El comunismo es un vestigio indeseable del pasado
Si el comunismo no hubiera existido, la Humanidad se habría evitado el totalitarismo de corte leninista, el terror de masas, las checas, las purgas mortales de Stalin, los campos de concentración soviéticos, la Guerra Fría, el Muro de Berlín, y un largo etcétera
Hace poco más de una semana que el Partido Comunista de España (PCE) celebró el centenario de su creación. ¡Felicidades! No es fácil que un partido político cumpla cien años. Excepción hecha del PSOE y el PNV.
Felicidades, ¿por qué? Andaba buscando la respuesta cuando el secretario general del PCE –por cierto, un alto cargo del gobierno presidido por Pedro Sánchez-, entrevistado por Xabier Fortes en La noche en 24 horas de TVE, respondió a una pregunta sobre la razón de ser del comunismo afirmando –cito de memoria- que el comunismo tendrá sentido mientras exista “la explotación del hombre por el hombre”.
Crímenes, terror, represión
Lo cierto es que si el comunismo no hubiera existido, la Humanidad se habría evitado –entre otras cosas – el totalitarismo de corte leninista, el terror de masas, las checas, las purgas mortales de Stalin, los campos de concentración soviéticos, los trabajos forzados, la supresión de la propiedad privada, el ineficiente capitalismo de Estado, el culto a la personalidad, la mentira como norma, la partición dos de Europa, la Guerra Fría, el Muro de Berlín, la miserias del paraíso comunista, la hecatombe nuclear de Chernóbil, la Revolución china, las dictaduras castrista, nicaragüense, venezolana, y un largo etcétera.
¿Y en España? Manuel Azaña lo definió con exactitud: “la República fue devorada por el Saturno revolucionario”. ¿Acaso es casual que la mitología romana caracterice Saturno –el que todo lo destruye y devora a su hijo como puede verse en una pintura negra de Goya- con una hoz en la mano? Ya saben: saqueos, incendios, persecuciones, desapariciones, purgas, checas, juicios sumarísimos y ejecuciones.
Todo “¡Por la República de los soviets de obreros, soldados y campesinos!” y “Abajo la república burguesa de los capitalistas, los generales y el clero”. Una cosa “completamente exótica y fuera de lugar” y “casi anarcosindicalista”, sentencia Fernando Claudín en La crisis del movimiento comunista (1970).
Por lo demás, el historiador Stéphane Courtois -director de investigación en el CNRS francés- y sus colaboradores se habrían ahorrado el trabajo de escribir las 1.055 páginas de El libro negro del comunismo. Crímenes, terror, represión (1997). Explícitos, los títulos de las partes del libro.
Primera: Un Estado contra su pueblo. Violencia, terrores y represiones en la Unión Soviética. Segunda: Revolución mundial, guerra civil y terror. Tercera: La otra Europa víctima del comunismo. Cuarta: Comunismo en Asia: entre la “reeducación” y la matanza. Y una quinta parte, titulada El tercer Mundo, en que se habla del “totalitarismo tropical”.
Un PCE vanidosos y pequeño burgués
Alguien dirá que no siempre ha sido así. En España, por ejemplo. Cierto. El eurocomunismo de Santiago Carrillo abrió una vía democrática burguesa, aliada a la socialdemocracia, que pacta con la derecha –Pactos de la Moncloa, 1977-, que respeta la economía de mercado, que se distancia de lo que “históricamente ha mantenido” el comunismo y rehúye la “confrontación” entre los dos sistemas o potencias, afirma Santiago Carrillo en Eurocomunismo y Estado (1977).
Cosa que no hace hoy un PCE vanidoso y pequeño burgués –objetivamente reaccionario- que ensalza dictaduras como la cubana (Carta de felicitación del PCE al camarada Miguel Díaz-Canel, 21/04/21 o Contra el bloqueo y la injerencia imperialista. ¡Con Cuba y su Revolución!, 8/11/2021), la nicaragüense (El pueblo de Nicaragua derrota de nuevo al imperialismo en las urnas. 9/11/2021) o la venezolana (Por el respeto a la soberanía del pueblo de Venezuela, 2/12/2020). El comunismo caribeño de Enrique Santiago contra el eurocomunismo democrático de Santiago Carrillo.
