El chuletón indultado y el ecologismo oportunista
La desacreditación de Pedro Sánchez a la tesis sobre la carne de Alberto Garzón obedece al carácter acomodaticio de la izquierda ecologista de salón
El ministro Alberto Garzón nos aconseja que no comamos carne porque peligra nuestra salud y la del planeta y el presidente Pedro Sánchez asegura que el chuletón es imbatible. ¿A quién hay que creer? Vaya usted a saber. Lo que sí es cierto es que el PSOE, en su informe España 2050, habla de la necesidad de reducir el consumo de carne. Pero, ya saben ustedes que la palabra de Pedro Sánchez es tan falsa como un duro sevillano.
Tranquilos: no voy a calibrar los pros y los contras que el consumo de carne tiene para el ser humano y para el planeta. También, para los animales y los pastos. El propósito de estas líneas es otro: ¿por qué la izquierda –muy especialmente la izquierda española- enarbola tan apasionadamente y exaltadamente la bandera del ecologismo, el animalismo y el naturalismo vegetal? Ahí radica, a mi parecer, el interés de la polémica.
La razón política del ecologismo de izquierdas
En buena medida, el auge del ecologismo en la izquierda se explica en función de la necesidad que tiene el izquierdismo –sobre todo, el de salón- por retomar la cruzada anticapitalista y antiliberal tras la caída del Muro y el consiguiente triunfo –inapelable- del capitalismo y el liberalismo.
En efecto, la izquierda, desconcertada ante el triunfo del liberalismo, huérfana de ideas y causas, encuentra en el ecologismo el arma que le permite impulsar, de nuevo, la batalla ideológica y política contra el capitalismo liberal. Por eso recurre a la inminencia de un peligro –recurre al miedo: real o supuesto– que nos acecharía por culpa, por ejemplo, en el caso que nos ocupa, del consumismo carnívoro.
De ahí, que la propuesta de la izquierda, en la mejor/peor tradición del ecologismo fundamentalista o profundo, tome cuerpo en una utopía negativa –un despotismo utópico que exige el sacrificio del presente y el desarrollo sin admitir ni la indiferencia ni la desobediencia bajo amenaza de ser tildado de biocida, reaccionario, liberal o iletrado- y en una cultura del no -“no consumas”, “no construyas”, “no cortes árboles”– que es la heredera natural del simplismo ideológico progresista y de los viejos aristócratas e inquisidores europeos.
Aristócratas e inquisidores
No exagero. El ecologismo –se ruega no confundir ecología con ecologismo-, más allá del progresismo ramplón, es un invento de aristócratas e inquisidores.
El origen del ecologismo se encuentra en el proteccionismo aristocrático del XVIII y XIX que, impulsado por los grandes propietarios de Francia, Reino Unido y Estados Unidos, quería conservar el paisaje para gozo y solaz de las clases dominantes.
En este sentido, determinadas instituciones y organizaciones del Antiguo Régimen –Sociedad para preservar los espacios abiertos, comunales y los caminos, Comité para la eliminación del humo, Real sociedad para la conservación de la naturaleza o Consejo para la conservación del medio rural- no tienen nada que envidiar a Greenpeace o Ecologistas en Acción.
El régimen ecologista por excelencia del XX fue, ni más ni menos, el Reich. La barbarie nazi legisló un conjunto de leyes sobre la protección de la naturaleza para recuperar la “flora alterada”, la “fauna menguada”, el “trastocamiento de la campiña” o los “monumentos naturales” que han sido “dañados” por los “intereses económicos”.
La primera ley de defensa de la naturaleza la promulga Hitler el 26 de junio de 1935. El preámbulo de la Reichnaturschutzgesetz empieza así: “el gobierno alemán del Reich considera su deber garantizar a nuestros compatriotas, incluso a los más pobres, su parte de la belleza natural alemana. Así pues, ha promulgado la ley del Reich con el fin de proteger la naturaleza”. Y si una carretera debía pasar por un árbol centenario, se desviaba la carretera.
Quede claro: no estoy diciendo que nuestros ecologistas sean aristócratas o nazis. Nada de eso. Afirmo que el smog ecologista que se respira en España –ese smog existe- no es tan moderno ni revolucionario como afirman sus defensores. Pero, sí inquisidor por su propia naturaleza al considerarse por encima del bien y el mal en la medida en que creen tener línea directa con una verdad que pretenden imponer a mayor gloria –aseguran- del interés ciudadano. Como si a los ecologistas se les hubiera subido el humo a la cabeza. Y el voto en la urna, claro está.
El chuletón imbatible de Pedro Sánchez
El PSOE profesa el ecologismo. Pero, cuando Alberto Garzón recita uno de los mandamientos ecologistas –“no consumas carne”-, Pedro Sánchez sale a escena y declama lo que exige el guion –con pausa y gesto incluidos: así se refuerza el discurso- del ecologismo acomodaticio de la izquierda: “A mí, donde me pongan un chuletón al punto…, eso es imbatible”.
Y es así como el chuletón indultado y el ecologismo oportunista –marca de la casa- dialogan, negocian y conviven en paz por el bien de la causa. ¿Qué causa? La del duro sevillano.