sólo atribuirse una identidad diferente a la de otras personas, sino que éstas la acepten como igualmente válida.
Por ello, dado que este tipo de populismo se caracteriza por el rechazo a la existencia de una estructura social objetiva, necesita por consiguiente construir una normatividad propia para encauzar el rol de las identidades en el moldeado del sistema político, ya que, para ellos, la lucha política consiste en lograr que el conjunto de la sociedad adopte unas determinadas ideas y comportamientos, porque, a diferencia del marxismo clásico, el populismo identitario sostiene que la forma en que funciona el mundo es consecuencia de las ideas, de la moral y las normas sociales, y no al revés.
Encontramos en este rasgo una primera contradicción intrínseca, consistente en la dificultad de lograr lo que en la jerga al uso se conoce como «construcción de la cadena equivalencial», lo que en la práctica significa deconstruir las instituciones existentes, promulgando leyes generales y homogéneas que reconcilien lo particular y heterogéneo; esto es, que eviten que la subjetividad radical, propia de la política de identidad, refrende la desigualdad.
El populismo habilita un tablero de juego mediante la creación del ‘pueblo’, un sujeto político cohesionado mediante identidades compartidas, que establece una frontera con el «hostis»; los otros.
Francis Fukuyama acuñó dos términos para definir esta paradoja; «isotimia», (la exigencia de ser respetado en igualdad de condiciones) y «megalotimia»; la demanda de ser reconocido como diferente. Naturalmente, el populismo agonista, al estilo de Podemos, es consciente de esta contradicción, por lo que, para evitar concretar sus propuestas, se organiza como un movimiento, débilmente articulado sobre un programa premeditadamente ambiguo; performativo antes que transformativo.
Esta estrategia les permite encubrir la fragmentación que se deriva de premisas como la «interseccionalidad», que está basada en teorías de la perspectiva individual y los discursos intersubjetivos, cuya conclusión lógica es que la lucha contra la explotación tiene que ser conducida por quienes sufren directamente una modalidad específica de opresión: las mujeres deben liderar la lucha contra el patriarcado, las minorías étnicas han de estar al frente del combate contra el racismo, o los homosexuales contra la homofobia.
Sin embargo, el resultado de la esta estrategia, desde el punto de vista de la «lucha de clases» es que crea una jerarquía de privilegios inherentemente reaccionaria, ya que establece una competición de todos contra todos, un agonismo de trabajador contra trabajador; de oprimido contra oprimido, que al otorgar un valor esencial e indefectible a lo identitario desbarata la conciencia de clase y el principio unitario del movimiento obrero que glosaba la letra de «La Internacional».
No es sorprendente pues que el entusiasmo que Podemos despierta entre académicos y activistas sea inversamente proporcional al desinterés que produce entre el proletariado y el «precariado», poco inclinados a admitir que ellos mismos sean explotadores en un marco interseccional, y que pueden reaccionar votando a nacionalismo demagógicos, tal y como ha ocurrido en la Francia de Le Pen.
Las dos premoniciones de Marx
Paradójicamente, las tesis de Laclau y Mouffe para superar el discurso tradicional del marxismo, al albur del fracaso del socialismo real, construyendo una «ideología orgánica» con un «cambio en el orden de prioridades», que modifica la noción de «lucha de clases» para crear nuevos sujetos políticos basados en identidad, se han incorporado al discurso del Gobierno de España.
Se produce precisamente cuando por primera vez en la historia se cumplen dos premoniciones de Marx. La primera, que el capitalismo conduciría inexorablemente a salarios de subsistencia, habida cuenta de que los estrechos márgenes de beneficio en un mercado global incentivarían su acumulación e invertir en maquinaria para mejorar la productividad y eliminar el coste de la mano de obra; y la segunda, que el modo de producción capitalista no sólo produce un objeto para el sujeto, sino, también, un sujeto para el objeto.
Dicho de otro modo: al pivotar la atención de preocupaciones específicamente económicas a otras basadas en la identidad cultural, el populismo metodológico se ha quedado sin un discurso relevante para los problemas materiales actuales, como la deslocalización de empleos, el nomadismo laboral y la precarización ocupacional que caracterizan la mundialización de la economía.
Esto probablemente les haría merecedores de las admoniciones del mismísimo Karl Marx, quien les podría regañar haciéndoles ver que al poner el énfasis en la frivolidad identitaria, han creado una «falsa conciencia» tribal que da la espalda a los más desfavorecidos, a los que pone en manos de los demagogos de signo contrario.