El Corredor del Mediterráno, ¿un castigo, un atropello o un despropósito?

Curioso que sea una patronal y no un partido político el que denuncie públicamente que el proyecto de Corredor del Mediterráneo que diseña (y licita) el Ministerio de Fomento es una chapuza, un auténtico despropósito. La inutilidad de la política actual es manifiesta cuando ninguna formación parlamentaria ha sido capaz de advertir que el tráfico de mercancías por vía ferroviaria quedará amenazado de manera cruel e insólita.

Por razones que se desconocen, los tramos que unen Vandellòs (Tarragona) con Vinaròs (Castellón) y el que comunica esta localidad castellonense con el resto del corredor no tendrán ancho de vía ibérico. ¿Qué significa eso en la práctica? Pues llanamente que las comunicaciones ferroviarias de mercancías entre Cataluña y Andalucía y entre Aragón y el Levante (incluso entre País Vasco y Levante) quedan virtualmente cortadas, salvo que se utilicen vías alternativas que transcurren, vaya gracia y vaya coste, por Madrid.

 
Quien haya diseñado ese trazado tiene un serio problema mental o, en su defecto, está castigando a los catalanes

Quien haya diseñado ese trazado tiene un serio problema mental o, en su defecto, está castigando a los catalanes, algunos de los cuales han dicho en los últimos tiempos que controlarían las exportaciones españolas ante una eventual independencia del país. Castigo tan estúpido como el de quienes hacían afirmaciones como esa.

Si el Corredor del Mediterráneo tenía alguna virtualidad era, sobre todo, que los costes del transporte de mercancías serían más competitivos. Ese diseño lo hace prácticamente inservible o, al menos, inútil en términos de costes. El trazado alternativo es más caro por razones tan simples como la orografía y eso lo han dicho hasta la extenuación los profesionales del sector.

Por tanto, urge que los políticos valencianos, catalanes y aragoneses, con independencia de sus filiaciones, aúnen esfuerzos para que lo que ahora es una licitación no se acabe convirtiendo en una paradójica realidad de las que contribuyen a dibujar la economía de los territorios y, al fin, su historia, su sociedad y su evolución hacia la modernidad.

Claro que para que eso sucediera, la ministra de Fomento, Ana Pastor, debería dar marcha atrás inmediata en sus propósitos y los políticos, que pierden el tiempo con miles de asuntos menores, dedicarse a conseguirlo sean cuales sean las siglas con las que los electores les regalaron la suerte de dedicarse a las cuestiones públicas, las importantes y trascendentes de verdad. Lo contrario sería un atropello a la ciudadanía, de los que marcan el futuro.