El clan Pujol pidió para Catalunya, a sus hijos los tenían colocados
En octubre de 1999, Jordi Pujol y Marta Ferrusola pronunciaron una frase que pasará a la historia. “El dinero que pido es para Catalunya, yo ya tengo a mis hijos colocados”. La esposa del entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, rebosaba sabiduría popular. Ella, entre mitin y acto institucional como primera dama, había conseguido que su larga prole estuviera suficientemente protegida en lo económico, aunque al marido y padre siempre se le haya reprochado en el seno de la familia que su dedicación a la política había sido una mala elección en términos económicos.
Lo dicen todavía hoy algunos allegados a la familia, que explican cómo se le ha echado en cara en casa al viejo presidente que se olvidara de lo material mientras contó con coche oficial, despacho en el Palau y múltiples relaciones y contactos en virtud de su cargo. Si ya descapitalizó a la familia con el feo asunto de Banca Catalana, su paso por el poder político no suponía ninguna ventaja para la estirpe, que además había sufrido de cerca la proximidad del poder sin acariciarlo por culpa de las democráticas y estéticas razones que la izquierda, esa que gritaba, se mezclaba entre sí y era desaliñada, había impuesto en el funcionamiento ordinario de la política. Eso se habló en reuniones familiares y algún próximo al padre Pujol me refirió hace muy poco tiempo como una justificación del silencio que el político, tan locuaz en todo lo demás, mantiene sobre la supuesta corrupción de sus descendientes.
Decía el griego Sófocles que los hijos son “las anclas que atan a la vida a las madres”. Y la señora Ferrusola estaba bien anclada a la vida, incluso en exceso, cuando se expresó aquella sentencia, tan vulgar, por otra parte. Cuando hoy se conocen algunos de los manejos de sus hijos, sobre todo el mayor y el pequeño del clan, nadie parece extrañarse porque la familia, al más puro estilo siciliano, hiciese lo conveniente para restituirse una vida privada que jamás habrían conseguido de no poseer una esfera pública sobre la que sustentarla. Dicho de otro modo, aprovechar la influencia y la cartera de contactos de papá, primero, y propios, después, para ganar dinero a espuertas sin sudor ni lágrimas.
Deberíamos aplicarles la sentencia del alemán Goethe: “Lo que habéis heredado de vuestros padres, volvedlo a ganar a pulso o no será vuestro”. De ese legado inmaterial debe encargarse la justicia, porque tal es nuestra desgracia como país que llevan días los medios de comunicación dando a conocer múltiples fechorías de ese tenor y la opinión pública parece inmunizada. Por supuesto, los partidos: de izquierda a derecha nadie quiere saber nada, se olvidan de condenar lo sucedido y ni tan siquiera se escandalizan en público. ¿Complicidad? En una parte sí, pero en otra pura dejadez e incapacidad para hacer política en serio. Así llega cualquiera y se apropia de sus espacios parlamentarios; total, para el uso que le dan algunos…
Escribía otro clásico, Cicerón, una frase perfectamente válida hoy: “Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros”. Hace apenas unas horas un amigo me explicaba el enorme éxito que tiene el bar del Dioni en Madrid. Personaje que como recordarán robó un furgón de transporte de dinero y que después usó aquella popularidad para escribir dos libros, grabar dos discos, abrir varios locales de hostelería, etcétera. No he podido resistirme a pensar que lo peor que nos puede pasar en el futuro es que algunos de estos hijos de presidente mencionados tengan encima la desfachatez de escribir algún libro relatando su proeza o, lo peor, se dediquen a la canción. Si ya son mediocres como ‘hijos de’ podemos imaginarnos cuánto lo serán jactándose de lo que nos hicieron en nombre de una causa que no creen y sin contar con la protección paterna y materna.