La guinda del pastel: “El PCE aspira a la toma del poder político, el control de la actividad económica y la superación del sistema capitalista, con la mirada puesta en la construcción del socialismo en el Estado español como contribución a un socialismo mundial que signifique la emancipación del género humano. Para la consecución de sus objetivos, organiza la reflexión colectiva y la acción de sus militantes en torno a las movilizaciones y luchas de los trabajadores y trabajadoras, así como de los sectores de la ciudadanía más progresistas y combativos para la construcción de un bloque social antagonista frente al sistema capitalista”.
El texto del PCE del siglo XXI puede cotejarse con el primer capítulo del segundo volumen de la Historia universal, edición de A.Z. Manfred, editada por la Academia de Ciencias de la URSS, con el siguiente título: La gran Revolución Socialista de Octubre, comienzo de una era en la historia de la humanidad.
Tercer párrafo de la primera página: “En Rusia había triunfado la revolución socialista. Sus banderas pregonaban un magno objetivo histórico: la construcción de una sociedad nueva en la cual no habría explotadores y explotados, opresores y oprimidos. El comunismo era el nombre de esa sociedad” (existe una versión castellana publicada por Akal en 1978)
Pregunta: en el texto, ¿advierten ustedes algún parecido entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el Partido Comunista de España de hoy? Que cien años no es nada.
La nueva clase dominante y el poder monocrático
La cuestión: ¿cómo explicar la subsistencia de un comunismo –alienador, dictatorial, explotador e ineficaz- que, en palabras de André Glucksmann, no es sino una “enciclopedia de las mentiras”?
Porque –en otras “virtudes” que veremos más abajo-, supo construir un discurso –propio de los totalitarismos del siglo XX- que prometía romper con la historia con el objetivo de crear un hombre nuevo y una sociedad nueva. En el caso que nos ocupa, citando un texto de la Crítica del programa de Gotha de Karl Marx, que Lenin reproduce en El Estado y la revolución, se trata de pasar de “cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades”.
De ahí, la dictadura del proletariado que devino de inmediato la dictadura del aparato del partido. En palabras de Milovan Djilas –ex dirigente comunista yugoslavo-, una nueva clase, una oligarquía tradicional que crece utilizando el partido como base de lanzamiento y se apropia de los bienes de la nación (La nueva clase, 1967). El comunismo –el socialismo científico, aseguran- o la máxima expresión de la privatización del Estado por unos pocos. En definitiva, “un poder monocrático con mandos vicarios”, diría Maquiavelo.
La caída del monstruo totalitario
Finalmente, percibido el engaño y su correspondiente rosario de desastres sin solución de continuidad, el monstruo totalitario se derrumbó en 1989 y se derritió como un terrón de azúcar hasta que en 1991 se disolvió oficialmente. El paréntesis que empezó en 1917 se cerró y, citando de nuevo a André Glucksmann, los súbditos soviéticos pudieron “salir del comunismo para regresar a la historia”. De súbditos a ciudadanos.
¿Alguien sospecha por qué los cubanos, venezolanos y nicaragüenses huyen de Cuba, Venezuela y Nicaragua a Estados Unidos o la Unión Europea y nadie huye de Estados Unidos o la Unión Europea a Cuba, Nicaragua o Venezuela? Huyen para escapar de la dictadura, la represión y la miseria.
El comunismo sobrevive, también, artificialmente, cuando es necesario para formar una mayoría parlamentaria
Algunos dirán que el comunismo sobrevive todavía en algunos países. Ello es así, porque, en ciertos lugares, el comunismo se ha convertido en una reliquia, en un vestigio del pasado, en un objeto de culto que todavía tiene creyentes que lo adoran.E –el comunismo al servicio del capital del que algunos camaradas obtienen cargos y tajada- es necesario –Spain is different– para formar una mayoría parlamentaria. Como no podía ser de otra manera, habida cuenta de su genética, el comunismo malvive –y no deja vivir- gracias a la represión sistemática de sus súbditos.
Una cita de Tzvetan Todorov -con la que se abre el trabajo ya citado de Stéphane Courtois-, resume muy bien el malvivir que el comunismo ha regalado a sus víctimas: “La vida ha perdido contra la muerte, pero la memoria gana en su combate contra la nada”.
Ciertamente, el comunismo ha robado muchas vidas. Pero, no ha sido en vano: la memoria del comunismo permanece y el sacrificio de tantos no ha sido en vano.