El circo de Trump
Trump no quiere salir de la Casa Blanca sin sacar partido, y por eso sigue la técnica del “firehose of falsehood” enviando a los payasos a hacer luz de gas
En la mejor tradición del Palmar de Troya y las Caras de Velez, estamos asistiendo a un curioso fenómeno paranormal, protagonizado por algunos miembros del sector fantoche de nuestro clase política y sus medios de comunicación afines, enzarzados en predicar la verdad oculta de Trump y su profeta Giuliani.
Quizás a causa de una traducción defectuosa, las parábolas con las que la sección castiza del trumpismo trata de convertirnos a su fe son algo abstrusas, por lo que recurriremos a las fuentes originales para tratar de evitar liarnos con la hermenáutica.
Tampoco es que en la otra apartada orilla la luna más clara brille, ni se respire mejor, pero al menos podemos disfrutar de la versión original, que es siempre es más entretenida que la doblada.
La última revelación del Misterio de Pennsylvania Avenue fue puesta en escena hace unos días por Rudolf Giuliani, ex alcalde de Nueva York y abogado de cabecera de Trump, en una más que conseguida representación inspirada en el Dirk Bogarde en la playa de Muerte en Venecia, y el Bruno Ganz en el bunker de El Hundimiento.
Una rueda de prensa entre un sex-shop y una funeraria
Giulini y sus leguleyos lograron, en vivo y en directo, la meritoria hazaña de dejar fuera de toda duda que las vehementes afirmaciones de su cliente —el primer presidente okupa de la Casa Blanca— de pucherazo tenían más bien poco fundamento.
Giuliani, que lo tenía todo en contra para desacreditarse a sí mismo aún más, después de que a principios de mes organizase una rueda de prensa en la zona de estacionamiento de una empresa de jardinería llamada “Four Seasons Total Landscaping”, en lugar de en el “Four Seasons Hotel” de Filadelfia.
Giuliani logró darle a la rueda de prensa un toque del dramatismo existencial propio de la tensión entre Eros y Tanatos, al estar la empresa de jardinería ubicada entre una sex-shop y una empresa funeraria, y se creció frente a las cámaras consiguiendo echar a perder la poca reputación profesional que le quedaba.
Una votación manipulada por Soros y el chavismo
Unos días después, y siguiendo un guión propio del dadaísta Tristán Tzara, Giulini y sus mariachis desvelaron a los atónitos periodistas que los resultados electorales no eran fiables, porque las máquinas de votar eran de factura comunista, y que los votos se recontaban en una empresa propiedad de Maduro y Chávez, sita en Frankfurt. En Alemania.
Para darle mayor rotundidad a este hallazgo, Giuliani explicó que detrás de esta empresa estaba nada menos que Soros (de quien desconocíamos su faceta espiritista, que le permite conspirar con el Chávez el pajarito, igual que Maduro).
Y como Soros ya está muy mayor, y tiene demasiados contubernios entre manos, la Fundación Clinton logró encontrar un hueco en su apretada agenda al mando de la red de pederasta revelada por QAnon, para echar una mano en el complot marxista-leninista contra Trump.
Cuando la audiencia empezó a dar muestras de estar etapada más allá de lo saludable, la ex fiscal Sidney Powell entró a matar, afirmando con aplomo que las máquinas de votación usaban un software desarrollado bajo la supervisión del mismísimo Hugo Chávez, razón está que explica por qué el venezolano nunca había perdido elección alguna.
La irrefutable prueba aportada fue que el aplicativo en cuestión fue programado en el año 2000 para la empresa Smartmatic, por dos venezolanos residentes en Florida, dándose el caso —ojo al dato— de que el actual presidente de dicha empresa es miembro ejecutivo de la Open Society Foundation, que preside Soros.
El que el software de Smartmatic sólo haya sido utilizado en Los Ángeles es un detalle menor, que la Sra. Powell no creyó necesario resaltar, porque, al fin y al cabo, Smartmatic está sin duda compinchada con su rival Dominion, para alterar automáticamente el voto de millones de indecisos a favor de Biden. Incluso la barcelonesa Scytl salió a colación.
Nuevos renglones en la historia americana de la litigación
Hasta un creyente tan crédulo como Tucker Carlson —presentador estrella de Fox News, martillo de herejes y confidente de Trump— hizo públicas sus dudas sobre esta retahíla de suspicacias, aduciendo aquello de que las grandes acusaciones, requieren grandes pruebas, que hasta ahora eluden la compañía del equipo legal de Trump.
Equipo este que no se sabe muy bien cuál es, después de que Giuliani emitiese un comunicado precisando —al parecer por el propio bien de la interesada— que Sidney Powell va por libre, y no forma parte del equipo legal de Trump, quien unos pocos dían antes se había referido a Sidney Powell como una guerrera de élite en su fuerza de asalto a los juzgados de primera instancia.
Pero la verdad es que lo único demostrable a día de hoy es que la mayoría de las impugnaciones que se han presentado con la máxima fanfarria han sido desestimadas, en más de una ocasión acompañadas por la sorna del magistrado, y que Giuliani se ha visto en la tesitura de tener que defender las impugnaciones personalmente, después de que una buena parte de los abogados que tenían asignado este cometido desertasen en masa.
Este protagonismo le ha dado la ocasión de escribir nuevos renglones en la historia americana de la litigación, habiendo llegado al punto de alegar ante el estupefacto juez que había faltado “opacidad” (sic) en el recuento de los votos, para acabar diciendo que no sabía el significado de “opacidad”.
Un tipo especial de estulticia
No hace falta mucha sagacidad para ver que hay un cierto método detrás de este camarote de los hermanos Marx. Del mismo modo que Hannah Arendt argumentó de manera convincente que Eichmann, lejos de ser una aberración, era un tipo banal y mundano, podemos colegir que el comportamiento de Trump, lejos de ser absurdo, su posición es cabalmente racional, vista con sus lentillas.
En estos momentos Trump no tiene ningún incentivo para conceder su derrota, pero sí para enrocarse, con la vista puesta en forzar concesiones, presumiblemente un pacto no escrito para recibir un indulto de Biden a la Gerald Ford, si llegase a necesitarlo.
Trump, que tiene mentalidad de tendero avaro, entiende el mundo como un bazar en el que lo único que importa es el toma y daca.
Aunque es indudablemente consciente de que tiene que salir de la Casa Blanca, no quiere hacerlo sin sacar partido, y por eso sigue la técnica del “firehose of falsehood” de los servicios de inteligencia, enviando a los payasos a hacer luz de gas, crear caos, ruido y confusión, las condiciones necesarias para ponerle un precio a su salida.
Lo del fervor de sus fieles carpetovetónicos, ya es más difícil de explicar, aunque el historiador italiano Carlo Maria Cipolla nos dejó una pista cuando estipuló que hay un tipo especial de estulticia, consistente en hacer el memo sin obtener con ello beneficio personal alguno, y hasta perjudicándose a sí mismo.