El declive de la democracia liberal

Los expertos señalan que cuando un candidato gana las elecciones presidenciales, al margen de los mensajes que haya difundido en los largos meses previos a los comicios, antes de entrar en la Casa Blanca se le toman todas las medidas para confeccionar un traje. Es el traje de presidente, el corsé que limitará sus acciones. El nuevo presidente deberá saber qué puede y que no puede impulsar, deberá analizar qué le permitirá el Congreso y el Senado, y hasta dónde puede llegar en su trato con los medios de comunicación.

Por eso, tras la victoria de Trump, muchos de esos expertos y comentaristas se han apresurado para tranquilizar a la opinión pública. Al final, no pasará gran cosa, vienen a decir. De hecho, recuerdan, Trump ya habla más bajo, mide más sus palabras, y pese al equipo que está preparando, en el que destaca un radical como Steve Bannon –que ha lanzado falsedades a través del digital Breitbart News– todo volverá a su cauce.

Sin embargo, el problema no es ese. Es cierto que Trump tendrá limites, los propios de la democracia norteamericana, pero –a la espera de cómo concreta todas sus promesas– lo importante es reaccionar ante el deterioro de la democracia liberal. Un deterioro que llega por la forma en la que ha accedido Trump a la presidencia de Estados Unidos.

Es un fenómeno que se ha producido en la última década. Millones de ciudadanos han comenzado a pensar que la democracia no es algo tan sublime. Lo explicó con gran detalle el periodista e investigador John Kampfner en su libro ¿Por qué vendemos democracia a cambio de seguridad? (Ariel), un libro producto de entrevistas y del trabajo de campo en países como Rusia, Singapur, China, Reino Unido o Italia.

Las conclusiones son terribles para la democracia liberal, porque millones de ciudadanos, pertenecientes a las clases medias de todos esos países analizados, se inclinaban ante políticas dirigidas y restrictivas con la libertad siempre que se les asegure su actual nivel de vida. En Singapur o Rusia es una evidencia, pero en el Reino Unido o en Italia la situación camina hacia esos parámetros. Explica Kampfner como el subsuelo de Londres hay enormes estancias repletas de ordenadores donde se filtran todas las imágenes que se captan a través de las numerosas cámaras dispuestas a lo largo y ancho de la metrópolis. En Londres todo se investiga, todo se capta a plena luz del día.

La elección de Trump ha dejado más claro que se puede mentir, manipular, lanzar improperios, sin que pase nada, dejando a los grandes medios de comunicación que todavía se toman en serio su labor en una situación muy delicada: los ciudadanos ‘pasan’ olímpicamente de sus directrices, y compran historias que apelan directamente a sus sentimientos. Se trata de un hecho calificado como post-verdad, que ha obligado a Facebook y Google a ponerse las pilas para filtrar mejor las informaciones que difunden medios, precisamente, como el de Breitbart News.

En China, muy atentos a cómo evoluciona la democracia liberal, se han desatado las chanzas tras la victoria de Trump. Pero en Occidente los ciudadanos han interiorizado una máxima que puede ser devastadora: ya se sabe que en campaña electoral se puede decir cualquier cosa, porque luego ya gobernarán con tino y prudencia. ¿No es eso una renuncia total a una cierta ética? ¿No son todos los ciudadanos, con más o menos formación, con más o menos recursos, seres a los que les gusta que les traten con racionalidad?

Por ello, los sistemas autoritarios, como el chino, analizados en profundidad por Kampfner, han comenzado a proclamar que esa democracia liberal, con la que se atiza a los dictadores, no parece ser tan interesante. En China, la mayoría de sus dirigentes son ingenieros como mínimo. Son personas, siempre dentro del rigido sistema comunista, que buscan el interés común del conjunto de un país tan enorme y que, sí, restringen la libertad. Si resulta que en las elecciones más importantes en todo el globo, como son las de Estados Unidos, alguien puede llegar a ganar cómo lo ha hecho Trump, ¿de verdad es tan bueno eso de los sistemas democráticos?

En las redes sociales en China, en Weibo, como apuntaba una información en El Confidencial, algunos de sus usuarios planteaban que la democracia en Occidente está «en declive», y que dos países tan decisivos como el Reino Unido y Estados Unidos –los padres de esa democracia liberal– están «cavando su tumba, al dar el poder a un pueblo que no estaba preparado para ello, lo que les conducirá a su fin», en referencia al Brexit y a las elecciones que han catapultado a Trump.

Cuidado. Aunque los expertos nos digan que no pasará nada con la presidencia de Trump. Lo esencial no es lo que ocurra ahora, sino cómo se ha llegado hasta ahí.