El conservadurismo, antídoto del populismo

“El mundo se verá obligado a escoger entre dos populismos: el de derecha o el de izquierda”. Con esta frase titulaba el diario chileno El Mercurio la entrevista que le hizo hace algunos meses al controvertido Steve Bannon, anterior asesor de Donald Trump, hoy dedicado a la promoción de los movimientos populistas y nacionalistas fuera de los Estados Unidos. Esa afirmación me causó gran inquietud y me ha dado vueltas en la cabeza desde que la leí.

En primer lugar, ¿qué es el populismo? Poco a poco se ha ido aclarando la respuesta a esta pregunta. Hoy en día, la mayoría de los autores coincide en describirlo como una ideología que simplifica los debates políticos y los reduce a una lógica de buenos y malos, que apela constantemente a la emocionalidad, y que defiende formas de democracia directa como opuesta a una democracia representativa que consideran pervertida.

El populismo ha formado parte de la democracia desde sus orígenes, como un virus que aguarda el momento propicio para desarrollarse. Su crecimiento se debe a la coincidencia de factores económicos, sociales, y culturales. Nuestras sociedades se enfrentan a un cambio acelerado que amenaza la economía, la identidad y la estabilidad psicológica de amplios grupos sociales. El populismo se alimenta del miedo y del resentimiento social, prometiendo soluciones simples a los complejos problemas que nos aquejan.

Teniendo en cuenta la definición anterior, no cabe duda de que la izquierda lleva años deslizándose por la pendiente del populismo. La socialdemocracia ha agotado su programa y es incapaz de dar respuesta a los problemas de la sociedad actual. En la mayoría de países occidentales está siendo reemplazada por una izquierda que hace bandera de un igualitarismo radical y promueve el antagonismo social en torno a cuestiones como el feminismo o los derechos de las minorías, todo ello desde una pretendida superioridad moral.

En la derecha, mientras tanto, también han crecido espectacularmente los movimientos nacionalistas, proteccionistas y xenófobos. El fenómeno Salvini en Italia, los éxitos de Trump y de Orban, la enajenación de los conservadores británicos… ¿Acaso no son muestras claras de que Bannon tiene razón? ¿Es el discurso y las formas de esos “hombres fuertes” la única alternativa a la izquierda radical?

En nuestro país, aunque el riesgo de que los movimientos populistas superen a los partidos tradicionales parece ya lejano, aquellos han conseguido condicionar el posicionamiento de éstos, dificultando el entendimiento en el centro. Se impone la polarización y los debates políticos son cada vez más “a cara de perro”, empobrecedores y groseros. En una región tan importante como Cataluña, el populismo se ha impuesto y seguirá causando estragos durante años. La baja calidad y la parálisis de la política hacen temer por el futuro de nuestra economía, de nuestro sistema de bienestar y de nuestra integridad territorial.

En las dramáticas y peligrosas circunstancias que atraviesan democracias occidentales como la nuestra, el conservadurismo es más necesario que nunca. Es la antítesis del populismo, tanto de izquierdas como de derechas. Frente al idealismo que promete el paraíso en la tierra, el conservadurismo practica un pragmatismo basado en la experiencia, un utilitarismo razonable preocupado por las consecuencias más que por las intenciones. Defiende el libre mercado y la integración económica porque la evidencia empírica demuestra que son el mejor mecanismo de generación de riqueza.

De igual manera, se opone a la igualdad forzosa y al proteccionismo porque comportan la pérdida de la libertad, la pobreza y la guerra. El conservadurismo es respetuoso con la herencia de nuestros antepasados; no es inmovilista, pero prefiere la evolución a la revolución. Defiende la autoridad porque sabe que sin ella la sociedad se desmorona, pero desconfía del poder y prefiere dividirlo y limitarlo. El conservadurismo no defiende privilegios ni una sociedad de castas, pero sí un sano elitismo: el gobierno de sociedades complejas debe estar en manos de personas preparadas, que hayan demostrado su valía personal y profesional. A la emocionalidad desbordada, el conservadurismo opone un equilibrio entre razón y corazón. 

Se ha dicho muchas veces, y con razón, que la izquierda goza de la hegemonía en la escuela, en la universidad y los medios de comunicación. Desde esos púlpitos se dedica a modelar la conciencia de los españoles y a estigmatizar a cualquiera que se le opone, con una radicalidad y agresividad que ha ido en aumento. El resultado es una sociedad española claramente escorada hacia la izquierda en su autoubicación ideológica.

Las palabras conservadurismo y derecha se asocian en la mente de la mayoría de los españoles con franquismo, facha, reaccionario, inmovilismo… Quizá por su escepticismo y un cierto recelo hacia la acción colectiva, los conservadores han renunciado muchas veces a intervenir activamente en la vida social y política. Pero no pueden permitir que la funesta profecía de Bannon se cumpla. Es una cuestión de supervivencia.